Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Han pasado más de cincuenta años desde que García
Márquez publicó su novela "El Coronel no tiene quien le escriba", narración de la historia de un militar
jubilado que pasa sus días esperando la carta
anunciadora del cobro de una pensión jamás recibida. Por asociación de
ideas, seguramente, he recordado el título de esta novela, al pensar en la
carta escrita por el Papa Francisco al fundador del diario italiano La
Repubblica, quien de algún modo había expresado la necesidad de respuestas en
dos artículos publicados en su periódico haciendo al Papa un rimero de
preguntas sobre la Fe a propósito de la encíclica Lumen Fidei. Sin embargo, tal
vez Scalfari estuviera menos esperanzado en una respuesta, que llegó, que el
Coronel de García Márquez siempre con la expectativa de una contestación nunca
recibida.
El Papa
escribe sobre dos circunstancias que hacen necesario y fructífero el
dialogo: la
primera es la separación ente razón y fe
derivada de que, a lo largo de los siglos de la modernidad, se produjo una
paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido
expresadas precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido
calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la
razón. Así, entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana por una
parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por otra, se ha llegado a la incomunicación.
El Papa recuerda que ya el Vaticano II comenzó a romper esa distancia y
agradece a Scalfari la oportunidad de diálogo que le ofrece alguien que se
define como" un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la
predicación de Jesús de Nazaret".
La segunda circunstancia, para
quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del
hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del
creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle
una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la
verdad testimoniada por la fe es aquella del amor –subraya– "está claro
que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al
otro". El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace
humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos
abraza y nos posee. "Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone
en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos" . Este es
el espíritu que anima las palabras que le escribo.
Francisco escribe mucho más,
pero permítaseme detenerme aquí para subrayar, en primer lugar, el modo
positivo con el que el Papa busca el encuentro en lo que, de momento, les une:
la fascinación por Cristo. Sin renunciar en modo alguno a la fe de la Iglesia,
es más, recordándola amablemente cuando es preciso, sale al encuentro de un muy
conocido periodista, tanto por su trabajo como por su fama de anticlerical. Es
una salida del Papa a las periferias de la fe, un ejemplo de cómo debemos
acercarnos, con cariño y respeto a quienes
no profesan nuestra mismas creencias.
Ya Juan Pablo II y Benedicto
XVI buscaron ahondar en la primera de las citadas circunstancias, el
distanciamiento entre fe y razón en base al pensamiento en una Iglesia oscura y supersticiosa.
Bastaría recordar el empeño mostrado por Juan Pablo II con la encíclica Fides
et Ratio o extraer del enorme caudal del Papa Emérito el esfuerzo realizado en
pro de esas justas relaciones en reiterados momentos que tal vez tienen su
cumbre en los discursos pronunciados en la Universidad de Ratisbona, ante el
Parlamento alemán, en el Colegio Des Bernardins de París y lo manifestado al
Parlamento y sociedad británicos.
Indudablemente, el empeño de
Francisco no es nuevo pero lo es la forma. Si Scalfari ha tenido quien le
escriba, además ha tenido un remitente absolutamente excepcional. Es la primera
vez que un Papa se dirige a un periódico de forma directa. Y de ahí hemos de
extraer consecuencias todos los católicos y cualquiera que prefiera el diálogo
a la pedrada. Si Francisco habla de salir a las periferias, es muy útil, pero
si él mismo lo hace tanto yendo al puerto de Lampedusa donde desembarcan muchos
emigrantes ilegales -para denunciar "la globalización de la
indiferencia"-, como escribiendo en un periódico de ese talante para
tender puentes amables, seguro que algo hemos de cambiar en nosotros, en
nuestro modo de acercarnos a la gente, en la manera de exponer positivamente la
fe traída por Cristo.
Ni el diálogo es un accesorio
para el católico ni la fe que testimonia el amor puede ser intransigente. Ya
escribió Benedicto XVI que no somos poseedores de la verdad sino que, todo
caso, la verdad nos posee a nosotros y la ofertamos -saliendo a los caminos- desde
la humildad, sin arrogancia, pero saliendo como hace Francisco. Dijo en Brasil
que Cristo "no balconea".
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