Autor: Carolina Crespo
Fernández
El mayor pecado de nuestro tiempo es que los
hombres han perdido el sentido del pecado. La crisis social, consecuencia del
relativismo moral y ético imperante, está íntimamente ligada a la crisis que se
ha producido en torno al concepto de pecado.
Todos somos conscientes de la corrupción, de la
injusticia, de la codicia, en definitiva, de la maldad que reina en la
sociedad, pero le echamos la culpa al sistema.
El pecado es un rechazo personal de la recta
razón, en el que el hombre se erige en "dios" y establece lo que está
bien y lo que está mal.
Este “encumbramiento" lo hace fracasar
como persona, ya que al guiarse no por el Espíritu, sino por un espíritu
mundano, le hace invertir los valores y al mismo tiempo niega y destruye su
propia dignidad humana, la filiación divina.
Por supuesto, se puede intentar obrar
rectamente sin valores cristianos, pero la diferencia la marca la
"conciencia", la "ley inscrita por Dios en el interior del
corazón del hombre"; y esa conciencia se puede formar, perfeccionar.
La moral cristiana no está sujeta a modas, a
intereses, sino a la propia conciencia que, iluminada por la fe, nos capacita
para discernir entre el bien y el mal e incluso entre lo legalmente permitido
"matrimonio" homosexual, aborto, eutanasia y un largo etcétera que
usted, estimado lector, puede completar- y lo moralmente justo.
En este caso, una ley aprobada, respaldada por
la mayoría, no es garantía alguna de que esté ordenada según criterios morales
justos.
Y este tipo de pecado repercute muy
negativamente en la sociedad, ya que arrastra a perpetrar masivamente el mal.
Actuar en "conciencia" hoy exige, en
muchas ocasiones, ir contracorriente incluso de la ley civil aquí entraría la
objeción de conciencia, un derecho especialmente necesario en nuestro mundo
contemporáneo.
El pecado es algo inherente a la naturaleza
humana, independientemente de ser empresario u obrero, poseer bienes materiales
en distintos grados o carecer en absoluto de los mismos, ya que lo que le
confiere dignidad y magnanimidad al hombre es la práctica de la virtud y ésta
no es patrimonio exclusivo de nadie, sino que es asequible por igual a ricos y
pobres, poderosos y oprimidos, etc. Es en la virtud y no en la posesión de
bienes materiales donde radica la recompensa a una manera de obrar rectamente.
Muchas personas viven permanentemente en pecado,
sin arrepentirse de nada -la minoría, por falta de formación, la mayoría por
inmensa soberbia y afán de autosuficiencia-, pero, algún día se darán cuenta de
que se equivocaron en lo principal de su vida: salvarse eternamente.
"Y oí otra voz del cielo, que decía: salid
de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis
parte de sus plagas." Apocalipsis 18,4.
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