Autor:
Carolina Crespo Fernández
El próximo año tendrá lugar la canonización de Juan Pablo II.
Haciendo un balance de los veintiséis años de su pontificado se puede asegurar
que los jóvenes tuvieron un papel protagonista en el mismo.
El día de su elección no solo se ganó la adhesión de los
jóvenes que estaban en el recinto flanqueado por la columnata de Bernini, sino
la de todos los jóvenes del mundo entero. A su entusiasmo, Juan Pablo II
respondía con un cariñoso: "Vosotros sois el porvenir del mundo. Vosotros
sois mi esperanza. El mañana depende de vosotros."
Esos entusiastas jóvenes, capaces de esperar
horas y horas bajo el frío nórdico o el calor mediterráneo, demuestran la total
sintonía entre ambos. Creían en él porque los escuchaba y los entendía.
Confiaban en él y él disfrutaba con ellos y participaba de su vitalidad y
alegría.
Pero lo que más valoraban los jóvenes es que él los tomaba en
serio. Se los ganaba de un modo natural –sin falsedades– y espiritual,
proponiéndoles grandes retos e ideales capaces de cambiar el rumbo de sus vidas
y, por ende, el de la humanidad.
"No habrá un mundo mejor, nada se arreglará en la vida
social mientras no se dé preferencia a los valores del espíritu humano".
Estas palabras, pronunciadas en 1.979, siguen teniendo actualidad hoy más que
ayer y urge llevarlas a la práctica para conseguir una sociedad mejor y más
justa.
Aunque el ambiente en el que se reunía con ellos
era distendido y festivo, él no les ofrecía diversión, ni concesiones, sino un
programa de vida atractivo, pero exigente.
En esos encuentros multitudinarios con los jóvenes –entre
ellos las Jornadas Mundiales de la Juventud que él creó– veíamos a jóvenes con
su mochila y saco de dormir al hombro, alegres sin tomar alcohol, sin
caprichos, que acudían a la llamada de un hombre mayor, de un anciano cada vez
con más achaques físicos, pero con una capacidad de convocatoria jamás vista.
La fuerza de Juan Pablo II radicaba en su
personalidad; no disfrazaba la verdad con su oratoria; ahí radicaba su secreto:
en su honestidad y transparencia, a la vez que en su valentía para proclamar la
verdad, fuera quien fuera el interlocutor.
"La verdad os hará libres".
Él quería edificar una "civilización del
amor", no del placer –que no es progreso, sino esclavitud–. "No
grabéis un contenido deformado, empobrecido y falseado en el proyecto de
vuestra vida: el amor se complace en la verdad. Buscadla donde se encuentre de
veras. Si es necesario, sed decididos en ir contracorriente de las opiniones
que circulan y de los eslóganes propagandísticos".
Hoy, nuestras calles, medios de comunicación, en definitiva,
nuestra sociedad está llena de mensajes hedonistas y superficiales; el hombre
solo será libre cuando descubra que la felicidad no está en el placer efímero
sino en la vivencia de una vida auténtica, fundada sobre sólidos principios.
"La raíz del mal está en el corazón del hombre.
El remedio también está en el corazón".
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