Dios es mucho más
potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que las pantallas
de nuestro mundo inquieto y confuso.
Una farola humilde, pequeña, luminosa. Las
estrellas no pueden competir con ella. ¿Por qué? Porque la luz cercana es capaz
de eclipsar astros potentes que envían inmensos rayos de luz desde muy lejos, a
muchos millones de kilómetros de distancia.
Así ocurre también con la luz de Dios si la convertimos en algo lejano, casi
invisible. Preferimos una farola cercana a ese rayo de esperanza que vino al
mundo para iluminar a cada hombre. Preferimos un juego, un placer, un rato de
sueño, un libro apasionante, mientras no tenemos tiempo para escuchar la voz de
un Padre que habla en lo más íntimo de cada conciencia.
¿Por qué hemos dejado que Dios se "eclipse" ante tantas farolas de la
vida moderna? ¿Por qué no permitimos que su luz llegue a nuestros corazones?
¿Por qué no lo escuchamos en su Hijo Jesucristo?
Para ver estrellas maravillosas hay que alejarse de aquellas farolas que
impiden ver las hermosuras de nuestro cielo. Para escuchar a Dios hemos de
apartarnos de hábitos de pecado, de apegos a bienes materiales o espirituales,
para lanzarnos a la aventura de la escucha de la Palabra.
Dios es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o
que las pantallas de nuestro mundo inquieto y confuso. Si damos un paso
decidido hacia espacios nuevos, dejaremos que la Luz brille en los corazones.
Entonces sentiremos, en lo más íntimo del alma, una seguridad inigualable: la
que nace cuando descubrimos, por vivir en la Luz, que somos amados por un Padre
bueno.
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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