Amar es penetrar en la otra
persona y fundirse en ella. En ese acto uno conoce y se conoce a sí mismo, conoce
a toda la humanidad -y a la vez no “conoce” nada. Si tenemos en cuenta que el
amor únicamente brota de la espiritualidad, que es consciencia, conocimiento y
obras adecuadas, podemos decir, con acierto, que el amor es la única forma que
existe de conocimiento. En el acto de amar, de entregarse, en el acto de
penetrar en la otra persona, uno se encuentra a sí mismo, se descubre, se
descubre a ambos, descubre a la humanidad. Este acto de amar trasciende al
pensamiento y a las palabras, pues supone una zambullida en la experiencia de
la Unión. Sin embargo, el conocimiento de la mente y del pensamiento es una
condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar. Tenemos que
conocer a la otra persona y a nosotros mismos objetivamente para poder ver la
realidad o, más bien, para dejar de lado las ilusiones, la imagen distorsionada
de la realidad. Sólo conociendo objetivamente a un ser humano puede conocerse
en su esencia en el acto de amar.
Estar plenamente presente ante una persona es un verdadero acto de amor. Cuando
somos íntegramente conscientes nadie nos parece un extraño, ni nosotros mismos
ni los demás. Amar significa ver a las personas, las situaciones y las cosas
como realmente son, no como nos las imaginamos, y no reaccionar inconscientemente
ante ellas, sino proceder consciente y adecuadamente. El amor auténtico
únicamente brota de la consciencia, de la comprensión y del conocimiento. Sólo
en la medida en que una persona es capaz de ver a otra tal y como realmente es,
aquí y ahora, no como es en su memoria, deseo o imaginación, puede realmente
amarla. Si el amor no nace de la consciencia no será a la persona a la que
“amemos”, sino a la idea que nos hemos formado de ella. Entonces la desearemos
como objeto de nuestra avidez, pero no la amaremos por sí misma. Muchos se
creen enamorados y románticos cuando en verdad sólo están deseando a una imagen
mental. No, no es fácil ver ni todos los entendimientos están preparados para
conocer la verdad. Es preciso ser conscientes de la ignorancia que a todos nos
limita con relación a la verdad. Mas para ver con claridad la realidad de las
cosas no necesitamos de ningún complejo conocimiento, sólo sencillez, en muchos
casos valor y, en todos, amor.
Es preciso ver las clasificaciones, los clichés que se tienen en la mente, si
se quiere responder adecuadamente a la realidad. Es muy fácil aplicarle a
alguien una etiqueta, pues esta es fruto de la pereza mental. En cambio, es
difícil y arriesgado ver a las personas en su singularidad. Tal vez lo que vemos
en las demás personas como defectos no lo sean en absoluto, sino que, en
realidad, puede que sean algo hacia lo que la propia educación y circunstancias
personales nos hacen sentir aversión. Al verlas con amor y comprendiéndolas les
estamos ofreciendo un don infinitamente más valioso que cualquier acto de
servicio que podamos prestarles porque, al hacerlo, las hemos transformado, las
hemos creado en nuestro corazón y, también, ellas experimentarán realmente una
auténtica transformación.
La opinión y el juicio son un obstáculo al amor y la sensibilidad. Cuando
llegamos a una conclusión sobre una persona, cosa o situación, nos quedamos
fijos en un punto y renunciamos a la sensibilidad, nos predisponemos y sólo
vemos a esa persona o cosa desde nuestra predisposición o prejuicio. De esa
forma dejamos de ver realmente a esa persona. Es imposible que podamos ser
sensibles a alguien a quien ni siquiera vemos.
Es necesario tener cuidado con las creencias y con los prejuicios, que son la
programación de la propia mente. Si miramos a nuestro interior y estudiamos
nuestras reacciones frente a las personas y las situaciones sentiremos horror
al descubrir la cantidad de prejuicios que subyacen a nuestras reacciones. Casi
nunca respondemos a la realidad concreta de la persona o situación que tenemos
delante, pues prejuicios y creencias, deseos, miedo y egoísmo dan forma a
nuestras reacciones. Es imprescindible ser conscientes de nuestras relaciones y
de nuestras reacciones. Cada vez que estamos en la presencia de una persona, en
la situación que sea, tenemos toda clase de reacciones, positivas y negativas.
Debemos estudiar esas reacciones y mirar de donde vienen, sin deseos ni
intenciones. Ese es el principio del conocimiento.
El mundo fue creado como una escuela en la que aprender, no fue establecido con
la finalidad de que encontremos placer, ni para obtener posesiones, ni siquiera
con el anhelo de más tarde cambiarlo. Si, por ejemplo, reaccionamos ante una
persona irritándonos, la causa de nuestra reacción no se encuentra en esa
persona, sino en nosotros mismos. Si vemos esto con nitidez nos daremos cuenta
cómo es esa persona la que nos ofrece la oportunidad de aprender y, en vez de
estar sometidos a emociones negativas, actuar con libertad. A partir de
entonces no sólo no nos importará vivir situaciones que hagan surgir nuestros
aspectos oscuros, sino que agradeceremos a Dios que surjan.
No, saber amar no es un defecto o una habilidad innata del carácter, sino que
es un arte que se perfecciona cuando se vive consciente y se obra
adecuadamente. Para amar bien tenemos que comprendernos a nosotros mismos, ver
nuestros motivos más recónditos, nuestras emociones y deseos. También es
necesario que seamos sensibles. El amor consciente y sensible adopta las formas
más insospechadas y se desenvuelve sin pautas preconcebidas, atendiendo a la
realidad concreta del momento presente.
El pensamiento siempre es limitado y está contaminado por la sociedad y por el
ego. Creemos equivocadamente que nuestros pensamientos son fruto de nuestras
mentes, cuando en realidad son producto de nuestro corazón. Primero sentimos y
después la mente elabora un razonamiento que apoye al sentimiento.
Las palabras y los pensamientos producen la ilusión de que el objeto a que se
refieren son permanentes, y con ello engañan. Normalmente vivimos nuestras
existencias desde la mente, muy desconectados del corazón. Por eso la vida de
muchas personas se pierde en palabras y en conceptos que carecen de toda
realidad. Imaginemos un río, la palabra “río” no puede expresar la realidad del
agua que fluye. De forma análoga, el amor sólo puede existir si surge del
corazón, mientras que si sólo es una palabra no es nada. Sólo cuando sintamos
fluir el amor de nuestro corazón tendremos una idea de lo que es el amor.
Muchos seres humanos viven sus vidas como si estuvieran reclusos en una prisión
y no pudieran entrar en contacto con la riqueza de la Vida y del amor. Es
imposible tener el hábito de ser consciente o de amar. Cuántos de nosotros nos
hemos sentado a la orilla del mar, asombrados por su grandeza y su misterio,
cuando por el contrario los pescadores no suelen vivir estos sentimientos
porque faenan en él y el hábito les embota. Las personas se forman una idea
invariable de las cosas y se vuelven incapaces de verlas con toda su novedad y
frescura. Lo único que alcanzan a “ver” es la misma idea insípida, espesa y
aburrida que tienen en sus mentes. Así es como casi todo el mundo se relaciona,
con las personas y las cosas, de esa forma torpe generada por el hábito y la costumbre,
como si tuvieran conectado un piloto automático y fueran dormidos.
El desamor y la infelicidad nacen de las creencias que se tienen en la mente.
Estas hacen que la realidad de la Vida se perciba de una manera deformada. Si
miramos a nuestro alrededor seguramente no encontraremos a nadie verdaderamente
feliz, sin temores, ansiedades o preocupaciones. Es absurdo buscar la
felicidad, podríamos poseer el mundo entero y no encontrarla. En nuestro
interior sabemos que todo esto es cierto, pero seguimos empeñados en derrochar
energías, en perder la Vida tratando de obtener lo que no va a hacernos
felices. Pensamos que si se realizan nuestros deseos seremos felices, pero eso
no es cierto. Lo único que puede proporcionarnos el cumplimiento de un deseo es
un instante de placer y de emoción, que no tenemos que confundir con la
felicidad. La felicidad es un estado del ser que no se puede describir, que no
se puede explicar con palabras, y que surge cuando no es buscada o deseada,
cuando somos conscientes, amamos y obramos adecuadamente.
Se piensa en palabras y todo pensar es verbalización. Se verbaliza y se nombra
cuando se da un nombre a cualquier cosa que se experimenta, se ve o se siente.
Entonces la palabra se vuelve extraordinariamente importante. A palabras como
amor, Dios, India, socialismo, capitalismo, cristiano, americano, etc. se le da
un significado extraordinario y hace a las personas esclavas de ellas. Pero no
tiene sentido preguntarse cómo librarse de las palabras.
Cuando la mente no está obstruida por palabras el pensar no es un pensar tal y
como lo conocemos, sino que se convierte en una actividad en la que no hay
palabras ni símbolos. Por eso la mente carece entonces de fronteras, pues la
palabra es una frontera que nos limita la existencia. La palabra crea la
limitación, y la mente que no está funcionando a base de palabras no tiene
limitación alguna, no tiene fronteras ni está amarrada.
La palabra despierta toda clase de ideas, de divisiones y de desamor. Pero para
descubrir qué es el amor la mente debe encontrarse libre de esa palabra y de su
significado. Para comprendernos unos a otros necesitamos no estar presos en las
palabras. Una palabra como Dios, por ejemplo, puede tener un significado
especial para unas personas, mientras que para otras puede que tenga un
significado totalmente distinto o, sencillamente, que no tenga ninguno en
absoluto. Por esto es imposible que nos podamos comunicar si no tenemos la
intención de comprender las simples palabras e ir más allá de éstas.
La mente está compuesta entre otras cosas de palabras. Palabras como Dios, amor
o verdad ejercen un efecto profundo sobre la mente. Si no somos libres de ellas
seremos incapaces de enfrentarnos al hecho de cualquier impureza, como por
ejemplo el desamor. Cuando podemos mirar directamente el hecho que se llama
“desamor”, el hecho mismo de ver nos transforma, todo lo contrario de lo que
ocurre si nos empeñamos en hacer algo con respecto al hecho. En tanto una
persona esté pensando en librarse del desamor o de cultivar el amor mediante el
ideal del amor está distraída, no se enfrenta con el hecho, y la palabra misma
“desamor” es una distracción respecto del hecho.
No se puede hacer surgir el amor mediante ningún esfuerzo, como tampoco se
puede “alcanzar” la felicidad. El esfuerzo puede modificar el comportamiento
pero no puede modificarle a uno mismo. Puede hacer que nos quedemos en la cama,
pero no producir el sueño, puede realizar actos de servicio, pero no puede
hacer surgir la espiritualidad o el amor. Todo lo que se puede hacer a base de
esfuerzo es reprimir, pero no producir un verdadero cambio. Muchos se
encuentran siempre insatisfechos con ellos mismos y deseando cambiar. Pero ese
deseo sólo los convierten en intolerantes y violentos con ellos mismos y con
los demás. Cualquier cambio de comportamiento que conseguimos efectuar mediante
el esfuerzo va siempre acompañado de conflicto interno y de lucha. No vemos que
la transformación no nos llega por el esfuerzo. Éste sólo puede modificar la
conducta, pero no nos transforma. Por él sólo reprimimos, encubrimos el
verdadero mal.
La transformación sólo nace del conocimiento y la comprensión. Si comprendemos
nuestra infelicidad ésta desaparecerá y dará paso al estado de felicidad; si
comprendemos nuestros temores éstos se disolverán y el estado que resulte será
el amor. Si comprendemos nuestros apegos éstos se desvanecerán y la
consecuencia será la libertad. El amor, la libertad y la felicidad no son cosas
que podamos cultivar y producir, ni siquiera podemos saber en qué consisten.
Todo lo que podemos hacer es ver la realidad, obrar apropiadamente y dejar que
surjan.
La infelicidad y el dolor que provoca la falta de amor y la soledad no se puede
curar con la compañía, sino con el contacto con la realidad, la comprensión y
el conocimiento. Sólo tenemos que abrir los ojos y ver que no necesitamos en
absoluto eso a lo que estamos tan apegados, que hemos sido programados y
condicionados desde nuestro nacimiento para creer que no podemos ser felices
sin esa persona o cosa determinada.
El amor no puede encerrarse en una sola persona, sin embargo es de lo que
tratan todas las tragedias y los dramas famosos como “Romeo y Julieta” o “lo
que el viento se llevó”. Es imposible que la inmensidad del verdadero amor se
pueda contener en una o en algunas personas.
Casi todo el mundo espera poder alcanzar la felicidad mediante el amor de otras
personas. Muchos tienen en el fondo de su corazón la esperanza de encontrar a
alguien que los ame y salir así de la gris monotonía de sus vidas. Pero este no
es el camino, esperar eso es un absurdo más de nuestras vidas. Ninguna cosa o
persona que no seamos nosotros mismos tiene el poder de hacernos felices o
desgraciados. Seamos o no conscientes de ello somos nosotros, y nadie más que
nosotros, quienes decidimos permitir que surja la felicidad o ser desdichados,
según nos aferremos ignorantemente o no al objeto de nuestro apego.
Un error que comete la mayoría de las personas es tratar de construirse un nido
estable en el flujo constante de la Vida. Si queremos ser importantes para una
persona y significar algo en su vida, si queremos que esa persona nos ame y se
preocupe por nosotros de una manera especial, tenemos que abrir los ojos y
comprobar que estamos cometiendo la necedad de invitar a otro ser humano a
reservarnos para él, a limitar nuestra libertad en su propio provecho, a
controlar nuestra conducta, crecimiento y desarrollo de forma que éstos se
acomoden a sus propios intereses. Es como si nos dijeran “si quieres ser
alguien especial para mi debes aceptar mis condiciones, porque en el momento en
que dejes de responder a mis expectativas dejarás de ser especial para mi”. Si
queremos ser alguien especial para otra persona es preciso que paguemos un
precio en forma de pérdida de libertad. Tendremos que danzar al son de esa otra
persona, del mismo modo que exigimos que los demás dancen a nuestro propio son
si desean ser para nosotros algo especial. Es necesario que nos detengamos y
reflexionemos si merece la pena pagar tanto por tan poco.
Tenemos que ser, sencillamente, nosotros mismos. Las personas más allegadas
pueden comunicarnos de mil maneras que somos algo muy especial para ellas. Pero
eso sólo habla de su actual disposición respecto a nosotros, y sólo debemos
estar agradecidos por su compañía, pero no por su cumplido. En el mismo
instante en que nos sintamos halagados perderemos nuestra libertad, porque en
adelante no dejaremos de esforzarnos para que no cambien de opinión.
El ser humano casi siempre trata, consciente o inconscientemente, de sintonizar
con las reacciones de los demás y marchar al ritmo de sus exigencias. Es muy
importante librarse de mendigar el consuelo y las palabras de ánimo y
aprobación. Externamente todo seguirá como antes y nosotros seguiremos estando
en el mundo, pero internamente seremos más libres y estaremos absolutamente
solos. Únicamente en esa soledad, en ese aislamiento, desaparecerán las
dependencias y el deseo, y brotará la capacidad para amar, porque ya no veremos
a las demás personas como medios para satisfacer nuestras adicciones. Sólo
quien lo ha intentado conoce el terror de semejante proceso de purificación, su
nombre es morir.
Ser espirituales supone negarse a disfrutar de ninguna palabra de ánimo,
aprecio o aprobación. Significa no depender emocionalmente de nadie, de manera
que ninguna persona tiene el poder de hacernos felices o desdichados, es vivir
sin necesitar a ninguna persona en particular, sin ser especiales para nadie ni
considerar a nadie de nuestra propiedad. Entonces nuestro ego tratará desesperadamente
de embotar esta sensibilidad, porque se verá despojado de su sustento y sin
nadie a quien aferrarse.
Amar a las personas es morir a la necesidad de las mismas, es consciencia,
comprensión y sensibilidad, pero esta forma de vida sólo puede surgir de la
espiritualidad. Si alguna vez nos permitimos mirar, será nuestra muerte. Amar
es mirar y mirar es morir.
3672aed9-a79a-330c-a768-b7b015665e6c