¿Castañuelas, panderetas? ¡Bien! Pero no
olvidemos que Dios, cuando comience a hablar nos va a pedir: Niégate a ti
mismo, toma tu cruz y sígueme.
En general, la Navidad toma la
encarnación del Verbo de Dios en la parte más descomprometida e infantil. Es un
niño quien ha nacido. Y un niño no dice cosas serias. Este Niño Dios no ha
dicho todavía “Sed perfectos”, ni “sepulcros blanqueados”, ni “vende tus bienes
y sígueme” ni “Yo soy la Verdad y la Luz”. Todavía está callado este niño. Y
nos aprovechamos de su silencio para comprarle el Amor barato, a precio de
villancicos y panderetas.
En esa Nochebuena no intuimos el tremendo compromiso que adquirimos los
humanos. Como es un Niño el que nos ha nacido, no percibimos la Ley y el
Compromiso serio, que nos trae debajo de su débil brazo. En torno a un niño
todo parece ser cosa de juego y de algarabía. ¿También con el Niño Dios?
A qué nos compromete la Encarnación del Hijo de Dios? ¿Qué nos quiere decir a
nosotros hoy la Encarnación?
A Belén se acercarán este año:
- El Papa, llevándole a Jesús todas las luces y sombras, las alegrías y las
tristezas de la Iglesia.
- Los obispos y sacerdotes de todo el mundo, llevando a sus espaldas sus
diócesis y parroquias, sus movimientos y grupos, para regalárselos a Jesús.
- Religiosos y religiosas, con sus corazones consagrados y sus ansias de
seguirle en pobreza, castidad y obediencia.
- Misioneros y misioneras, dispuestas a aprender las lecciones de esa cátedra
de Belén.
- Laicos, admirados o indiferentes, despiertos y somnolientos, santos y
pecadores, sanos y enfermos, jóvenes y adultos, niños y ancianos.
¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nacerá en cada uno de
nosotros, ese Niño Dios?
Navidad no son las luces de colores, ni las guirnaldas que
adornan las puertas y ventanas de las casas, ni las avenidas engalanadas, ni
los árboles decorados con cintas y bolas brillantes, ni la pólvora que ilumina
y truena.
Navidad no son los almacenes en oferta. Navidad no son los
regalos que demos y recibimos, ni las tarjetas que enviamos a los amigos, ni
las fiestas que celebramos. Navidad no son Papá Noel, ni santa Claus, ni los
Reyes Magos que traen regalos. Navidad no son las comidas especiales. Navidad
no es ni siquiera el pesebre que construimos, ni la novena que rezamos, ni los
villancicos que cantamos alegres.
Navidad es Dios que se hace hombre como nosotros porque nos
ama y nos pide un rincón de nuestro corazón para nacer. Por eso, ser hombre es
tremendamente importante, pues Dios quiso hacerse hombre. Y hay que llevar
nuestra dignidad humana como la llevó el Hijo de Dios Encarnado. Por eso,
Navidad es tremendamente exigente porque Dios pide a gritos un hueco limpio en
nuestra alma para nacer un año más. ¿Se lo daremos?
Navidad es una joven virgen que da a luz al Hijo de Dios.
Por eso, dar a luz es tremendamente importante a la luz de la Encarnación,
porque Dios quiso que una mujer del género humano le diese a luz en una gruta
de Belén. Tener un hijo es tremendamente comprometedor, pues Jesús fue dado a
luz por María. No es lo mismo tener o tener un hijo; no es lo mismo querer
tenerlo o no tenerlo. Navidad invita al don de la vida, no a impedir la vida.
Navidad es un niño pequeño recostado en un pesebre. Por eso
es tan tremendamente importante ser niño, y niño inocente, al que debemos
educar, cuidar, tener cariño, darle buen ejemplo, alimentarle en el cuerpo y en
el alma…como hizo María. Y no explotar al niño, y no escandalizar a los niños,
y no abofetear a los niños, y no insultar a los niños.
Navidad son ángeles que cantan y traen la paz de los cielos
a la tierra. Por eso, es tremendamente importante hacer caso a los ángeles, no
jugar con ellos a supersticiones y malabarismos mágicos, sino encomendarles
nuestra vida para que nos ayuden en el camino hacia el cielo y hacerles caso a
sus inspiraciones. Por eso es tremendamente importante ser constructores de paz
y no fautores de guerras.
Navidad son pastores que se acercan desde su humildad,
limpieza y sencillez. Por eso, es tremendamente importante que no hagamos
discriminaciones a nadie, y que si tenemos que dar preferencia a alguien que
sean a los pobres, humildes, ignorantes. Quien se toma en serio la Encarnación
del Hijo de Dios tiene que dar cabida en su corazón a los más desvalidos de la
sociedad, pues de ellos es el Reino de los cielos.
Navidad es esa estrella en mi camino que luce y me invita a
seguirla, aunque tenga que caminar por desiertos polvorientos, por caminos de
dudas cuando desaparece esa estrella. La Encarnación me compromete
tremendamente a hacer caso a todos esos signos que Dios me envía para que me
encamine hacia Belén, siguiendo el claroscuro de la fe.
Navidad es anticipo de la Eucaristía, porque allí, en Belén,
hay sacrificio y ¡cuán costoso!, y banquete de luz y virtudes, y ¡cuán surtidas
las virtudes de Jesús que nos sirve desde el pesebre: humildad, obediencia,
pureza, silencio, pobreza…; y las de María: pureza, fe, generosidad…y las de
José: fe, confianza y silencio!, y Belén es, finalmente, presencia que
consuela, que anima y que sonríe. Belén es Eucaristía anticipada y en germen.
Belén es tierra del pan…y ese pan tierno de Jesús necesitaba cocerse durante
esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y
Calvario. Y hasta nosotros llega ese pan de Belén en cada misa. Y lo estamos
celebrando en este año dedicado a la Eucaristía.
Navidad es ternura, bondad, sencillez, humildad. Por eso,
meterse en Belén es tremendamente comprometedor, pues Dios Encarnado sólo
bendice y sonríe al humilde y sencillo de corazón.
Navidad es una luz en medio de la oscuridad. Por eso, la
Encarnación es misterio tremendo que nos ciega por tanta luz y disipa toda
nuestras zonas oscuras. Meterse en el portal de Belén es comprometerse a
dejarse iluminar por esa luz tremenda y purificadora.
Navidad es esperanza para los que no tienen esperanza. Por
eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos lanza a la esperanza en ese
Dios Encarnado que nos viene a dar el sentido último de nuestra vida humana.
Navidad es entrega, don, generosidad. Dios Padre nos da a su
Hijo. María nos ofrece a su Hijo. Por eso, quien medita en la Encarnación no
puede tener actitudes tacañas.
Navidad es alegría para los tristes, es fe para los que
tienen miedo de creer, es solidaridad con los pobres y débiles, es
reconciliación, es misericordia y perdón, es amor para todos. ¿Entendemos el
tremendo compromiso, si entramos en Belén?
Ya desde el pesebre pende la cruz. Es más, el pesebre de Belén y la cruz del
Calvario están íntimamente relacionados, profundamente unidos entre sí. El
pesebre anuncia la cruz y la cruz es resultado y producto, fruto y consecuencia
del pesebre. Jesús nace en el pesebre de Belén para morir en la cruz del
Calvario. El niño débil e indefenso del pesebre de Belén, es el hombre débil e
indefenso que muere clavado en la cruz.
El niño que nace en el pesebre de Belén, en medio de la más absoluta pobreza,
en el silencio y la soledad del campo, en la humildad de un sitio destinado
para los animales, es el hombre que muere crucificado como un blasfemo, como un
criminal, en la cruz destinada para los esclavos, acompañado por dos
malhechores.
En su nacimiento, Jesús acepta de una vez y para siempre la voluntad de Dios, y
en el Calvario consuma y realiza plenamente ese proyecto del Padre.
¡Qué unidos están Belén y Calvario!
El pesebre es humildad; la cruz es humillación. El pesebre es pobreza; la cruz
es desprendimiento de todo, vaciamiento de sí mismo. El pesebre es aceptación
de la voluntad del Padre; la cruz es abandono en las manos del Padre. El
pesebre es silencio y soledad; la cruz es silencio de Dios, soledad interior,
abandono de los amigos. El pesebre es fragilidad, pequeñez, desamparo; la cruz
es sacrificio, don de sí mismo, entrega, dolor y sufrimiento.
Ahora sí hemos vislumbrado un poco más el misterio de Belén, el misterio de la
Navidad, el misterio de este Dios Encarnado.
¿Castañuelas, panderetas y zambombas? ¡Bien! Pero no olvidemos el compromiso
serio de este Dios Encarnado…pues en cuanto comience a hablar nos va a pedir:
“Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Entonces nos darán ganas de tirar
a una esquina la pandereta, las castañuelas y comenzar a escuchar a ese Dios
Encarnado que por amor a nosotros toma la iniciativa de venir a este mundo,
para enseñarnos el camino del bien, del amor, de la paz y de la verdadera
justicia.
Terminemos con una oración:
“Niño del pesebre, pequeño Niño Dios, hermano de los hombres. El alma se me
llena de ternura y el corazón de dicha, cuando te veo así, pequeño, pobre y
humilde, débil e indefenso, recostado en las pajas del pesebre.
Enséñame, Jesús, a apreciar lo que vale tu dulce encarnación. Ayúdame a
comprender el profundo sentido de tu presencia entre nosotros. Haz que mi
corazón sienta la grandeza de tu generosidad, la profundidad de tu humildad, la
maravilla de tu bondad y de tu amor salvador”.
Por: P. Antonio Rivero, L.C.