Algún día nos encontraremos en el cielo, lo mismo que ahora estamos
reunidos en la tierra.
¿Cómo está Cristo con nosotros, en nuestra tierra?
Cristo está presente. Cristo está aquí, en la tierra, con nosotros, y ya no
nos abandonará jamás. Está presente en los sacramentos, sobre todo en la
Eucaristía. Está presente en la comunidad cristiana. Está presente en nuestro
corazón que es un templo de Cristo y del Dios Trino
La Ascensión del Señor, nos quiere revelar algo más que su presencia
invisible en medio de nosotros. Nos revela cómo se va a acabar nuestro
destino, nuestra vida terrenal. Creo que ésta es una pregunta que nos
inquieta a todos. Y la fiesta de la Ascensión del Señor nos da la respuesta:
nuestro final será una ascensión.
Algún día nos encontraremos en el cielo, lo mismo que ahora estamos reunidos
en la tierra. Nuestra presencia en cada misa dominical, no hace más que
prefigurar, anunciar y preparar esa gran asamblea final en torno al Señor. Al
final de la misa la vida nos dispersará; pero será solo algo transitorio,
hasta que llegue la hora de nuestra ascensión final.
Todo es transitorio: alegrías, tristezas, bienes...
Porque todo lo que pasa aquí abajo en esta tierra es transitorio. Cuántas
veces nos desanimamos por cualquier contrariedad, cualquier sufrimiento y
cruz, diciendo: no es posible que Dios exista y permita estas cosas; no es
posible que Dios dirija nuestra vida y que la transforme de esta manera. Sí,
es verdad que las cosas no nos resultan siempre fáciles. Pero esperemos,
tengamos paciencia, no juzguemos hasta haber visto el final. Porque sabemos
ya por experiencia que después de la Pasión y del Calvario viene siempre la
Resurrección y la Ascensión.
Por eso, toda tristeza es transitoria. Somos desgraciados, pero solamente por
un tiempo breve.
¿Por qué recé y no me escuchó Dios? Porque Dios se reserva el derecho de
darme muchas cosas y mucho mejores que las que yo me atreví a pedirle.
¿Por qué sigo enfermo, sin fuerzas? Porque pronto quedaré curado para
siempre.
¿Por qué tengo que lamentar la muerte de una persona querida?
¿O por qué la vida me separa de los únicos con quienes me gusta vivir? Porque
pronto me encontraré reunido para siempre.
También la alegría, toda alegría de este mundo, es pasajera. Los hijos saben
que no pueden tener siempre consigo a sus padres. Los padres saben también
que no guardarán para siempre a sus pequeños. Y lo mismo la mujer a su
marido, el marido a su mujer, y así todas las personas que se aman. No existe
más que un solo lugar definitivo en el que nos juntaremos para siempre, y
este sitio no está aquí abajo en esta tierra.
Lo mismo con nuestros bienes: No podemos llevarlos con nosotros: los
perderemos todos. Algún día, nuestras manos se abrirán para entregarlos todo.
Hoy todavía estamos a tiempo de abrirlas para ofrecerlos libremente. Porque
todo lo que no ofrezcamos a Dios, lo vamos a perder.
Llevar el mundo a Dios. En todas las Misas, ofrecemos un poco de pan, un poco
de vino - en representación de nosotros mismos, de nuestras vidas, de
nuestros trabajos, de nuestros bienes. Y el sacerdote tomará todo esto y
luego lo consagrará llevándolo al mundo de Dios.
Así en cada una de nuestras Misas, un poco de nuestro mundo pasa a formar
parte del mundo del otro mundo.
En cada una de las Misas, tiene lugar la ascensión de un poco de tierra al
cielo.
En cada una de las Misas, los cristianos, estamos invitados a elevarnos, a
separarnos un poco de la tierra, a dar un paso hacia el mundo de Dios.
Preguntas para la reflexión
1. ¿He pensado en mi propia ascensión?
2. ¿Qué me costaría dejar hoy: mis bienes...?
3. ¿Vivo como si nunca fuera a dejar este mundo?
Autor: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre
Nicolás Schwizer
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
sábado, 31 de mayo de 2014
Hacia nuestra propia ascensión
viernes, 30 de mayo de 2014
Con María, recordando la Ascensión
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La Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y
esperanza…
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Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde
el glorioso Domingo de Pascua.
Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus
tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra
ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la
llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no
quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe
terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo
vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia
orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero…
necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la
Ascensión.
Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena
que me responde al alma.
- El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca
totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya
existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo
tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta
años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el
mundo debía salvarse.
- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre,
por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).
Sonríes…
Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.
- Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y
promesa, camino y esperanza… por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y
les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos
consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más
hermosas promesas.
Recuerdo claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol
brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de
Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra
enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente
cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y
esperanza para tantos hijos de mi alma..." Yo estaré siempre con ustedes
hasta el fin del mundo"
Yo presentía la partida… y Él sabía que necesitaba abrazarlo… como cuando era
pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana
angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me
abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos…:
- Gracias Madre, gracias… gracias por tu entrega generosa, por tu confianza
sin límites, por tu humildad ejemplar… gracias.
Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba
mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:
- Cuídala Juan, cuídala y hónrala… protégela y escúchala. Ella será para ti,
y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan,
pues haciéndolo… me honras.
- Lo haré, Maestro, lo haré…- contestó Juan desde lo más profundo de su
corazón.
Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las
manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al
cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.
Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de
lágrimas, sentí que me miraba… y su mirada me hablaba…
- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?
- Espérame, Madre, enviaré por ti… espérame...
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús
miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a
ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Hombres de
Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado
y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir(
Hch 1,11)
Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron
acercando a mí.
- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía
que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle.
Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa.
Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús
nos enseñó, al finalizar dijo:
- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la
promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.
Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó
largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos… me sentía
madre… intensamente madre… y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a
cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: ...Hagan
todo lo que él les diga( Jn 2,5)
Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia
primera, en una humilde casa de Jerusalén.
Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó…
-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de
virtud, camino seguro hacia Jesús… compañera y amiga . Una vez más y millones
de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá,
gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras
almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a
Jesús... gracias por defendernos en el peligro… gracias por ser compañera,
compañera, compañera...
Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.
Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para
contarles las maravillas de Pentecostés… háganle sitio... es la mejor
decisión que pueden tomar... no lo duden jamás...
___________________________
(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la
Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999
NOTA
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi
imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero
no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o
visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los
ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la
imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: María Susana Rater
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jueves, 29 de mayo de 2014
El cielo es tuyo ¿Subes o te quedas?
Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos
los hombres subieran con Él a la patria eterna.
¡El domingo día de la Ascensión del Señor!
¿Qué decir a los hombres sobre ella? ¿Qué te dirás a ti mismo? La Ascensión
clava nuestra esperanza de forma inviolada en nuestra propia felicidad eterna.
Así como Jesús, tu Hijo, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo
eternizado a la patria de los justos, así el mío y el de mis hermanos, el de
todos los fieles que se esfuercen, subirá para nunca bajar, para quedarse para
siempre allí.
La Ascensión, además, es un subir, es un superarse de continuo, un no
resignarse al muladar. Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor;
mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se
para, se enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se
impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta
alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi meta, esa es mi
cima. ¿También la tuya?
Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los
hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había
escrito el nombre de todos en el cielo, también el tuyo y el mío. El cielo es
mío, el cielo es tuyo. ¿Subimos o nos quedamos? ¿Eterno muladar o eterna
gloria? Voy a prepararos un lugar. ¡Con qué emoción se lo dijiste! Dios
preparando un lugar, tu lugar, en el cielo.
Dios creó al hombre, a ti y a mí, para que, al final, viviéramos eternamente
felices en la gloria. Si te salvas, Dios consigue su plan, y tú logras tu
sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...
¡Con cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos
compañeros de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no
quiso...
Si Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, como a
Gestas, no pudo salvar. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti,
cuando le has cerrado la puerta de tu alma. Ojalá que esas lágrimas, sumadas a
su sangre, logren llevarte al cielo.
Si tú le pides con idéntica sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de
mí, Señor, cuando estés en tu Reino", de seguro escucharás también:
"Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en
el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida".
Dios es amor. El cielo lo grita.
Lo ha demostrado mil veces y de mil formas. Te lo ha demostrado a ti; se lo ha
demostrado a todos los hombres. Se lo ha probado amándoles sin medida,
perdonándoles todo y siempre; regalándoles el cielo, dándoles a su Madre. Si no
hemos sabido hacerlo, ya es hora de corresponder al amor. No podemos vivir sin
amor. La vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y
amarguras. Amar es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que
infinitamente nos ha amado.
La ascensión nuestra al cielo será el último peldaño de la escalera; será la
etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos pensar en ella, soñar
con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo será muy poco para
conquistarla. Después del cielo sólo sigue el cielo. Después del Paraíso ya no
hay nada que anhelar o esperar. Todos nuestros anhelos más profundos y
entrañables, estarán, por fin, definitivamente cumplidos. Entonces, ¿te
interesa el cielo?
¿A quién debo una felicidad tan grande? ¿A qué precio me lo ha conseguido. ¿Qué
he hecho hasta ahora por el cielo? ¿Qué hago actualmente para asegurarlo? Y, en
adelante, ¿qué pienso hacer?
Al final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por
nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume
bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y la eternidad
es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por nuestros hermanos en Dios
es lo razonable y seguro".
Autor: P. Mariano de Blas LC
miércoles, 28 de mayo de 2014
Pascua y bautismo
En este tiempo de Pascua necesitamos renovar la alegría de haber sido
bautizados.
Es una tradición de siglos: tener bautizos en la Vigilia Pascual. Niños o
adultos reciben, en esa noche maravillosa, el inmenso regalo del sacramento que
los convierte en hijos de Dios.
Hay una relación profunda, íntima, entre la Pascua y el bautismo. El pueblo de
Israel pasó entre las aguas al salir de Egipto. Alejarse de la esclavitud y del
pecado, conseguir la verdadera liberación, es posible desde la acción de Dios y
a través de un nuevo nacimiento.
Lo que prefiguraba el pasó del mar Rojo se hizo realidad en el Calvario, al
ofrecer Cristo su Cuerpo y su Sangre para la salvación del mundo; y en la
Pascua, con la Resurrección del Señor. ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con
Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo
fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3 4).
Cristo enseñó claramente la necesidad de un nuevo nacimiento en su famoso
diálogo con Nicodemo: En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua
y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Ese agua y ese
Espíritu están presentes en el Calvario: uno de los soldados le atravesó el
costado con una lanza y al instante salió sangre y agua (Jn 19,34).
Una vez purificados con las aguas de la salvación y rescatados por la
misericordia, los que acaban de ser bautizados reciben una vestidura blanca,
porque han sido lavados en la Sangre del Cordero (cf. Ap 7,13-14).
Sólo en el bautismo se consigue romper con el pecado y liberarse del dominio
del demonio. Sólo entonces inicia una vida nueva, y se entra a formar parte del
Pueblo de Dios, de la Iglesia de Cristo.
En el "Catecismo de la Iglesia Católica" encontramos numerosas
alusiones a la importancia del bautismo. Un párrafo especialmente denso recoge
estas ideas:
Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: Id por
todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado se salvará (Mc 16,15 16). El Bautismo es el primero y principal
sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por
nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4,25), a fin
de que vivamos también una vida nueva (Rm 6,4) (n. 977).
En el tiempo de Pascua necesitamos renovar la alegría de haber sido bautizados.
A partir del día maravilloso del propio bautismo, nuestra vida llegó a ser
distinta: empezamos a pensar, sentir y actuar como criaturas nuevas, como hijos
unidos al Hijo, como iluminados por el Espíritu, como miembros de una Iglesia
de hermanos que comparten la misma fe y el mismo amor.
Autor: P. Fernando Pascual LC
martes, 27 de mayo de 2014
Vive el momento presente ... para la eternidad
El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Todos los instantes de nuestra
vida son aprovechables.
El hecho de ser, de estar presentes en esta vida, de poder disponer de un
tiempo que se nos da, trae consigo una responsabilidad de infinitas dimensiones
que muchas veces no queremos o no sabemos aquilatar.
Estamos conscientes de que solo el presente, el momento presente nos pertenece.
El pasado lo vivimos, si, pero se nos fue como agua entre las manos dejándonos
tan solo la humedad perfumada de un grato recuerdo o de un triste llanto. Se
nos fue como el viento que pasa y pasa para no regresar jamás. Los instantes,
las horas, los años vividos se fueron y no volverán. El futuro es tan incierto
como el más grande de los misterios. Indescifrable e impenetrable
No nos pertenece el mañana, ni siquiera el próximo minuto, que tan solo será
nuestro si alcanzamos a vivirlo. ¿Y qué hacemos con nuestro tiempo? Ese, el del
momento presente, el que Dios nos está regalando gota a gota, hora tras hora,
día tras día... ¿Cómo empleamos nuestro tiempo.? A veces dejamos transcurrir
esas horas, horas que no volveremos a tener, sin hacer nada, con una dejadez
tonta, con un desperdicio imperdonable y falto de cordura.
Pensemos frecuentemente en esto: el gran tesoro del tiempo lo tenemos en
nuestras manos. Es el momento presente el que no se nos puede ir sin darle su
valor y de muchos presentes hacemos nuestro pasado y también estamos haciendo
un puente hacia ese futuro que está por llegar. Ese puente que nos va a
conducir a la eternidad.
El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Si empleamos ese tiempo en
crecer espiritualmente, en ser mejores, en ir limando las aristas de nuestro
carácter y temperamento con las que lastimamos a los que nos rodean, ese tiempo
será rico, lleno de paz y de alegría.
Será de un extraordinario valor si no lo usamos con la avaricia de vivirlo para
nosotros solos, sin que generosamente se lo obsequiemos a los demás. Así ese
tiempo jamás será un desperdicio y cuando nos hayamos ido siempre habrá alguien
que nos recordará porque llevará en su vida el regalo de nuestro tiempo, el
regalo de nuestra propia existencia.
Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.
No los malgastemos en críticas malsanas, en chismes, en arropar rencores, en
maldecir con envidia la suerte de otros, en herir de obra o de palabra, en
lastimar sentimientos o menospreciar al más débil
Por el contrario, valoremos y amemos esos instantes presentes para vivirlos con
intensidad, con profundidad, haciéndolos fecundos dándoles su justo valor
enriquecidos por la fe y la confianza en Dios y repartiéndolos siempre entre nuestros
semejantes.
Somos dueños de nuestro tiempo, pero no olvidemos que daremos cuenta de él
cuando ese tiempo se termine y empiece la ETERNIDAD.
Autor: Ma Esther De Ariño
lunes, 26 de mayo de 2014
¿Sabes quiénes son los galeotes?
El Espíritu Santo llega a liberarte y a ofrecerte sus dones y... ¿qué
hacemos al saberlo?
Son hombres cargados de
cadenas. Pasan su vida remando en el interior de barcos enormes y casi no ven
la luz del sol. En sus rostros no hay esperanza, ni anhelos, ni futuro, porque
nadie puede salvarles y sólo les espera el peso y lo abrumador de los días.
Los barcos surcan continuamente el mar y los galeotes, en su interior, piensan
únicamente en la comida del día y en sus penas, que les hacen suspirar sin
descanso. Entre el golpe de los remos y el ruido de las olas, sólo se oye de
vez en cuando:
- ¿Ya llega la comida? (suspiros, suspiros) La comida... ¿ya llega?
Así es la vida de los galeotes.
Pues bien, un día llegó un mensajero a bordo. Bajó hasta el interior del navío
y, desenrollando un largo pliego de papel, comenzó a leer ante el asombro de
los presos.
¡Era el nombre de un galeote y el edicto de liberación!
La bodega del barco se llenó de murmullos, y aún hablaba el mensajero cuando
los vigilantes soltaron las cadenas del galeote y le arrancaron los grilletes.
Después le alzaron agarrándole de los brazos y le pusieron un cartel colgado al
cuello que decía: "Hombre libre". El mensajero caminó hacia él y le
puso una gran suma de monedas en la mano, diciéndole:
- ¡Has sido rescatado, amigo! -y después, señalando al norte, concluyó:- Allí
¿ves?... ése es el camino de vuelta a casa.
Pero el galeote volvió a sentarse en su banco, haciendo comentarios sobre la
comida del día y sobre lo oscura que estaba la bodega donde remaban...
Ése galeote eres tú. Y si no, recuerda:
El Espíritu Santo ha llegado a liberarte y a ofrecerte sus dones y... ¿qué
hacemos al saberlo?
El próximo domingo 8 de junio celebraremos la fiesta de Pentecostés. Preparate
para recibir al Espíritu Santo, para sentirte libre de toda cadena y tener la
paz que solo Él puede traerte.
Autor: P. Miguel Segura
domingo, 25 de mayo de 2014
¿Soy ciudadano del Reino de Dios?
En la Iglesia Católica nacimos por el Bautismo para el Reino. En la Iglesia
vivimos y en la Iglesia queremos morir.
Jesús empezó la proclamación del Evangelio, apenas salido del Jordán, clamando
por todos los poblados de Galilea:
- ¡El Reino de Dios ha llegado! ¡El Reino de Dios está ya presente!...
Está presente, decía Jesús ya en su tiempo. Cuánto más lo diría ahora.
Pero falta mucho todavía para el fin. Así lo entendió aquel príncipe ruso. Era
diplomático al servicio del zar, y al morir éste fusilado con toda su familia
cuando llegó el comunismo, el fiel servidor del rey fue detenido y sometido a
juicio.
- ¿Da usted el voto al comunismo, renunciando a su difunto rey?
Fiel servidor del rey y más fiel servidor de Dios, el digno diplomático
contestó ante el tribunal revolucionario:
- No; mi voto es solamente para el reinado de Dios en la Tierra.
Condenado y desterrado, murió como sacerdote de la Iglesia Católica. Aún antes
de abrazar el catolicismo, cuando oía pronunciar el nombre del Papa se ponía en
pie y hacía una reverencia. Para este mártir de su pueblo ruso, el Reino de
Dios estaba confiado a la Iglesia Católica, puesta por Jesucristo en manos de
Pedro como Vicario suyo, como lo presenta, progresivamente, el mismo Evangelio.
Cuando nota Jesús que el ambiente está maduro entre los apóstoles, le hace a
Simón Pedro una promesa solemne:
- Tú eres Pedro, tú eres roca, y sobre esta Roca edificaré yo mi Iglesia.
Antes de morir, sabiendo que todos se van a dispersar y que iba a fallar hasta
el mismo Pedro, le encarga Jesús:
- Cuando regreses después de tu caída, confirma tú en la fe a tus hermanos.
Y una vez resucitado, Jesús cumple la promesa a Pedro, y le encarga:
- Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
Al final, dice Jesús que volverá glorioso como Rey para juzgar al mundo, y a la
Iglesia la meterá en el Reino definitivo de Dios:
- ¡Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino que os está preparado
desde el principio del mundo!
Pablo comentará como colofón de todo:
- Cristo entregará el Reino al Padre, para ser Dios todo en todas las cosas.
Y la Iglesia confiesa, conforme a la palabra del Señor, que su Reino no tendrá
fin.
Como podemos entender, esta visión del Reino y de la Iglesia es imponente.
Estamos ya en este Reino, aunque todavía no se ha consumado, pues la victoria
final no llegará hasta que el mundo termine. Ahora la Iglesia, anunciadora y
portadora del Reino, tiene que sufrir las consecuencias de un mundo
convulsionado por el pecado, y ha de aguantar persecución, porque el Reino de
los cielos padece violencia, y solamente los esforzados se hacen con él.
Al llegar el Reino, esperado por los judíos de modo espectacular, Jesús aparece
humilde, se ve rechazado hasta parar en la cruz, y les dice a los que querían
un Reino glorioso:
- El Reino de Dios no viene espectacularmente, sino que está dentro de
vosotros.
La Iglesia, sabiendo que encarna el Reino, sigue los mismos pasos del Señor.
Cuando se ve perseguida, cuando anuncia la Buena Noticia a los pobres, cuando
se derrama en mil obras de caridad, cuando camina en humildad y sencillez,
cuando hace los prodigios de amor que Jesús..., entonces está cumpliendo su
misión de establecer, consolidar y llevar adelante el Reino.
Pero nosotros no miramos el Reino solamente de un modo global --a nivel de toda
la Iglesia--, sino de manera personal, individual, dentro de mí, de mi propia persona.
Cada uno de nosotros se dice con plena convicción:
- Yo tengo la ciudadanía del Reino, vivo conforme acredita esta mi cédula de
identidad, y crezco, crezco siempre en la gracia y la santidad del Reino, hasta
que me llegue el momento de recibir el premio que el Rey me tiene prometido.
Porque Jesucristo cumple su palabra, tiene riquezas y las da. No hace como
aquel rey persa de la antigüedad, que, en guerra contra su hermano, promete a
sus soldados:
- Después de la victoria os repartiré riquezas sin cuento. Mi preocupación no
es que no voy a tener que dar, sino que no voy a contar suficientes amigos para
repartir tanto como voy a tener. Además, a cada uno de los griegos que lucháis
por mí, os daré una corona de oro.
¡Qué bonitas palabras! Aquel rey fue derrotado, murió en la batalla, las
riquezas prometidas no aparecieron por ninguna parte, y la corona de oro no se
vio jamás...
Jesucristo, sí; Jesucristo promete y da. Lo que le faltan al Rey Jesús son más
seguidores incondicionales a quienes dar después el Cielo, que será el Reino en
su consumación final.
En la Iglesia Católica nacimos por el Bautismo para el Reino. En la Iglesia
vivimos y en la Iglesia queremos morir. En la tierra estamos dentro del Reino
que lucha, y nosotros no rehuimos formar parte en la batalla. Después estaremos
en el Reino triunfante....
Autor: Pedro García, Misionero
Claretiano
sábado, 24 de mayo de 2014
EUROPA, BUSCÁNDOSE A SI MISMA
Autor: Pablo Cabellos Llorente
Las
próximas elecciones al Parlamento Europeo
son buena ocasión para plantearnos la Europa que deseamos. La mirada de este artículo no ha de ser
política, ni siquiera económica, aunque existan diversos y profundos asuntos en
estos terrenos que también postulan un análisis moral, sobre todo, porque
afectan profundamente a las personas que constituimos el Viejo Continente. Cuestiones
como el paro, la corrupción, los desechados en esas periferias de la
existencia, a las que se refiere a menudo el Papa Francisco, bien merecen
ahondar.
Porque
quizá en el fondo de esos y otros problemas subyazca la misma idea de Europa
que tuvieron sus fundadores o que poseamos ahora. Y eso al margen de su propia
organización, capacidad legislativa, estructuras técnicas, etc. ¿Qué es Europa?
¿Qué deseamos que sea Europa? Pienso que lo intentado por Adenauer, Monnet, de
Gásperi y Schuman, a partir de la conocida Declaración del último, era la idea
de una Europa solidaria sobre el sustrato de sus raíces cristianas.
Desde
luego, no pensaron en una Europa confesional, pero sí en una unión de países
que no renunciara a su pasado porque sólo sobre ese humus podría edificarse
también la diversidad. La pluralidad no exige el vaciamiento del propio ser,
sino la integración de todos en lo previo, en la substancia. Sin eso nada resta
para integrarse. Sería como el bosque de Calicanto: una rayo dormido con el
silencio cómplice, quemó las raíces, reduciendo el bosque a cenizas. Ser
cristiano en nuestro tiempo –escribía Juan Pablo II- significa ser artífice de
comunión en la Iglesia y en la sociedad. A tal fin ayudan un espíritu abierto
hacia los hermanos, la mutua comprensión y la prontitud en la cooperación
mediante un generoso intercambio de los bienes culturales y espirituales.
Es
evidente que en la Europa de nuestro tiempo conviven diversas culturas y razas.
Tal vez por eso, cuando se intentó elaborar una Constitución Europea, luego no
lograda, algunos persiguieron eliminar las referidas raíces. Pero el tema no es
baladí porque, creyentes o no creyentes, pensamos más o menos a partir de los
conceptos y una cultura que nos ha legado una tradición judeocristiana y
grecolatina. Olvidar todo eso equivale a la renuncia de lo que somos, aún al
margen de nuestras diferencias.
Concluyo
con aquellas conocidísimas palabras de Juan Pablo II: Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia
universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de
amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes.
Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu
historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu
unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las
genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles
consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu
grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan
ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para
el mundo.
María, eres mi madre y mi maestra
Es María Santísima quien me abre la puerta del Corazón de Jesús, quien me
enseña a amarlo.
¡Oh, María, no sólo eres mi madre,
sino también mi maestra, y quiero ser una obra maestra en tus manos! Alfarera
divina, estoy ante ti como un cantarillo roto, pero con mi mismo barro puedes
hacer otro a tu gusto. ¡Hazlo! Toma mi barro, el barro de mis dificultades, de
mis problemas, de mis defectos, de mis pecados. Toma ese barro, ese barro que
se ha deshecho tantas veces por obra de Satanás, del mundo, de las tentaciones,
de la carne, y construye otro cantarillo nuevo, mejor que el del principio.
Quiero ser santo en tu escuela, María; quiero ser un gran sacerdote en tu
escuela, quiero ser un gran apóstol en tu escuela, María de Nazaret.
Quiero, en la escuela de María de Nazaret, aprender el arte de vivir. Maestra,
sobre todo, del amor a Jesús. Si en algo ella ha sido maestra, ha sido en el
amor. Por eso, si es el amor el que nos va a salvar, el único que nos va a
salvar, nos importa ir a esa escuela donde hay una maestra sublime, excelsa, en
el arte, precisamente, de amar. Ninguna criatura ha amado tanto, y tan bien
como María, a Dios. Ninguna criatura ha amado y ama a los hombres como Ella,
porque es su Madre. Por tanto, Ella es la persona que mejor nos puede enseñar a
nosotros a amar.
Se es fiel, sólo por amor. Se es auténticamente feliz, sólo en el amor. Se es
idéntico, sólo amando. Si esto es verdad, la gran fuerza, la única fuerza,
capaz de arrancarnos de nuestro egoísmo y lanzarnos hacia Dios y hacia nuestros
hermanos, es el amor. Pues bien, María de Nazaret tiene una escuela de amor. Es
una maestra insigne, y a nosotros, sus hijos predilectos, nadie mejor que Ella
nos puede enseñar el amor.
María, se ha dicho, es el camino más corto y más hermoso para llegar a Jesús.
El camino más fácil para conocer al Hijo es el corazón de su Madre. Yo tendré
un santo orgullo en decir que fue María Santísima quien me abrió la puerta del
Corazón de Jesús. Quien me enseñó a amarlo.
Decía San Pablo, también, "¿Quién me arrancará del amor a Cristo?" Yo
quiero decir lo mismo, pero añadir también estas palabras: "¿Quién me
arrancará del amor a mi Madre?." Un santo decía:" "Creo en mi
nada unida a Cristo". Yo también quiero decirlo: "Creo en mi nada
unida a Cristo." Pero también quiero decir: "creo en mi nada unida a María Santísima".
Autor: P. Mariano de Blas LC
viernes, 23 de mayo de 2014
¿Por qué Dios se demora en contestar?
El ruego de una madre. Después de todo, estoy pidiendo algo que no sólo es
razonable, sino bueno y necesario para ellos.
El dolor y el sufrimiento que una madre pasa en una prueba familiar es
palpable. Desearía poder dar una respuesta fácil.
Desafortunadamente, temo que no va a gustar mucho mi respuesta porque es muy
difícil y creo que por eso su alma está buscando certezas.
¿Por qué Dios no responde a mis plegarias de la manera que yo quiero que
lo haga?
Después de todo, usted está pidiendo algo que no sólo es razonable, sino bueno
y, tal parece, necesario. Entonces, ¿por qué Dios se demora? Permítame
contestar a esa pregunta con otra pregunta: ¿Qué tan firmemente cree usted que
Dios ama a sus hijos, incluso mucho más que usted? Sabemos que Él los ama - no
porque el amor de usted sea insignificante, sino porque su amor es infinito. El
amor que usted tiene por sus hijos, tan fuerte y apasionado, es sólo un reflejo
del amor infinito que Dios tiene por ellos. Al mismo tiempo, Dios es
todopoderoso. Entonces, por la fe sabemos que si Dios está permitiendo esta
cruz, Él tiene sus motivos y les dará una serie de gloriosos domingos de
resurrección a partir de lo que parece esta sucesión sin fin de viernes santos.
En tiempos de crisis, debemos ejercitar nuestra fe de manera premeditada.
Además, deliberadamente y con valor, debemos acordarnos que el propósito último
de Dios es llevar a cada persona hacia una comunión cada vez más profunda con
Él. Esta comunión comienza y crece aquí en la tierra, pero alcanza su plenitud
sólo en el cielo. Las batallas, luchas, penas y, muchas veces, los sufrimientos
terribles que enfrentamos en nuestra peregrinación terrenal son inevitables en
un mundo caído; pero Dios, lejos de estar ausente en medio de ellos, los ha
transformado en canales de gracia, en gimnasios de virtud y puentes hacia una
mayor sabiduría, compasión y madurez espiritual.
Ayudas prácticas
Usted siente que su fe está siendo probada por su situación actual. Esto debe
ponerla de rodillas más frecuentemente - y tal parece que eso es lo que Dios le
está pidiendo al empujarla fuera de su zona de confort espiritual. Él está
purificando su fe y una fe más pura la llevará hacia una mayor unión con el
Sagrado Corazón. Como el apóstol Santiago lo explica: Considerad como un
gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo
que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento;
pero la paciencia ha de ser acompañada de obras perfectas para que seáis
perfectos e íntegros sin que dejéis nada que desear. (Santiago 1,2-4)
En este período de sufrimiento, puede encontrar ánimo leyendo algunos escritos
espirituales. Usted no está sola en esta prueba, es miembro del Cuerpo Místico
de Cristo. Inspirarse en las vidas de los santos, y de otros cristianos,
quienes han sobrellevado sufrimientos tremendos en su camino hacia la santidad
le dará ánimo, la guiará y la edificará. Lea, por ejemplo Mártires del siglo
veinte, de Robert Royals o Ven, sé mi luz, de la Madre Teresa de Calcuta o He
Leadeth Me del Padre Walter Ciszek, S.J. Debemos, a propósito, llenar nuestra
imaginación con recordatorios de que Dios trabaja a través del sufrimiento, de
otra manera nuestra fe y nuestra esperanza disminuirán y caeremos en el espiral
cegador de la frustración y el desánimo donde somos vulnerables del más
mortífero de los pecados: el orgullo.
Cuando el amor de una madre se siente impotente
¿Qué puede decirles a sus hijos, qué puede usted hacer por ellos para que su
fe no decaiga?
La respuesta a esta pregunta va a gustarle menos que la que le di
anteriormente. Permítame comenzar citando palabras de Nuestro Señor a san Pedro
al final del Evangelio de Juan, cuando Pedro le preguntó a Jesús sobre qué le
iba a pasar al otro discípulo (san Juan): ¿Señor, y éste, ¿qué? San
Pedro quería saber que era lo que le esperaba al discípulo más joven, quizá
debido a que lo quería tanto y estaba preocupado por él y Jesús responde de
manera cortante Si yo quiero que se quede hasta que yo venga ¿qué te
importa? Tú, sígueme (Juan 21,22). Jesús frenó la preocupación y ansiedad
de Pedro diciéndole que permaneciera concentrado en su propio apostolado y
confiara en que Jesús se haría cargo del resto.
Su corazón de madre anhela consolar a sus hijos, salvarlos del sufrimiento,
rodearlos de luz, afecto y éxito. Esto es correcto, es saludable y es verdad, y
aun así, al final no puede usted determinar cómo responderán ellos a la gracia
de Dios. Por más que usted quiera asegurar que ellos conserven la fe, busquen a
Dios y crezcan en santidad, no puede hacerlo, sólo puede hacer lo que a usted
le toca. Al final, cada uno de sus hijos es responsable de su propia relación
con Dios, cada uno de ellos es responsable de cómo enfrenta la crisis actual,
cada uno es libre para crecer en paciencia, humildad, sabiduría y valor, o para
rebelarse contra Dios, quien nos ama tanto que rehúsa evitarnos las
dificultades...Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los
hijos que acoge. (Hebreos 12,6).
Aprendiendo a dejar ir y a dejar a Dios
Cuando sus hijos eran pequeños, usted podía controlar más directamente lo que
los rodeaba e incluso sus reacciones. Entonces dependían más de usted. Pero
ahora sólo puede influir en ellos y sus circunstancias de manera indirecta.
Aceptar tranquilamente las limitaciones de su influencia dará gran gloria a
Dios, porque elevará su confianza en Él a un nuevo nivel. Y si, en medio de
esta prueba, alguno de sus hijos se revela contra Dios, usted debe conservar su
paz interior a través de la oración y la confianza, mientras ofrece a Dios el
sufrimiento que pueda experimentar. Después de todo, aun si en ellos hubiera
una rebelión violenta, éste no es el final de la historia - la historia sólo
termina el día del Juicio.
Recuerde, Dios ama a sus hijos aún mas de lo que usted los ama y
Él honrara su amor de madre por ellos mucho más de lo que puede imaginar,
siempre y cuando sea un amor puro, y su amor por Dios y su confianza en Él
permanezcan en el primer lugar. Así que continúe haciendo lo que pueda para dar
apoyo y valor a sus hijos y para ayudarlos a llevar sus cruces, a través de sus
oraciones, su ejemplo y cualquier palabra y obra que las circunstancias le
permitan.
Pero -cuantas veces sea necesario- renuncie en su corazón y en su mente al
control que le gustaría tener. Salvarlos no depende de usted, sólo puede ser un
instrumento de la gracia de Dios hasta donde Él lo permita.
Dios es Dios, nosotros no somos Dios, y con Dios de nuestro lado ¿quién
contra nosotros? (Romanos 8,31). Sabemos que en todas las cosas
interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados
según su designio (Romanos 8,28). Ésa es nuestra seguridad, nuestra
esperanza, nuestra roca y nuestro refugio.
Autor: P. John Bartunek, L.C
jueves, 22 de mayo de 2014
Hoy voy a hablar contigo de Ella, de tu Madre, de mi Madre
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Es mayo, Señor, y la Iglesia que tu fundaste le ha dedicado este mes a
María. Señor, Jesús, gracias porque tu Madre es mi Madre.
Es mayo, Señor, y la Iglesia que tu fundaste le ha dedicado este mes a María.
Vengo ante ti, la Capilla está vacía y en este silencio y soledad encuentro
el momento propicio para hablar un rato contigo... podemos hablar de muchas
cosas.... y traigo en el alma tantas penas, tantas preocupaciones, tantos
desvelos, todos encerrados en mi "pequeño mundo", pero no. Hoy no
te voy a hablar de mi, tu me conoces, tu lo sabes todo, Señor..
Hoy voy a hablar contigo de Ella, de tu Madre, de mi Madre, porque tu me la
diste, me la entregaste desde la Cruz donde ya estabas a punto de morir.
Los brazos de María son los primeros que te arroparon allá, en una noche fría
pero la más bella y buena de todas las noches y así empezaste a conocer lo
que es el amor y el calor de una madre. Después atravesaste montañas y
pueblos, siempre arropado en los brazos de una mujer, tu madre, que con el
corazón de latir asustado, huía a otras tierras para proteger tu vida.
Tiempo después la vuelta y la vida tranquila, sencilla y humilde en la aldea
de Nazaret... ¿Te acuerdas, Jesús del pozo donde la acompañabas a buscar el
agua? ¿Te acuerdas de sus risas, de la mirada de sus ojos dulces y hermosos,
desbordada de amor e infinita ternura?...¡Qué bonitos días, cuánta paz,
cuánto amor!.
Tu crecías.... te estabas convirtiendo en un jovencito y Ella siempre a tu
lado. Fuieste con tu "padre" y Ella a Jerusalém, entraste en el
Templo y por aquel "misterioso mandato" te quedaste a participar en
las discusiones de los grandes pensadores... y te dolía el corazón porque
sabías del dolor de "esos dos seres" tan amados al vivir la zozobra
de tu ausencia.... pero es que ya estabas empezando a cumplir tu misión...
Después volviste con "ellos" y ¡qué años tan inolvidables y
hermosos! ¡Qué unión, qué felicidad, qué hogar tan pleno de armonía y de
amor!. Cuántas veces la mirarías en el quehacer de las labores en la humilde
casa, a la hora de estar reunidos en la comida, en la oración, desbordándose
tu amor de hijo en aquella dulce y tierna mujer, sencilla pero con dignidad
de reina, alegre y dispuesta... ¡cuánto te quería, cuánto la amabas... ¿Te
acuerdas Jesús? Y un día la viste llorar... José, "tu padre" había
muerto, Ella lo amaba mucho y lloraba...y tus brazos la rodearon y Ella
apoyando su cabeza en tu pecho encontró, a pesar de su dolor, la paz.
El tiempo pasó y llegó el día...Día en que habías de "saber decir
adiós" y tenías un nudo en la garganta pero la viste a Ella con el
brillo de las lágrimas en los ojos, pero serena, otra vez "el fiat"
en su corazón, esclava a la voluntad de Dios, pero con la dignidad de reina y
señora despedirte con el más fuerte y amoroso de los abrazos, de unos brazos
que tal vez no te volverían a envolver y apretar contra su corazón hasta que
te entregaran en ellos después de bajarte de la cruz...¡qué despedida, Jesús,
qué despedida!. Así los dos nos enseñasteis a "saber decir adiós."
Seguro que alguna vez regresaste para verla y estar con Ella pero... tu
Misión había comenzado y ya no "eras suyo".
Después tu subiste al Calvario y Ella lo subió contigo para estar al pie de
la cruz. ¡Jesús, si habías tenido todos los más crueles sufrimientos que un
hombre puede tener, creo que ninguno pudo atormentar tu corazón como el
volverla a ver en aquellos momentos! y nos la diste por Madre para que sus
brazos, ya sin ti, pudieran abrazar a toda la Humanidad y en ella, a mí!.
¡Gracias, Jesús!.
¡Aleluya, Aleluya!. Otra vez Tu y Ella abrazados. ¡Madre querida, aquí estoy,
he resucitado! ¿Te acuerdas, Jesús?. ¡No hubo una mañana más hermosa para Ti
y para Ella!.
Y después el tiempo pasó...y un día, un día muy especial, Ella subió al cielo
para estar contigo, con San José, con los Santos y los ángeles en la infinita
y gloriosa presencia de Dios.
Estamos en el mes de mayo, Jesús, y hemos hecho un pequeño recuerdo de esa
gran mujer, ejemplo de todas las madres del mundo: Estrella de la mañana,
Reina de los ángeles, Virgen fiel, Virgen misericordiosa, Puerta del Cielo,
Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Reina de la Paz....
Señor, Jesús, gracias porque tu Madre es mi Madre.
Santa María, ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
También en este mes festejamos el Día de la Madre. Las que partieron y nos
siguen amando desde el Cielo y las que todavía están con nosotros sabemos que
no hay un amor como ese amor, que es el que más se asemeja al de nuestro
Padre Dios, pues lo da todo sin pedir nada a cambio, tal vez, si, una sola
cosa, al igual que el Señor..... ¡que las amemos!.
Autor: Ma
Esther De Ariño
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miércoles, 21 de mayo de 2014
Urgencias de evangelización
Vale la pena
volver la mirada hacia Jesucristo y preguntarle: ¿qué quieres que hagamos?
Muchos bautizados viven
confundidos y llenos de dudas. Muchos bautizados no conocen realmente su fe.
Muchos bautizados no acuden a misa cada domingo, ni se confiesan cuando han
perdido la gracia. Muchos bautizados no saben qué diferencia hay entre pecado
mortal y pecado venial, ni distinguen claramente entre el bien y el mal en
temas de importancia
Hablar de nueva evangelización sin tener presente lo anterior es como hablar
del tiempo sin mirar las señales del cielo y sin tener en cuenta los partes
meteorológicos (cuando son buenos, claro). Porque es muy fácil idear proyectos
evangelizadores llenos de ideas nuevas, pero no es tan fácil
"aterrizar" y tocar los problemas concretos de millones de
bautizados.
El mundo vive una urgencia de evangelización. Después de 2000 años, el
Evangelio de Cristo está lejos de muchos corazones. En otros, hubo un tiempo en
el que brilló el mensaje del Maestro para luego eclipsarse bajo el espejismo de
ideas falsas o de avaricias destructoras, como vemos explicado en la parábola
del sembrador (cf. Mc 4,5-20).
Por eso, vale la pena volver la mirada hacia Jesucristo y preguntarle: ¿qué
quieres que hagamos? ¿Cómo llevar tu Amor a tantos hombres y mujeres de nuestro
tiempo? ¿Qué puedo hacer ahora, entre familiares y amigos, conocidos y
contactos?
Si me abro a la belleza de la fe, si sintonizo con el anhelo del Maestro de
incendiar el mundo, me convertiré en un vivo y entusiasta evangelizador, en un
enviado que grita, sobre todo con la vida, la gran noticia: Cristo ha muerto y
ha resucitado para nuestra salvación, está vivo en medio de la Iglesia
católica, y quiere ser amado por todos los hombres y mujeres por quienes
ofreció su Sangre en el Calvario.
Autor: P. Fernando Pascual LC
martes, 20 de mayo de 2014
María provoca la primera "señal"
Además de la
gran confianza que María mostró en su Hijo, ella fue el medio que Dios usó para
dar comienzo a la manifestación de Jesús.
Ojalá puedas leer en el
Evangelio Jn 2, 1-12, cuando María le pide a su Hijo que les falta el vino en
una boda donde fueron invitado en Caná.
A mí me llama poderosamente la atención ese detalle de María de acercarse a
visitar a su prima santa Isabel tras tener conocimiento de su estado de
gestación, también su fina observación en las bodas de Caná, en una situación
de tanto embarazo para aquellos jóvenes esposos. Todo ello habla de un corazón
amable, sencillo, bondadoso, atento, comprensivo, servicial en nuestra madre
del cielo".
Una contemplación superficial del episodio de la boda de Caná nos dice que lo
más milagroso fue el hecho de que Jesús mostró su dominio absoluto sobre la
materia, convirtiendo agua en vino. Sin embargo, el Evangelista nos da a entender
que no fue así al decir "Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzó a
sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos"
(Jn 2, 11).
Según el Evangelista la finalidad intrínseca de este milagro fue el convencer a
sus discípulos que Él era lo que decía que era: el Hijo de Dios. Así manifestó
su "gloria" que era su divinidad, pues María le obligó a "hacer
llegar su hora" de mostrar su gloria o divinidad.
Independientemente de la gran confianza que María mostró en su Hijo, como hemos
comentado antes, está el hecho de que ella fue el medio que Dios usó para dar
comienzo a la manifestación de Jesús de Nazaret como su Hijo. Aquí María
aparece como aquella que hace conocer a Cristo. Uno podría pensar que tal vez
su misión fuese solamente traer al Hijo al mundo y después dejarlo manifestarse
como le pareciera mejor. Dios en su providencia quería hacer las cosas de otra
manera: quería dar a conocer a su Hijo al mundo por medio de su Madre. Nosotros
podemos no estar de acuerdo con esta metodología, pero no se puede negar que Él
quiso adoptarla para manifestar a su Hijo.
Parece ser que el Padre sigue usando esta metodología para dar a conocer a su
Hijo. Son elocuentes las múltiples apariciones de la Virgen en estos dos
últimos siglos. Pensemos en Lourdes, Fátima...
Autor: P. Fintan Kelly
lunes, 19 de mayo de 2014
¿Estás triste? ¿Quizás preocupado?
¿Qué
sucedería si por un solo día aceptáramos que Dios maneje nuestros problemas, y
Dios se hace cargo de ellos?
Las preocupaciones son el pan nuestro de cada día. Muchas vienen de situaciones
muy reales que enfrentamos en el diario vivir. Otras, sin embargo, surgen de la
nada, por así decirlo.
¿Qué sucedería si por un solo día aceptáramos que Dios maneje nuestros problemas,
y Dios se hace cargo de esa gerencia?
Llevemos este experimento a la práctica. Supongamos que recibimos el siguiente
correo de parte de Dios:
"Hoy, yo, Dios, estaré manejando todos tus problemas. Si enfrentas una
situación que no puedes manejar, no intentes resolverla. Colócala en la bandeja
"Algo que sólo Dios puede hacer." Me encargaré del asunto en mi
tiempo, no en el tuyo. Una vez lo hagas, no te aferres más al problema, o
pretendas retirarlo, pues tan sólo retrasarás la solución. Si crees que puedes
solucionarlo, consúltalo conmigo. Asegúrate que tomarás la decisión adecuada.
Yo no duermo nunca. No hay razón que pierdas tu sueño a causa de las
preocupaciones. Descansa en mí. Para contactarme, estoy a la distancia de una
oración, de un diálogo, que eso es la oración. ¡Basta con que lo conversemos!
Piensa bien lo siguiente: sé feliz con lo que tienes.
Si te desesperas y peleas cuando estás metido en un gran tapón, recuerda que
hay gente para quien tan sólo manejar es un privilegio.
¿Tuviste un mal día en el trabajo? Piensa en todos esos que están años sin
poder conseguir uno.
¿Tienes el corazón roto por una relación sentimental deteriorada? Son muchos
los que no saben qué es amar y que jamás han sido amados.
¿Luchas la que parece ser una batalla perdida con el hijo que te causa
problemas? ¡Cuánto desearían tener ese reto los padres y madres que no han
logrado tener un hijo!
¿A tu edad te faltan fuerzas para enfrentar una terrible pérdida, y te
preguntas cuál es el propósito de esta prueba? Se agradecido. Existieron muchos
que no vivieron hasta tu edad para averiguarlo.
¿Te encuentras en un momento en que eres objeto de la amargura, ignorancia,
pequeñez o envidia de la gente? Las cosas podrían ser peores. ¡Tú podrías ser
uno de ellos!
¿El amigo ese te ha dado la espalda cuando más lo necesitas? ¡Cristo, el amigo
que nunca falla, está a tu lado, ahí mismito, pidiendo tan sólo que le abras tu
corazón!
¿Por qué te confundes y te agitas y te deprimes ante los problemas? Déjame al
cuidado de todas tus cosas. Todo te irá mejor. Lo que más daño te hace es tu
propio razonar y tus propias ideas y el querer resolver tus cosas a tu manera.
Confía en mí. Ahora bien, no seas como el paciente que pide al médico que lo
cure y luego le indica el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos, no
tengas miedo. Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue
confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora:
yo confío en ti."
Hasta ahí el correo de Dios. Prepara tu respuesta y envíasela lo más pronto
posible. Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor
que antes. Espero ese no sea tu caso.
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco
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