Quisiera
decir con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de
dejarle entrar cada vez más en nuestra vida.
Autor: SS Francisco.
Ángelus en la Plaza de San
Pedro Domingo 25 de agosto de 2013
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (13, 23).
Jesús no responde directamente a la pregunta: no es importante saber cuántos se
salvan, sino que es importante más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y he
aquí entonces que, a la pregunta, Jesús responde diciendo: «Esforzaos en entrar
por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán»
(v. 24).
¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por
qué Jesús habla de una puerta estrecha?
La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la
de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor.
Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios,
en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él.
Esta puerta es Jesús mismo (cf. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él
conduce al Padre.
Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada,
está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin
privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie.
Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: «Pero, Padre, seguramente yo estoy
excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas malas, he hecho muchas de
estas cosas en la vida». ¡No, no estás excluido! Precisamente por esto eres el
preferido, porque Jesús prefiere al pecador, siempre, para perdonarle, para
amarle. Jesús te está
esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera.
Anímate, ten valor para entrar por su puerta.
Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a
entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida, para que Él la transforme,
la renueve, le done alegría plena y duradera.
En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo
una felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se
agota en sí misma y no tiene futuro. Pero yo os pregunto: nosotros, ¿por qué
puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de
nuestra vida?
Quisiera decir con fuerza: no
tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada
vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones,
de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina
nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no
es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz
que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.
Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de
tortura. No, no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él,
reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor,
de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él.
Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una «etiqueta».
Yo os pregunto: vosotros, ¿sois cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno
responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos
de verdad, de corazón.
Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de
caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta
estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.
A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a cruzar la puerta
de la fe, a dejar que su Hijo transforme nuestra existencia como transformó la
suya para traer a todos la alegría del Evangelio.
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