Cuando tenemos
miedo acudimos a Ti porque eres valiente, cuando dudamos volvemos los ojos a Ti
porque eres Verdad.
Si seguimos a Jesús no es posible hacerlo sin
pensar, sin volver el corazón y la mente a la imagen de su Madre, una mujer
como tu, como yo, de la misma especie humana que tu, hombre que me lees...
Por Ella, por su decir ¡SI!, Cristo se formó en sus entrañas por obra del
Espíritu Santo y ahí, en ese momento único, grandioso y sublime, empezó a
crecer en su seno virginal hasta hacerse hombre el Hijo de Dios, que un día, y
en una cruz de madera, moriría por la SALVACIÓN DE TODA LA HUMANIDAD.
Humanidad, donde estabas tu, donde estaba yo.... ¡Oh, incógnita divina!
Ella supo de despedidas. Ella supo de soledades, de ausencias del que era todo
el amor de su vida. Ella sin comprender nada aceptó que su amado hijo Jesús,
vivía del gran misterio de Dios y se alejaba de ella cada vez más... para
cumplir una MISIÓN.
Y al pie de la cruz, mientras lo veía agonizar, con el amado rostro
desfigurado, con los pies clavados y los brazos extendidos, como queriendo
abrazarnos, aceptó, porque El se lo pedía, que lo sustituyera como hijo por el
discípulo JUAN y a si convertirse en una MADRE UNIVERSAL.
El Padre Ignacio Larrañaga dice: "Madre del silencio y de la Humanidad, tu
vives perdida y encontrada en el mar sin fondo del Misterio del Señor. Eres
disponibilidad y receptividad, eres fecundidad y plenitud, eres atención por
los hermanos, estás vestida de fortaleza"
Cuando tenemos miedo acudimos a Ti porque eres valiente, cuando dudamos
volvemos los ojos a Ti porque eres Verdad, cuando la tristeza nos invade
acudimos a Ti que fuiste Madre de dolores y recibimos tu fuerza, cuando el
creer se nos hace difícil... nos sentimos seguros porque tu, eres Virgen Fiel,
Espejo de Justicia y Trono de sabiduría y estás llena de Gracia, de Consuelo y
Misericordia.
Por eso el rezo del santo Rosario es una comunicación con María, virgen y
Madre. Con él vamos repasando todos los momentos de su vida y la de su Hijo
Jesús. En el rezo de sus Ave-Marías, le pedimos insistentemente que, seamos
dignos de alcanzar las promesas de Cristo y también le decimos que nos ampare
ahora y en la hora de nuestra muerte, tal vez, cuando nos llegue ese momento,
Ella, María la Madre de Dios y Madre nuestra, recuerde las veces que se lo
pedimos y venga a buscarnos, auxiliadora, solícita y llena de amor para
llevarnos al Padre como buena mediadora, y a si obtendremos el amoroso y
esperado abrazo de Dios.
¡Madre y Virgen, REINA de la Paz, ruega por nosotros y por el Mundo entero!
Autor: María Esther de Ariño.
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