Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Días atrás, recibí el enlace de un buen vídeo sobre
cuestiones matrimoniales. El conferenciante interrogaba al público acerca de
quién debía dar el primer paso después de una disputa. Tras varias respuestas
más o menos acertadas, afirmó: debe acercarse primero el que ama más.
No parece difícil
encontrar el problema aun sin indagar en las revistas del corazón ni atender a
esos espectáculos televisivos que airean por dinero lo peor del ser humano.
Podemos observarlo en la propia familia, en un vecino, amigo o conocido. Cada
vez son más las parejas rotas, más frecuentes cuando sus lazos de unión fueron
más débiles. Y como ha devenido "normal", nos esforzamos poco para
indagar las causas de tales situaciones que, se quiera o no, lesionan a la
pareja dividida, a los hijos, a la sociedad. Nos conformamos con un triste
"tiene derecho a rehacer su vida", que puede transformarse en otro
fracaso.
Muchas de esas historias -no puedo generalizar- no son un
canto a la generosidad, sino lo contrario de ese ponerse en la piel del otro,
imprescindible para el verdadero amor. Sin ese costoso empeño, en lugar de la
concordia aparece la discordia. El amor fenece cuando el egoísmo gana, cuando
preferimos la propia felicidad en vez de buscar la de la persona amada, cuando
deseamos que nos comprendan más que comprender, si queremos adaptación a nuestro modo de ser en lugar de entregarnos
al del otro. Ya decía Tomás de Aquino que es propio de los amigos gozar y
querer lo mismo. ¿Qué diríamos si se trata del amor conyugal?
¿Comprometemos nuestro
futuro con la persona amada?
Esta sociedad procede en parte de esa patología de la
libertad que es el individualismo liberal moderno. El Leviatán de Hobbes es un
ser caprichoso, soberbio y altivo, un ser que busca su beneficio sobre todas
las cosas, cuyo fin es su bienestar, y lo identifica con el de la comunidad. Muchas
parejas rotas no conocen el liberalismo ni el Leviatán, pero no viven la
libertad como un bien radical de la persona dirigido a un fin que la mejora al
darse, sino ese individualismo tan igual al egoísmo. De ahí surge el
autosuficiente, el coloquial "que se apañe", la insolidaridad teñida en ocasiones con el
"buenismo" de una ONG, la excesiva separación entre lo privado y lo
público, que conduce a desentenderse de virtudes o valores por estimarlos privados,
mientras que lo público sería lo presidido por el interés y la utilidad.
Quizá es una pista para descubrir y remediar
algunos fallos sobre el amor. Posiblemente, estas palabras de san Josemaría la
completen: debemos acostumbrarnos a pensar que nunca
tenemos toda la razón. Incluso se puede decir que, en asuntos de
ordinario tan opinables, mientras más seguro se está de tener toda la razón,
tanto más indudable es que no la tenemos. Discurriendo según este consejo,
resulta más sencillo rectificar y, si
hace falta, pedir perdón, que es la mejor manera de finalizar un enfado: así se
llega a la paz y al cariño.
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