El Papa se desplazó a Castelgandolfo para
la misa de la Asunción.
C.L. / ReL
Francisco estaba leyendo este párrafo de su
homilía de la Asunción, durante la misa que celebró este jueves en
Castelgandolfo: "María,
por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos
en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María,
en especial el Rosario, tiene también esta dimensión «agonística», es decir, de
lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus
cómplices".
Entonces se interrumpió al llegar a "en especial el Rosario" y dijo:
"Habéis oído bien: el Rosario, ¿eh?". Miró a los fieles
presentes en el patio del palacio pontificio y les preguntó: "¿Vosotros rezáis el Rosario? ¿Todos los días?".
"Sííí...", respondieron los fieles. Aunque no debieron mostrar mucha
convicción, porque Francisco les hizo reír: "Bueno, no sé... ¿Seguro?".
Para terminar con un "Ecco
[Vale]".
Fue un momento distendido dentro de una homilía que inició recordando las
grandezas de María que recoge en sus últimos epígrafes la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano
II, y desgranar su mensaje para la festividad en tres conceptos: lucha, resurrección y esperanza, de los que es
modelo la Madre de Dios.
Lucha, "entre la mujer y el
dragón". Resurrección, porque "ha estado completamente unida a Él en la
muerte, y por eso ha recibido el don de la resurrección. Cristo es la primicia
de los resucitados, y María es la primicia de los redimidos, la primera de
«aquellos que son de Cristo»". Y esperanza porque "es la virtud del que experimentando el conflicto,
la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en
la resurrección de Cristo, en la victoria del amor".
En torno a la esperanza, Francisco improvisó una reflexión: "No
dejéis que os roben la esperanza, porque es un don de Dios que nos lleva adelante mirando siempre al cielo".
Texto completo de la homilía del Papa Francisco en la festividad
de la Asunción (Castelgandolfo, 15 de agosto de 2013) [No hubo variaciones significativas, salvo las reseñadas en la
noticia.]
Queridos hermanos y hermanas
El Concilio Vaticano II, al final de la Constitución sobre la Iglesia, nos ha
dejado una bellísima meditación sobre María Santísima. Recuerdo solamente las
palabras que se refieren al misterio que hoy celebramos. La primera es ésta:
«La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original,
terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la
gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo» (n.
59). Y después, hacia el final, ésta otra: «La Madre de Jesús, glorificada ya
en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que
llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que
llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de
esperanza cierta y de consuelo» (n. 68). A la luz de esta imagen bellísima de
nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que contienen las lecturas
bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos concentrarnos en tres palabras
clave: lucha, resurrección, esperanza.
El pasaje del Apocalipsis presenta la visión de la lucha entre la mujer y el
dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una
parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en efecto la
Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la historia
vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios
y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los discípulos de Jesús
han de sostener, María no les deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia
está siempre con nosotros. También María participa, en cierto sentido, de esta
doble condición. Ella, naturalmente, ha entrado definitivamente en la gloria
del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos, que se separe de nosotros;
María, por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los
cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María, en
especial el Rosario, tiene también esta dimensión «agonística», es decir, de lucha,
una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices.
La segunda lectura nos habla de la resurrección. El apóstol Pablo, escribiendo
a los corintios, insiste en que ser cristianos significa creer que Cristo ha
resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda nuestra fe se basa en esta
verdad fundamental, que no es una idea sino un acontecimiento. También el
misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma se inscribe completamente en
la resurrección de Cristo. La humanidad de la Madre ha sido «atraída» por el
Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús entró definitivamente en la vida
eterna con toda su humanidad, la que había tomado de María; así ella, la Madre,
que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo ha seguido con el corazón,
ha entrado con él en la vida eterna, que llamamos también Cielo, Paraíso, Casa
del Padre.
María ha conocido también el martirio de la cruz: ha vivido la pasión del Hijo
hasta el fondo del alma. Ha estado completamente unida a él en la muerte, y por
eso ha recibido el don de la resurrección. Cristo es la primicia de los
resucitados, y María es la primicia de los redimidos, la primera de «aquellos
que son de Cristo».
El evangelio nos sugiere la tercera palabra: esperanza. Esperanza es la virtud
del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la
muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la
victoria del amor. El Magnificat es el cántico de la esperanza, el cántico del
Pueblo de Dios que camina en la historia. Es el cántico de tantos santos y
santas, algunos conocidos, otros, muchísimos, desconocidos, pero que Dios
conoce bien: mamás, papás, catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas,
jóvenes, también niños, que han afrontado la lucha por la vida llevando en el
corazón la esperanza de los pequeños y humildes. «Proclama mi alma la grandeza
del Señor», así canta hoy la Iglesia en todo el mundo. Este cántico es
especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión. Y
María está allí, cercana a esas comunidades, a esos hermanos nuestros, camina
con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, unámonos también nosotros, con el corazón, a este
cántico de paciencia y victoria, de lucha y alegría, que une a la Iglesia
triunfante con la peregrinante, que une el cielo y la tierra, la historia y la
eternidad.
Enlace articulo original: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=30663
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