Autor: Carolina Crespo Fernández
El accidente ferroviario sucedido en Santiago que
ensombreció la noche del 24 de julio y apagó la sonrisa de todos nosotros ha
sido sin duda un suceso espeluznante .La capital gallega estaba engalanada como
cada año para celebrar su Día Grande; sin duda, cada 25 de julio permanecerá en
nuestra memoria como un día Grande, pero grande en calidad humana, pues una
situación trágica descubrió al mundo entero la solidaridad de cientos de
profesionales y de ciudadanos anónimos que nos han dado una gran lección de
amor al prójimo.
Un tren con doscientas dieciocho personas, con doscientas
dieciocho historias, con sus ilusiones, que de pronto, se vieron truncadas en
una maldita curva. Y es que la tragedia y la muerte irrumpen sin avisar, de improviso,
poniendo de manifiesto nuestra fragilidad.
Pero, en esta tragedia los verdaderos héroes fueron los
cientos de ciudadanos, la marea ingente que acudió al lugar de los hechos para
llevar enseres necesarios así como para trasladar a los centros hospitalarios
en sus coches particulares a los heridos, colaborando con los bomberos y servicios de emergencia, y
aún sin ser conscientes de la envergadura de lo que estaba sucediendo. La lista
de los fallecidos iba aumentando en proporción con el dolor de todos. Personal sanitario, bomberos, Protección
Civil, Cruz Roja, Policía Nacional, psicólogos estuvieron a la altura de las
circunstancias, aún sabiendo que hay hechos a los que no es fácil enfrentarse.
Era sobrecogedor y conmovedor ver las iniciativas solidarias desde las redes
sociales, los cientos de personas que hacían colas ante las puertas de los
hospitales o del Centro de Transfusiones compostelano con el único ánimo de
ayudar a salvar vidas; horas y horas de larga espera hasta que llegase su momento
para donar sangre.
La vida está hecha de contrastes; al día siguiente del
siniestro, las portadas de los medios de comunicación no mostraron imágenes del
tradicional espectáculo lumínico sobre la fachada de la Catedral, sino las
imágenes y testimonios que nos dejó una catástrofe
que desveló la sensibilidad y solidaridad de nuestro pueblo ante la tragedia y
el sufrimiento ajeno; una tragedia que exigió de todos una fuerza de unión y
solidaridad con las víctimas y sus familiares, evitando baldíos intereses políticos.
Lo que procedía era, es y será acompañar a los que sufren.
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