Sin
la ayuda del Señor, el yugo de la enfermedad y el sufrimiento es cruelmente
pesado.
En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se
refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a
quienes están enfermos. Esta sonrisa, reflejo verdadero de la ternura de Dios,
es fuente de esperanza inquebrantable.
Sabemos que, por desgracia, el sufrimiento padecido rompe los equilibrios mejor
asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando
incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida.
Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la
gracia divina. Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es
necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los
parientes o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la
proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que
Cristo y su Santísima Madre, la Inmaculada? Ellos son, más que nadie, capaces
de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento.
La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo no es incapaz de compadecerse de
nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como
nosotros (cf. Hb 4,15).
Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están
tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la sonrisa de la
Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra
la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia
de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios
quiera.
(...)
Sin la ayuda del Señor, el yugo de la enfermedad y el sufrimiento es cruelmente
pesado.
El Concilio Vaticano II presentó a María como la figura en la que se resume
todo el misterio de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 63-65). Su trayectoria
personal representa el camino de la Iglesia, invitada a estar completamente
atenta a las personas que sufren. Dirijo un afectuoso saludo a los miembros del
Cuerpo médico y de enfermería, así como a todos los que, de diverso modo, en
los hospitales u otras instituciones, contribuyen al cuidado de los enfermos
con competencia y generosidad.
Quisiera también decir a todos los que atienden a los enfermos, a los
camilleros y acompañantes, que su servicio es precioso. Son el brazo de la
Iglesia servidora.
Deseo animar a los que, en nombre de su fe, acogen y visitan a los enfermos,
sobre todo en los hospitales, en las parroquias o en los santuarios. Que
sientan en esta misión tan delicada e importante el apoyo efectivo y fraterno
de sus comunidades.
Gracias por vuestro servicio al Señor que sufre.
El servicio de caridad que hacéis es un servicio mariano. María os confía su
sonrisa para que os convirtáis vosotros mismos, fieles a su Hijo, en fuente de
agua viva.
Lo que hacéis, lo hacéis en nombre de la Iglesia, de la que María es la imagen
más pura.
¡Que llevéis a todos su sonrisa!
Autor: SS Benedicto XVI.
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