Qué
saludable es sentirnos vulnerables y que no nos dé vergüenza reconocerlo. Y
luego, tener la humildad y el valor de pedirle a Dios consolación y fortaleza.
Me ha llamado la atención
la cantidad de personas que busca en internet "frases de
consolación". De las personas que llegan a este blog a través de búsquedas
en Google, que es el 40% de las visitas diarias, la búsqueda de mayor impacto
es "frases de consolación". Está claro, en la vida hay sufrimiento y
agradecemos aquello que contribuya a disminuir la intensidad de una pena.
Es saludable reconocernos
vulnerables
Todos o casi todos conocemos el sufrimiento físico y moral, el peso profundo
del propio pecado, la oscuridad del misterio de Dios, la incógnita del futuro,
lo difícil que es encajar el sufrimiento en la familia, la soledad, la
enfermedad, la traición, las humillaciones, la incomprensión de los seres
queridos, etc. Así es la condición humana. Así es la vida... Por eso buscamos
consolación. Esta vida es maravillosa pero tiene luces y sombras.
Qué saludable es sentirnos vulnerables y que no nos dé vergüenza reconocerlo. Y
luego, tener la humildad y el valor de pedirle a Dios consolación y fortaleza.
El consolador tiene un
nombre
Jesucristo, al volver al Padre, no quiso dejarnos solos; vio que necesitaríamos
compañía y consuelo para nuestra peregrinación camino al cielo. ¿Qué fue lo
último que hizo en su vida terrena? Expiró. Exhaló el Espíritu", refiere
san Mateo. (Mt 27, 50) Nos dejó su Espíritu.
"Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce" (Jn 14,16) "Os conviene que
yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si
me fuere, os lo enviaré" (Jn 16,7).
Lo más común en la oración es dirigirse a Dios Padre y a Dios Hijo. Al Espíritu
Santo se le llama "el Gran Desconocido". Pero Jesucristo le llamó:
"Paráclito", que significa "Consolador". Esa consolación
que tanto buscamos tiene un nombre: Espíritu Santo. La consolación, más que un
estado anímico, es el fruto de una presencia, la presencia de una Persona: la
tercera persona de la Trinidad.
Cuando el Espíritu Santo se derrama sobre nosotros y nosotros lo acogemos como
el "dulce huésped del alma" y somos fieles a sus inspiraciones, Él va
produciendo sus frutos. Su presencia se demuestra con frutos. El don de
Consolación abarca toda la realidad que Pablo enumera cuando habla de los
frutos del Espíritu: caridad, gozo, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
longanimidad, fidelidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad. (cf
Gál 5, 22-23) Por eso, si buscamos consolación, debemos acudir a la fuente y
origen de todo consuelo.
El inicio de la
meditación diaria
La meditación diaria se inicia con la invocación al Espíritu Santo, para pedir
luz y consuelo. Les comparto las dos invocaciones al Espíritu Santo que yo
utilizo al comenzar mi meditación. Con mi comunidad canto el Veni Creator.
Cuando estoy solo me gusta cantar interiormente el himno Veni Sancte Spiritus,
que es un himno de consolación.
Si te sucede que al leer este himno del Espíritu Santo dices: "ya lo
conozco" o "ya lo leí", y vas adelante con otra cosa, te sugiero
hacer un alto y reflexionar. El hombre de oración o que quiere progresar en la
oración, gusta y saborea estas cosas. Cada vez que entra en contacto con ellas
se detiene y las disfruta. Si tu oración suele ser cerebral, tal vez pases
adelante. Si tu oración es más contemplativa, podrás disfrutarlo más,
saboreándolo interiormente. No se trata de saber o de conocer, sino de gustar
interiormente las cosas del espíritu. ¡Que lo disfrutes
Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres;
ven, dador de las gracias;
ven, lumbre de los
corazones.
Consolador óptimo,
dulce Huésped del alma,
dulce refrigerio.
Descanso en el trabajo,
en el ardor tranquilidad,
consuelo en el llanto.
O Luz santísima,
llena lo más íntimo
de los corazones de tus
fieles.
Sin tu ayuda,
nada hay en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava lo que está manchado,
riega lo que es árido,
cura lo que está enfermo.
Doblega lo que es rígido,
calienta lo que es frío,
dirige lo que está
extraviado.
Concede a tus fieles
que en ti confían,
tus siete sagrados dones.
Dales el mérito de la
virtud,
dales el puerto de la
salvación
dales el eterno gozo.
Autor: P Evaristo Sada LC.
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