Dame
las palabras para que pueda mostrar a mis hermanos lo buena y suave que eres
conmigo.
María,
así de simple. Es la forma de dirigirme y conversar con mi Madre del Cielo,
llamándola simplemente María. Sé que mucha gente no la conoce, o tiene una
imagen lejana de Ella, quizás demasiado formal, demasiado protocolar. ¿Cómo
puede ser nuestra Mamá protocolar al presentarse a nosotros? No, Ella es
sencilla, mi pequeña Niña de Galilea, así es para mí. Pero es también lógico
que cada uno la vea del modo que su propio corazón indica, con la mirada del
alma que todo lo convierte en la expresión del Espíritu Divino, si es que
nosotros nos dejamos iluminar por dentro.
Por un instante, déjenme narrarles cómo es que mi corazón ve a la Madrecita del
Verbo Divino. De un modo muy particular, la veo de unos quince o dieciséis
años, que es la edad en la que Ella se convirtió en Madre Divina, dándonos a
Aquel que todo lo puede por amor. A tan temprana edad, mi María se presenta
ante mi corazón como una hermosa Mujer, delicada en su mirar, en su caminar.
Destaca su delicado cuello, largo y estilizado para dar cabida al más hermoso
rostro que Dios jamás cinceló en criatura alguna. Ella es perfecta, no existe
ni existirá mujer más hermosa que María, porque Dios la modeló en un acto
sublime de Su Potencia Creadora. Y su belleza sólo es superada por su pureza,
su inocencia y su férrea voluntad de no desagradar al Padre que tanto ama.
Cuando veo las imágenes de las distintas presentaciones de María a lo largo de
los siglos, me quedo con la convicción de que el hombre no ha podido ni podrá
modelar jamás la belleza de María ni siquiera en un modo aproximado. Mi alma se
esfuerza en descubrir la visión verdadera con que mi joven Reina se presentó
como la Medalla Milagrosa, por ejemplo. Santa Catalina de Labouré sin dudas
describió del modo más aproximado posible la celestial visión que se presentó
ante ella, pero no pudo hacer que el artista cincele en la Medalla Milagrosa el
verdadero rostro de la Reina de los ángeles. Esa sonrisa, esas manos siempre en
posición de oración, esos ojos iluminados por la Fuente de todo el Amor.
María, joven y sonriente, fulgurante estrella de la mañana. Se presenta en mi
corazón como una Rosa que se abre derramando su fragancia y frescura, haciendo
de mi un ovillo de hilo que se recoge sobre sí mismo, se envuelve pliegue sobre
pliegue hasta quedar extasiado mirándola sonreír, llamándome, invitándome a
acompañarla en este viaje. Ella nunca se presenta en vano en nuestro corazón,
como una madre nunca se acerca a sus hijos sin un profundo deseo de cuidarlos y
amarlos.
María, hermosa Niña de Galilea, perfecto fruto de la Creación en cuerpo y alma.
Sólo Ella pudo tener la Altísima Gracia de ser Madre del mismo Dios. El, ante
el que el universo mismo se doblega, se hizo pequeñito y vivió nueve meses
oculto dentro de ésta hermosa Joven Palestina. El, instante tras instante, fue
tomando de su sangre todo aquello que necesitó para formar Su naturaleza
humana, Su humanidad. Así, Ella es nuestra Niña de la Alta Gracia, porque
ninguna Gracia puede ser tan elevada como la Maternidad Divina.
Enamorarse de María es enamorarse de su Divina Maternidad, de su Inmaculado
Corazón, y de su infinita belleza humana también. La siento tan cercana, tan
vivamente presente en mi vida, que no puedo más que dirigirme a Ella como
María, mi María. Ella es compasiva y paciente ante mis demoras en acudir a su
mirada, Madre de la Misericordia. Juntos conversamos, compartimos mis pequeñas
aventuras humanas, mis decepciones y dolores, mis esperanzas y sueños. Y María,
con esa hermosa sonrisa que se funde en mis pupilas, me mira y me invita a
levantar los ojos al Cielo con las manos unidas sobre mi pecho. Madre de la
oración, Bella Dama del clamor y la plegaria, Omnipotencia Suplicante, Ella nos
enseña a ver a través de los Ojos de Aquel que todo lo puede.
Mi María, hermosa y joven Niña de Galilea, que enamoraste mi corazón porque
sabías que era el modo de abrir la puerta al soplo del Amor Verdadero. Me
siento tan feliz y orgulloso de ser tu hijo, y al mismo tiempo tan indigno de
serlo, que no puedo más que pedirte me ayudes a seguirte en tus deseos, que no
son otros que los deseos de Tu Hijo. Dame las palabras para que pueda mostrar a
mis hermanos lo hermosa y pura que eres, y lo buena y suave que eres conmigo.
Dales la luz que les permita enamorarse de ti como lo has hecho conmigo. Que
puedan descubrirte como la más hermosa y pura Mujer que jamás existió, Inmaculada
en cuerpo y alma, llena del Espíritu Santo, plena de humildad y fortaleza,
escudo que protege y consejo que ilumina. Mi hermosa María, luz de mi vida.
Autor: Oscar Schmidt.
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