Dios, en Su infinita bondad, saca de
nosotros aquello de lo que disponemos, lo que sea y lo convierte en algo
maravilloso.
Siempre he admirado a esas mujeres,
reinas de su hogar, que llegan tarde y cansadas a casa con el firme impulso del
amor por los suyos retumbando en el corazón. Sin demasiado tiempo y con el
cosquilleo en el estómago de los habitantes del nido familiar, se dirigen con
confianza al refrigerador y, detenidas en posición de plena sabiduría maternal,
miran y estudian lo que hay disponible.
Unos restos de la comida de anoche, un poco de verduras que quedaron de la
última incursión culinaria, un proyecto de aderezo que no fue utilizado aún, y
algunas cosas que fueron tomadas de las góndolas del supermercado por aquí y
por allá. ¡Manos a la obra! El proyecto ya está claro en su mente. Se pica una
cebolla y se enciende el fuego, con una sartén con aceite a calentar, los
utensillos aparecen como por arte de magia y los maravillosos perfumes brotan
de sus manos adornando toda las habitaciones y los corazones. ¡La casa está
viva!
Pronto se ve a todos los habitantes de su reino, chicos y grandes, convocados a
poner la mesa y a sorprenderse una vez más de tan grande muestra de habilidad,
y de amor. ¿Quién no disfruta o ha disfrutado de estos momentos maravillosos,
donde el amor se vuelve alimento y envuelve a los que se reúnen alrededor de la
mesa familiar? Creo que todos guardamos recuerdos de esos olores, esos sabores,
de esos deliciosos platos puestos frente a nuestros ojos de niños. Recuerdos
que nos conmueven, donde un simple aroma nos vuelve décadas atrás, nos
transporta a otro tiempo y a otro lugar, y nos deja envolvernos con el amor en
el recuerdo, amor que traspasa toda barrera y se abre a la sencillez de nuestra
niñez más inocente.
Creo que Dios hace lo mismo con nosotros: El mira dentro de nosotros como si
fuéramos un refrigerador espiritual y hace un rápido cuadro de las materias
primas que tenemos a Su disposición. Una virtud poco desarrollada por aquí, un
deseo de justicia por allá, un recuerdo que infunde amor en nuestro corazón, un
dolor surgido en un episodio que aún no logramos olvidar, un poquito de
fortaleza escondida en algún rinconcito de nuestra alma. Dios, parado en la
puerta de nuestro refrigerador espiritual, busca y rebusca, mira y sopesa cada
articulo que encuentra, deja algunos para utilizarlos luego, y va poniendo
otros encima de Su Cocina Espiritual. Y mientras cierra la puerta de nuestro
refrigerador, se dice a Sí mismo: ¡Manos a la obra!
Rápido y sabiendo a la perfección cual es Su plan de cocina, trabaja sobre las
especies y los utensillos con Mano Maestra. Pela y pica algunos condimentos,
lava otros, mezcla, condimenta, fríe y cocina, y pone todo en una hermosa
presentación, listo para ser disfrutado. ¡La comida está lista! Las obras de
bien, que siempre son obras de Dios, brotan de Sus manos maestras en forma
imprevista y haciendo que surjan de quien ni siquiera había anticipado tal
posibilidad. Por supuesto que lo hace con la seguridad de proveer el más
sabroso sabor y aroma que comida alguna puedan jamás producir: el amor. Sus
platos son siempre ricos en amor, tanto en sabor como en aroma. Y por supuesto
que alimentan a los comensales, alimento para el alma, para el espíritu.
Dios, en Su infinita bondad, saca de nosotros aquello de lo que disponemos, lo
que sea. Será poco, o será mucho. Será el más exquisito producto de cocina, o
el más humilde resto de la cena de ayer. Pero siempre es suficiente para que El
se sienta feliz de poder elaborar un exquisito plato de amor, adornado por la
Mano del que todo lo puede.
¿Y que tenemos que hacer nosotros? Simplemente abrir la puerta de nuestro
refrigerador, para que El pueda servirse de lo que tenemos dentro, para que sea
El el que siga Su plan maestro de cocina y haga de nosotros un rico plato pleno
de virtudes, alimento para los comensales que se sienten con nosotros a la
mesa. Así como una madre es capaz de mostrar el amor del que es capaz, en algo
tan simple y cotidiano como un plato de comida hogareña, así es capaz el amor
de nuestro Dios de producir exquisitos manjares espirituales a partir de
nuestra voluntad. Solo debemos ponerla a Su disposición, abrir los portales de
nuestro corazón y dejar que sea El el que desarrolle las recetas que nos
alimenten, nos den vida, y den sentido a nuestro día.
Por: Oscar Schmidt | Fuente:
www.reinadelcielo.org
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