El manto de Jesús, tiene unos flecos que
esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de
vida eterna.
En la Parroquia está comenzando la Misa.
Mi corazón sabe que escuchas mis súplicas, más, mi impaciencia se adelanta
siempre y pregunta más de lo que escuchar.
La Lectura de la Palabra trae a mi corazón tu respuesta, María, a través de la
experiencia vivida por una simple mujer, tan sencilla e ignorada que su nombre
no quedó en el corazón de los testigos. La Iglesia la llamará “la hemorroísa”
Escucho que el sacerdote lee: “Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos
y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor”
Y antes de que las preguntas broten en el alma, me invitas, María a la orilla
del lago. Jesús desciende de la barca.
Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, suplica al Maestro por su
hijita. Jesús va con él. La multitud le rodea y lo aprieta por todos lados.
Caminamos entre la gente. Te escucho, Madre.
- Aunque veas muchos, no te inquietes. Para Jesús son “cada uno”…
A nuestro lado camina la hemorroísa. Una pobre mujer enferma y casi sin
esperanza… Aún en medio de su dolor piensa “Con sólo tocar su manto quedaré
curada”
- Mira tu propio corazón, hija mía- dices, mostrándome caminos.
Busco en mi interior y siento que mi corazón sangra tanto como el cuerpo de la
enferma…
El viento de la tarde tiene compasión de mí y agita el manto del Maestro…
Y eso es lo que me presentas, María.
Un manto agitado por el viento. Unos flecos que rozan mis dedos suplicantes…
No me atrevo a aprisionar los flecos por temor a romper la tela.
- No temas, hija mía- siempre a mi lado, Madre, siempre atenta- yo
lo he tejido, sé lo que alberga y lo que significa.
Estirar la mano y tomar los flecos es un paso que debe dar mi alma. Un paso de
confianza serena y paciente espera.
Igual que la pobre mujer, yo también he gastado todo lo que tenía buscando
curaciones fáciles. Y lo que tenía eran la gracia y la paz de Cristo. Mis
bienes eran mis dones y los malgasté. Al igual que la pobre mujer, cada vez
estaba peor…
Si el camino no me lleva a Jesús, Madrecita, es malgasto del alma.
Un manto y unos flecos. Pequeños milagros en espera. Estiro una mano, sólo una,
pues la otra toma fuertemente la tuya, María
Y el alma respira el milagro y el Maestro torna su mirada y pregunta “¿Quién
tocó mi manto?”
La pregunta no es comprendida por los demás, únicamente por quien ha recibido
el milagro…
Y Jesús busca mis ojos. Y siento necesidad de arrojarme a sus pies ¿Cómo?
¿Dónde? Y te pregunto, Madre, y me respondes serenamente:
- La mujer, de rodillas, le confesó su verdad. Piensa, hija ¿Dónde está
mi Hijo en espera de que le confieses la tuya?
Y mi alma ansía entonces el Sacramento de la Penitencia. El milagro se ha
completado.
Terminada la Misa busco al sacerdote pidiéndole el Santo Sacramento.
Necesito escuchar, de Jesús, las mismas palabras que oyera aquella pobre
mujer:”Vete en paz, quedas curada”
Con el alma serena miro a mi alrededor, buscando a mis amigas. Todas se han ido
ya. La parroquia queda en silencio.
Y me viene el recuerdo de esa pobre mujer que mientras Jesús “todavía estaba
hablando llegaron unas personas de la casa del Jefe de la Sinagoga ”
Todos partieron tras Jesús y la pobre se quedó sola… Necesitaba hablar con
alguien, pero había quedado sola. Mi corazón te ve acercarte a ella, María,
acercarte y escucharla. Ella te cuenta su historia, sus penas, hasta sus
pensamientos, esos pensamientos que luego contarás a los discípulos.
Cuando quedamos solos, María, Tu estás allí, siempre… gracias… gracias…
gracias…
Amigo, amiga que has compartido conmigo este momento. El manto de Jesús, tejido
por María, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas,
confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna….
Por: María Susana Ratero
NOTA de la autora
"Estos relatos sobre
María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que
siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos
relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca.
El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones
parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención
sobrenatural alguna.
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