Sólo un corazón que ama sabe ser
sencillo al pedir y todo lo consigue... como María.
LAS BODAS DE CANÁ
María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná
de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento
importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la
raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los
contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y
acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se
encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre
e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido
invitados con María y Jesús.
Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las
necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a
solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró
alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.
Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi
prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.
Veamos los detalles de caridad de María en Caná.
María estaba invitada: quien vive en la caridad y con
caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es
invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el
amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los
demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía
despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo.
En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes,
tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman
“comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se
escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.
Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete?
El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere
que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora,
pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al
prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se
deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro
de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para
sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la
caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la
presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones
adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario
caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su
alrededor.
Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta
una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María?
¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los
servidores?
Se acabó el vino y María dijo a Jesús: “no tienen vino”. Aquí
está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de
invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a
escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que
todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser
tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo
de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante
mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y
efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio,
ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En
cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la
situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar
un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo
sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a
Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.
María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no
ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha
recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora:
la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su
divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor
humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento:
convertir el agua en vino. “No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de
María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más
que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan
grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño
encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más
perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración,
sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne
todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra
oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos
de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra
oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el
corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue.
Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones
con Dios y con los demás! Aprendamos de María.
"Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de
confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la
Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la
seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las
puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas
instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la
Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a
los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta
vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni
convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor,
pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que
tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que
lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace
humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su
humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace
de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a
escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en
ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta
qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué
punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede
plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es
Dios quien puede convertir esa agua en vino.
Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y
egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos
planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido.
Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las
manos de su Hijo.
Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni
violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad
era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María
confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión
más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que
Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con
más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él
os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es
quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo
y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y
pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto
el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que
obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que
se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue
siempre obediente.
Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María
en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a
nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El
amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos
encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia.
Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue
esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el
milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas
tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni
cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron
hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a
medias.
Por: P Antonio Rivero LC
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