Autor: D. Pablo Cabellos
Llorente
Existe un problema
producido al leer deliberadamente en una clave errada por conveniencia, o
cuando se desconoce el sentido de las palabras.
No es infrecuente que
la mala comprensión de una palabra conduzca al error. Por ejemplo, eso ocurre
con el vocablo valores, al que se dan diversos significados
dependiendo del pensamiento de quien lo utilice. Eso está sucediendo con la voz excomunión,
traída y llevada por los diversos medios de comunicación con motivo de los
divorciados vueltos a casar. Sin ir más lejos, el Papa Francisco recordó
en su última audiencia pública que esas personas no
están excomulgadas. Enseguida se ha deducido −no sé si intencionadamente o no−
que pueden comulgar. Pero resulta que no pueden hacerlo. ¿Por qué? Ahora lo
vemos.
No poder comulgar es
sencillamente no poder acercarse a tomar el Cuerpo de Cristo. Pero la
excomunión es otro asunto más grave. Basta leer algunos párrafos del Código de
Derecho Canónico. Resumo: al excomulgado se le priva de la comunión
jurídica que une al fiel con la Iglesia en cuanto comunidad visible, es decir
conlleva la pérdida de los derechos y obligaciones que tiene en cuanto fiel,
sea sacerdote, religioso o laico. Por citar algunos supuestos de
excomunión: por apostasía, herejía o cisma, por procurar el aborto si
se logra el efecto, profanación de las especies sacramentales, por violación
del sigilo debido en el sacramento de la Penitencia… Sintetizando: mientras
no cese la pena de excomunión, el culpable no puede participar en ninguna
ceremonia de la Iglesia.
El asunto de que los
divorciados vueltos a casar no puedan recibir la comunión eucarística no sucede
por razón penal alguna. Sencillamente se encuentran en una situación de pecado,
que se resolvería con la confesión, pero no pueden acudir a ella porque
faltaría dolor de ese pecado y propósito de no volver a cometerlo, a menos que
decidan no cohabitar. La imposibilidad de confesarse, de la que solamente son
culpables los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, acarrea una
valla insalvable para comulgar. Por explicarlo de algún modo, aunque no sea
exacto, un excomulgado sería como el que ha sido privado de su nacionalidad;
uno que es apartado de la Eucaristía sería alguien a quien se le prohíbe
acercarse a una persona. Ahora bien, cada caso es diverso. Y a ello aludía
Francisco en la citada audiencia. Después de explicar que esa situación
contradice el sacramento cristiano del matrimonio, añade algo que no es nuevo y
que consideramos a continuación.
Porque la Iglesia es
madre y esas parejas no han sido excomulgadas, procura atenderlas
solícitamente, sin hacer juicios apresurados de nadie, viendo caso por caso.
Por ejemplo, sí podrían acudir a la confesión y comunión eucarística aquellos
que por su edad no vayan a ejercer la intimidad de la convivencia marital; o
los que siendo más jóvenes y habiendo formado un grupo estable −incluidos los
hijos−, decidan vivir como hermano y hermana; o los que han abandonado la
pareja del matrimonio contraído después del divorcio… Sabiendo, por otra parte
que, como dice Francisco con palabras de Benedicto XVI, no existen
recetas simples. En todo caso, la Iglesia debe acogerlos precisamente porque no
están excomulgados, forman parte de ella, y se les debe atender con solicitud,
aunque no puedan acudir a la comunión.
La Iglesia siempre ha
puesto empeño, y quizá más en los últimos tiempos, en no tratarlos como
apestados. Cualquier sacerdote podría exponer ejemplos de atención a personas
afectadas en el modo descrito. Y cualquiera de ellos podría mostrar cómo cada
caso es diverso del resto. Quizá no lo hagamos ninguno por prudencia, porque
alguien jugaría a las adivinanzas de quién es quién. Pero todos los interesados
saben que son tratados igual que los demás tanto en las conversaciones de
acompañamiento espiritual como en los muchos modos de atención y formación que
posee la Iglesia en sus distintas instancias. Enseguida cito algunos.
Mas estos casos crecen
progresivamente, sin importarles su situación −por qué negarlo− a muchos de
ellos, lo que también es penoso porque denota el fácil alejamiento de la
Iglesia ante determinados conflictos. Pero, como recuerda Francisco, la Iglesia
no ha sido ajena a esta problemática, de modo que puede leerse en el Catecismo
aprobado por Juan Pablo II en 1992: Respecto a los
viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente
a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta
solicitud, a fin de que aquellos no se consideren como separados de la Iglesia,
de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados. Y pone
ejemplos de esa participación: escuchar la Palabra de Dios, frecuentar
la Misa, participar en obras de caridad, educación cristiana de los hijos,
cultivar el espíritu de penitencia para implorar la gracia de Dios…
Pero existe un
problema en los medios de comunicación: es lo que podría denominarse el síndrome
de Francisco, producido al leerlo deliberadamente en una clave errada por
conveniencia, o cuando se desconoce el sentido de las palabras; síndrome que
puede venir facilitado por la frescura, lozanía y libertad con las que el Papa
se expresa, más atento a mostrar la misericordia de la Madre que a las posibles
interpretaciones equivocadas.
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