Cada bautizado, en cualquier lugar del
mundo, está a prueba como oro en el crisol.
Durante el mes de Octubre, Mes del
Rosario, en esta sección, meditaremos cada día un misterio, y así poder
"guardar y meditar en nuestro corazón" la Vida de Jesús.
A lo largo de los siglos ha habido
hombres y mujeres deseosos de volver a las fuentes del cristianismo. ¿Por qué?
Porque la experiencia cristiana puede quedar oscurecida y adulterada entre las
mil mareas que surgen en las diferentes épocas de la historia.
Además, cada corazón descubre dentro de
sí las fuerzas del hombre viejo, ese modo de pensar y de comportarse que no
nace de la nueva vida en Cristo, sino de las pasiones y de la mentalidad de
este mundo. Esas fuerzas son capaces de anular aspectos esenciales de la fe
católica.
Cristo había indicado con palabras
claras cuáles son las exigencias del Evangelio: hay que renunciar a la propia
vida (cf. Mt 16,24-26), no volver la vista atrás (cf. Lc 9.62),
y dejarlo todo por el Reino de los cielos (cf. Mt 13,44-48).
San Pablo reprochaba a algunos de los
primeros cristianos por haber abandonado a Cristo para volver a actuar según la
carne: “¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue
presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa:
¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación?
¿Tan insensatos sois? Comenzando por el espíritu, ¿termináis ahora en la
carne?” (Ga 3,1‑3).
San Pedro dirige palabras apasionadas a
quienes, tras haber iniciado el buen camino, vuelven a las malas acciones de la
vida pasada: “Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo
por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan
nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la
primera. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia
que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue
transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: «el perro vuelve
a su vómito» y «la puerca lavada, a revolcarse en el cieno»” (2Pe 2,20‑22).
Lo que denuncia la Biblia vale para cada
generación humana. Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba
como oro en el crisol (cf. Sb 3,6). Necesita vivir íntimamente
unido a Cristo, en el Espíritu Santo, como parte de la Iglesia, para resistir
las terribles asechanzas de Satanás (cf. 1Pe 5,8-9).
De ahí nace el deseo de estar cerca de
la fuente, del manantial de aguas vivas, que viene de Cristo y se recibe en el
Espíritu Santo (cf. Jn 4,10-14; Jn 7,37-39).
Sólo así es posible un cristianismo auténtico, limpio, purificado, que va
contra corriente y que resiste a las embestidas de un mundo que odia a los
creyentes (cf. Jn 15,18-19).
Volver a Cristo, escuchar su invitación:
“convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Ese es el camino de
la renovación auténtica, la que necesita cada bautizado que desea seguir al
Maestro, que trabaja por ser piedra viva de la Iglesia, que suplica la gracia de
las gracias: ser acogido por la misericordia que nos salva, conservar encendida
la llama de la fe hasta la muerte, mientras espera el regreso definitivo del
Señor: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
Por: P. Fernando Pascual LC
No hay comentarios:
Publicar un comentario