El dinero que tantas veces es malo, se
puede convertir, y se convierte de hecho, en una bendición.
Nada más oímos la palabra dinero ya nos
ponemos en guardia. Porque sospechamos que se nos va a hablar muy duramente. Y,
sin embargo, también se nos puede hablar muy bellamente del dinero. Todo
dependerá de la parte por la que se incline el corazón. Porque el dinero es un
aliado del mal como puede ser un colaborador extraordinario del bien. El
Evangelio, en esto como en todo, la palabra definitiva. Con el Evangelio en
mano, se iluminan todos los problemas y para todos se les halla la solución
adecuada..
La Humanidad ha caído siempre de rodillas ante el becerro de oro, contra el
cual se han despedazado siempre también las tablas de la Ley de Dios. Nunca han
pactado ni pactarán Dios y el dinero.
El hombre quiere ser rico y busca el dinero sea como sea, al considerarlo como
la base de su bienestar, de una vida de placer, de la soberanía política sobre
los demás, de la seguridad de la vida, de todo sueño de felicidad... El
demonio, que de tonto no tiene nada, se lo ofreció cínicamente a Jesús:
- Todo esto te daré, sí, postrado en tierra, me adoras.
En definitiva, el dinero es la máscara atractiva que el demonio se pone para
ser el dios del hombre, desplazando de su sitio al Dios verdadero, del que dice
la Biblia:
- A Él sólo adorarás y a Él sólo servirás.
Esto ha sido siempre así. Pero, en nuestros días, el dinero ha abierto esa
brecha insalvable entre los hombres con la llamada cuestión social. Porque contemplamos
el hecho innegable de que una parte muy pequeña de los hombres acapara casi
toda la riqueza del mundo, mientras que la mayoría de las gentes, llamadas del
Tercer Mundo, viven en condiciones de pobreza muchas veces desesperante.
Viene la consecuencia natural de esa lucha social, que ha llegado tantas veces
a las armas, y que ha hecho correr torrentes de sangre. Esta ha sido y sigue
siendo la obra del dios oro.
Pero está también la obra del oro de Dios. Porque el dinero, colocado en manos
que lo saben manejar, se convierte en fuente de bendiciones para muchos: para
los que lo reciben igual que para quienes lo manejan.
La Biblia, en el Antiguo Testamento, nos dice unas palabras que parecen hoy
desconcertantes:
- ¡Dichoso el rico... porque la generosidad de sus donativos será proclamada
por la asamblea de todos los santos!
Jesús lo recomendará después así:
-¡A ganarse amigos con el dinero malvado!
O sea, el dinero que tantas veces es malo, se puede convertir, y se convierte
de hecho, en una bendición.
Se me ocurre ahora la historia de aquellas zapatillas.
Un grupo de gente rica formaba una especie de club para ayudar a los pobres. Y
aquel señor de la nobleza francesa visita a una amiga millonaria, a la que
encuentra remendándose sus zapatillas.
- Pero, ¿por qué no se compra otras nuevas?
- Porque tengo que ahorrar para los pobres.
- Pues, mire; por ellos venía a verle, para pedirle ayuda.
La señora se levanta, saca del cajoncito el billete de banco más subido, y lo
entrega al visitante con la mano izquierda.
- ¿Y por qué me lo da usted con la mano izquierda?
- Para que no se entere la derecha, y ésta no se niegue a seguir remendando
zapatillas.
Esto es dar cumplimiento a la profecía bíblica de Isaías: cuando venga Cristo,
las lanzas de los soldados se convertirán en azadones y en machetes de
agricultor. Como podía haber dicho: serán agujas de coser en manos de mujeres
acomodadas, que es igual...
El rico proclamado dichoso por la Biblia es el que no anda detrás del oro, no
peca con él ni hace el mal; lo aprovecha para hacer cosas admirables, y,
probado por las contradicciones, es hallado un hombre perfecto.
Hoy se llevan esta gloria tantos hombres de buena voluntad, que luchan para que
se imponga en el mundo una justicia social auténticamente humana y cristiana.
Su puesto en la empresa o en el Gobierno es para el bien de los otros, no para
provecho propio.
Y es una gloria también volvemos la palabra a Jesús de los que, practicando
siempre con pasión el amor mediante el dinero, saben granjearse con los pobres
unos amigos que serán sus mejores abogados ante el Dueño de las cuentas.
Como aquel ricachón, que decía con bondadosa humildad:
- Yo he nacido para trabajar y ser pobre.
Derrochaba entre sus obreros, en obras sociales y de caridad, los torrentes de dinero
que ingresaban en sus arcas. Hacía con ello honor a la Palabra de Dios, la cual
dice de un rico así que ha hecho maravillas. Le dio la razón al Evangelio que
le decía: haceos amigos con el dinero malvado... El dinero es el dios oro, ante
el que tantos se arrodillan, por desgracia. Pero es también, dichosamente, el
oro de Dios, depositado enel Banco de Arriba. Depende todo de las manos en que
cae y de cómo se maneja...
Por: Pedro García, Misionero Claretiano
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