El amor está en las cosas pequeñas.
Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance.
Jesús nos amó hasta el final, dio la
vida por nosotros.“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin” (Jn 13,2).
Una de las características del amor de Cristo es que no tiene límites. Él se
rompió amando, con sus palabras, con sus manos, con sus gestos, con sus
actitudes. En aquella tarde, Jesús amó a los suyos como nadie los había amado
hasta entonces, los amó, hasta el límite, hasta el fin, hasta el extremo, hasta
dar la vida. Jesús demostró este amor al otro en el servicio y en el estar
atento en las cosas pequeñas. “Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos
y, tomando una toalla se la ciñó luego echó agua en la jofaina, y comenzó a
lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía
ceñida” (Jn 13.5). Echar agua, lavar, secar los pies, era un oficio de
esclavos. Y Jesús se convierte en esclavo, en servidor; se empobrece, se rebaja
poniéndose a sus pies. Este servicio humilde y callado lo hizo Jesús con sus
discípulos; quien no se deje lavar los pies por él, no tendrá parte en su
reino.
Jesús fue un hombre especial, extraordinario en generosidad, bueno de verdad,
que pasó haciendo el bien sobre la tierra y curando a los oprimidos por el mal,
porque Dios estaba con él (Hch 10,38). Por eso Pablo aconsejaba a los
cristianos como norma de vida: "Mantengamos fijos los ojos en Jesús"
(Hb 12,2), para tener sus mismos sentimientos, para obrar como él. Fue enviado
a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los
cautivos, a dar vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar
el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Él vino para los casos difíciles, para
"salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).
Jesús fue un hombre bueno, con una bondad de calado profundo, de inversión de
valores, de búsqueda de lo esencial. Lo radical de su bondad estaba en el hecho
de su estar "a la escucha" de las necesidades de los otros. Él dio su
vida por todos, su entrega fue total, él no vino a ser servido sino a servir y
a dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45). Nunca condenó a nadie, trató de
salvar a todos, de dar vida y de ser vida y fuente de agua viva. Toda la vida
de Jesús fue una donación al Padre y se entregó como precio de nuestra
liberación. El “amarás a Dios con todo tu corazón y toda tu alma”, encuentra su
nueva plenitud en la palabra y en vida de Jesús. Dios, para él, es el único
bueno (Mc 10,18), el Padre amoroso (Mt 5, 45) que busca la oveja perdida (Lc
15,4-7), porque es un Dios que busca y acoge lo que se había perdido (Lc 15,2).
En sus enseñanzas repetía que lo más importante era buscar a Dios, su Reino,
que no se preocuparan de lo demás. Mil veces invitaba a sus oyentes a no tener
miedo, a no dudar, a creer de verdad (Jn 8,46). A todos les dio ejemplo de amor
y el amor fue su único mandato. El amor se concretiza en las cosas pequeñas.
Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance. “Atender a
cosas aún menudas, y no hacer caso de unas muy grandes”, porque “quedamos
contentas con haber deseado las cosas imposibles y no echamos mano de las
sencillas” (7M 4,14).
San Jerónimo escribió un comentario a las cartas de Juan, donde dice que cuando
a Juan le preguntaban sus discípulos cristianos, constantemente respondía:
“Hijos míos, amaos los unos a los otros”. Cansados los discípulos de esa
machacona insistencia, le preguntaron que por qué repetía tanto lo de “amaos”.
Su respuesta fue bien sencilla: “porque éste es el mandamiento del Señor, y si lo
cumplimos es suficiente”.
Efectivamente, quien comprende y experimenta lo que es el amor, no puede por
menos de gritar como Francisco de Asís: Dios es amor, amor, amor. Dios es amor:
quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Jn 4,16) El que no
ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Por eso insistía Juan:
“Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, y todo el
que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn. 4, 7). Esto mismo había
encomendado Jesús a sus discípulos y les pide que se ayuden, se apoyen, se
consuelen. Por eso Jesús insistirá: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis
unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto
conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros” (Jn
13,34-35).
Juan era un experto en la ciencia del amor, había comido junto a Jesús y había
sentido el latir del corazón del Amado. En esto se ha manifestado el amor de
Dios por nosotros, en que ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que
nosotros vivamos por él (1Jn 4,9). Para Juan el amor es la piedra angular del
reino de Cristo (Jn 3,16) y exhorta siempre a los hermanos al amor recíproco
(2Jn 5,6). El amor de Dios se ha revelado en un acontecimiento histórico: el
hecho de Jesucristo, que inaugura el tiempo de la misericordia divina. Este
acontecimiento histórico, revelación única y suficiente de Dios manifiesta
también que Dios no sólo ha amado y ama, sino que “es amor” (1Jn 4,8).
Juan aprendió muy bien la lección del amor, como lo más importante y como lo
único que merecía enseñarse e insistir. La primera carta de Juan es una joya.
De ella entresaco algunos pensamientos.
- El que ama a su hermano, ése es hijo de Dios (3,10).
- Quien ama a su hermano ha pasado de la muerte a la vida (3,14).
- Amar de verdad es dar su vida por el hermano (4,10).
- El que ama comparte sus bienes con el hermano necesitado (4,17).
- Amarnos es cumplir lo que Jesús nos mandó (3,23).
- El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (4,7).
- Nuestro deber de amar se funda en que Él nos amó (4,11)
- Si amamos al hermano, Dios permanece en nosotros (4,12).
- Amemos, ya que Él nos amó primero (4,19).
- Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4,
20).
- Si alguien ama a Dios, ame también a su hermano (4, 21).
Por: P. Eusebio Gómez Navarro
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