El Santo Padre habló a los peregrinos que llenaban la
playa de Copacabana
Darío Menor Enviado especial a Río de
Janeiro (Brasil).
La Jornada Mundial de Juventud (JMJ) de Río de Janeiro
vivió ayer uno de sus grandes momentos con el Vía Crucis que se celebró en el
paseo marítimo de Copacabana frente a una de las playas más evocadoras del
Planeta. Más de un millón de peregrinos llegados de todo el orbe católico
participaron en esta ceremonia que recordaba el sufrimiento de Jesucristo
manifestado en los grandes problemas que afrontan los jóvenes en la sociedad
contemporánea.
En su discurso, Francisco dio ánimos a la juventud
para que se atreva a soñar con un porvenir mejor, teniendo la seguridad de que
Cristo está a su lado. «Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su
confianza en las instituciones políticas porque ven egoísmo y corrupción»,
dijo, haciendo referencia a la ola de indignación contra las estructuras del
poder que se ha desatado en los últimos años, haciendo temblar las calles y
plazas de Madrid, Nueva York o Río de Janeiro, entre otras ciudades. La crítica
de Francisco no sólo fue de puertas afuera. También lamentó que los jóvenes
«hayan pedido su fe en la Iglesia, en incluso en Dios», debido a la
«incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio».
Como podía esperarse, el Obispo de Roma centró su
alocución en la Cruz, símbolo del sufrimiento de Cristo y de los males que
condenan a los jóvenes de hoy a la exclusión, víctimas de esa «cultura del
descarte» a la que se ha referido ya en varias ocasiones en estos días de la
JMJ. Comentó que al portar la Cruz sobre sus espaldas, Jesucristo «recorre
nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros
sufrimientos, también los más profundos». Con ella, se une al «silencio de las
víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y
los indefensos».
La Cruz simboliza a las «familias que se encuentran en
dificultad, que lloran la pérdida de sus hijos o sufren al verlos víctimas de
paraísos artificiales como la droga». También a quienes padecen el hambre en un
mundo donde «cada día se tiran toneladas de alimentos» y a los que son
«perseguidos por su religión», por sus ideas o sufren el racismo. En la Cruz de
Cristo, culminó Francisco, está el «sufrimiento, el pecado del hombre, también
el nuestro», pero también el ánimo de que Dios «acoge todo con los brazos
abiertos», carga con «nuestras cruces» y nos anima para seguir adelante cada
día.
Las 14 estaciones del Vía Crucis, ligadas a las
preguntas existenciales que se hacen los jóvenes, se interpretaron de manera
simultánea frente al escenario de Copacabana en cuyo podio central estaba
sentado el Papa y en distintos puntos del paseo marítimo. Participaron en las
representaciones más de 280 artistas provenientes de seis países diferentes,
una pequeña muestra de la internacionalidad que se respiraba en el público. La
iconografía de las distintas estaciones recordaba en algunos momentos a la
Semana Santa española, pues Ulysses Cruz, director artístico de la
representación, se inspiró en las procesiones del siglo XVI para retratar
algunas de las grandes cuestiones que preocupan a los jóvenes, como las drogas,
las enfermedades, las redes sociales, la fe, la defensa de la vida, la cárcel o
el trabajo. Todas las estaciones estaban ambientadas en la antigua Jerusalén.
Francisco también trató de responder a algunos de
estos temas durante su alocución. Tras preguntarse sobre lo que la Cruz dejaba
para cada persona, contestó: «Un bien que nadie más nos puede dar: la certeza
del amor indefectible de Dios por nosotros». Ahondó en esta cuestión diciendo
que este amor «entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro
sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para
vencerla y salvarnos». En la Cruz está «todo el amor de Dios, su inmensa
misericordia». De ese amor uno se puede fiar sin miedo, destacó, invitando a
continuación a los jóvenes a que «confiaran totalmente en Jesús». Sea cual sea
nuestro sufrimiento, nuestra carga, nuestra cruz, no resulta nunca demasiado
pesada para que «el Señor no la comparta con nosotros». Francisco dijo estas
palabras bien acompañado, pues en el palco levantado en Copacabana estaba
acompañado por 1500 personas, entre las que había un buen número de
minusválidos.
Acabó Francisco su alocución hablando de amor. Dijo
que la Cruz nos invita a «dejarnos contagiar por este amor» y nos enseña a
mirar siempre al prójimo «con misericordia» y cariño, especialmente a los que
sufren, tienen «necesidad de ayuda» o esperan «una palabra, un gesto» o que
«salgamos de nosotros mismos» para acudir a su encuentro y tenderles la mano.
Recordando las distintas personas que acompañan a Jesucristo durante su subida
al Calvario (Pilato, el Cireneo, María, las mujeres...), el Pontífice invitó a
los jóvenes a que reflexionaran sobre a quién estaban emulando ellos con sus
propias vidas. «También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no
tiene valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las
manos». O se puede ser en cambio como «el Cireneo», que ayudó a Cristo a llevar
la Cruz, o como María y las otras mujeres, que «no tienen miedo» de acompañarle
hasta el final. «Y tú, ¿como quién eres?».
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articulo original: http://www.larazon.es/detalle_normal/noticias/3128829/religion/un-via-crucis-contra-la-corrupcion#.UfNxsaebuM8
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