Autor: Pablo Cabellos Llorente
El
título de la encíclica del Papa Francisco
recuerda a la de Juan Pablo II "El esplendor de la Verdad". Ambas
tienen en común el empeño en poner de
relieve que la verdad -sea de la razón o de la fe- es luminosa. Es cierto que
muchas veces esa luz es incompleta porque se puede avanzar más en su
comprensión, pero siempre es luz, transparencia, belleza, posibilidad grande del
ser humano. Aún está más relacionada con "Fides et Ratio". Los tres
insignes documentos salen al paso de algo que advirtió san Josemaría: "Con periódica monotonía, algunos tratan de resucitar
una supuesta incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia
humana y la Revelación divina. Esa incompatibilidad sólo puede aparecer, y
aparentemente, cuando no se entienden los términos reales del problema".
Al
inicio, ilustra los motivos en que se basa el documento, que acuden justamente
a los términos reales del problema: el primero es recuperar el carácter de luz
propio de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del hombre, de ayudarle a
distinguir el bien del mal, sobre todo en una época en la que creer se opone investigar, y ve la fe como una ilusión, un salto al vacío que impide
la libertad del hombre. En segundo lugar, la Lumen Fidei -justo en el Año de la
Fe, 50 años después del Concilio Vaticano II, un "Concilio sobre la
Fe"- quiere vigorizar la percepción de la amplitud de los horizontes
abiertos por la fe para confesarla en su unidad e integridad. La fe no es un
presupuesto que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que alimenta y
fortalece la Iglesia. Pero ni irracional ni anticientífico. Es más, la luz de
la razón autónoma respecto a Dios no permite iluminar suficientemente el
futuro, deja al hombre en la oscuridad, con miedo a lo desconocido.
Yendo solamente al núcleo del documento,
empleando una analogía, el Papa recuerda que en la vida diaria confiamos en
"la gente que sabe las cosas mejor que nosotros" -el arquitecto, el
farmacéutico, el abogado-, así también en la fe necesitamos a alguien fiable y
experto en "las cosas de Dios" y Jesús es "aquel que nos explica
a Dios." Por esta razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y
creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas, nos confiamos a él y
vemos con sus ojos.
El capítulo segundo muestra más
intensamente la relación con el esplendor de la verdad. El Papa demuestra la estrecha relación entre
fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su presencia fiel en la historia.
"La fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella fábula, la proyección
de nuestros deseos de felicidad." Y hoy, debido a la "crisis de
verdad en que nos encontramos", es más necesario que nunca subrayar esta
conexión, porque la cultura contemporánea tiende a aceptar sólo la verdad
tecnológica, lo que el hombre puede construir y medir con la ciencia
experimental, lo que es "verdad porque funciona", o las verdades subjetivas, no válidas para el bien común. Por el
contrario, la fe, que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los
hombres y se pone al servicio concreto de la justicia, el derecho y la
paz.
Actualmente se mira como sospechosa la
"verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su
conjunto", porque se la asocia erróneamente a los grandes relatos
totalitarios del siglo XX. Esto, sin embargo, implica el "gran olvido en
nuestro mundo contemporáneo" que -en beneficio del relativismo y temiendo
el fanatismo- olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el origen de todo, la
pregunta sobre Dios que, si no obtiene respuesta, deja la vida sin sentido. La
encíclica manifiesta el vínculo entre fe y amor, entendido como el gran amor de
Dios que nos transforma interiormente y nos da nuevos ojos para ver la
realidad. Si, pues, la fe está ligada a la verdad y al amor, entonces
"amor y verdad no se pueden separar", porque sólo el verdadero amor
resiste la prueba del tiempo y se convierte en fuente de conocimiento. Y puesto
que el conocimiento de la fe nace del amor fiel de Dios, "verdad y
fidelidad van juntos".
En
el diálogo fe-razón es importante percibir que "la verdad que buscamos, la
que da sentido a nuestro pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca". Si
la verdad es la del amor de Dios, no se
impone con violencia, Dios no aplasta al individuo. La fe no es intransigente,
el creyente no es arrogante, la verdad vuelve humildes y conduce a la convivencia
y al respeto. La fe facilita el diálogo con la ciencia, despertando el sentido crítico y ampliando
horizontes de la razón, invitándonos a mirar con asombro la Creación; el encuentro interreligioso, al que el cristianismo
ofrece su contribución; el diálogo con los
no creyentes que siguen buscando; con los que "intentan vivir como si Dios
existiese", porque "Dios es luminoso, y se deja encontrar por
aquellos que lo buscan con sincero corazón".
Gracias por ser como eres, por ser el amigo que siempre esta ahí. Un abrazo, Pablo
ResponderEliminarPablo, soy yo quien debe darte las gracias a ti, por tu incondicional apoyo y dejarme publicar tus artículos en mis blogs.
EliminarSiempre te estaré muy agradecido.
Recibe un gran abrazo.
Manolo Murillo