Cuando
Dios no está en nuestras vidas, todo es diferente, nos sentimos vacíos, solos,
tristes. ¡Ven con nosotros Señor!
Hay en nuestro mundo una costumbre que se va agudizando cada vez más. Y es la
costumbre, incluso diría yo la manía, de ir corriendo a Dios de nuestro mundo.
Correrlo de la familia, porque no nos sirve, porque estorba, porque es molesto.
Correrlo de la sociedad, correrlo del mundo cultural, correrlo incluso de las
iglesias. No queremos saber nada de El.
¿Por qué? Porque nos estorba, nos fastidia, nos molesta. Porque no lo
necesitamos ya. Más aún, hay gente que presume de haber logrado este gran
triunfo: Ya hemos puesto al hombre en su lugar. No necesitamos de Dios.
Pero, ¿qué es lo que realmente sucede? El que pierde no es El. El que pierde es
el hombre. Y, así, podemos constatar estadísticamente que los lugares donde
Dios está ya casi fuera, el hombre se ha vuelto contra sí mismo. Hay,
casualmente, más suicidios. Casualmente más egoísmo. Hay, casualmente también,
más guerras, más violencia.
¿Por qué en nuestro siglo ha habido tantas guerras, hay tantos desastres, hay
tantos suicidios? ¿No será por esa manía de dar un puntapié a Dios y correrlo
de nuestro mundo?
Repito que el que pierde no es El, porque El está tranquilo. El nos ve, El
dice: A ver que puede hacer el hombre solo, sin Mí. Y el resultado es trágico.
Por eso, hay todavía algunos que le queremos decir a El: No te vayas, por
favor, porque entonces nos va a ir muy mal.
¡Pobre hombre! Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién
vas a recurrir ahora?.
Autor: P. Mariano de Blas LC.
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