Sentimos
en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar
crímenes, detener guerras, curar enfermedades...
Dios
es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo creemos
los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso un
pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno y
omnipotente si en el mundo encontramos tantos males?
Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue
allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en
no pocos corazones.
Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría
evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres
endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la
justicia.
Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo
conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un
terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que ha destrozado
sus vidas y las de sus hijos.
Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos,
que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: "Yahveh, escucha
mi oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día
de mi angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto,
respóndeme!" (Sal 102,2-3).
La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya fue
formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo,
su pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego
en la tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt
12,28).
Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la
victoria del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo
contener a Cristo, porque el Amor es omnipotente.
Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que
es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica "Lumen fidei"), el
creyente sabe que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona
los pecados, y que abre horizontes de esperanza y paz para los corazones.
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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