Autor: Pablo Cabellos Llorente
Bueno y Grande son dos adjetivos que podrían situarse
junto al nombre de los papas que he conocido. He aprendido a amarlos a todos
porque representan a Cristo. Pero cuando el sensus fidei, la nariz católica del
Pueblo de Dios lo dice de alguien en particular, no dudo de que tiene un
sentido. Es muy natural llamar a Juan XXIII el Papa Bueno y otorgar el título
de Grande a Juan Pablo II, unidos porque se ha comunicado conjuntamente la
canonización de ambos, otro gesto de Francisco, el Papa Sencillo.
Podría pensarse en una bondad del Papa Juan derivada de sus
grandes encíclicas sociales, o de la convocatoria del Concilio Vaticano II con
el que buscaba una notable mejora de la Iglesia, un mayor diálogo con el mundo,
una mejor relación entre la fe y la
razón. Pero posiblemente pensamos que no fue por ninguno de esos motivos. Con
Machado, podríamos decir que fue un hombre bueno en el buen sentido de la
palabra, tanto que va a ser canonizado, lo que significa que, ayudado por la
gracia de Dios, se ha identificado con Cristo ejercitando las virtudes heroicamente.
No puedo olvidar
aquello que dijo a san Josemaría en la inicial audiencia que le concedió: La
primera vez que oí hablar del Opus Dei me dijeron que era una institución
imponente que hacía mucho bien. La segunda vez, que era una institución
imponentísima que hacía muchísimo bien. Estas palabras entraron por mis oídos,
pero... el cariño por el Opus Dei se quedó en mi corazón.
Juan Pablo II el Grande. También podría pensarse en su largo
pontificado, en los cientos de miles de kilómetros recorridos, sus catorce
encíclicas, las Jornadas Mundiales de la Juventud y de la Familia, el
Catecismo, los sínodos convocados, su fuerza comunicadora, etc. Pero pienso que
este papa no se le llama Grande por eso o, en todo caso, es una partecita de su
grandeza.
Juan Pablo II es Grande porque es un campeón de la santidad,
que mostró en el atentado sufrido, en la salud y en las duras enfermedades
padecidas. Él comprendió muy bien algo dicho por Pablo VI: que el fruto más
precioso del concilio último había sido el solemne recuerdo de la llamada a la
santidad para todos en todas las tareas honradas. Como sus predecesores, quizá
por eso entendió muy bien a san Josemaría, considerado precursor del concilio, justamente por haber predicado desde
el 2 de octubre de 1928, con una especial luz de Dios, esa misma idea sencilla,
que no sé si captamos a fondo.
Lo recogía la estampa que se ha utilizado para pedir que fuera introducido en el número de los
santos: "Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia (de Dios) y
en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo".
Muy agradecido, sobre todo con mis oraciones y con un fuerte abrazo
ResponderEliminarGracias Amigo Pablo, ¿que mas puedo pedir?. Dios te colme de bendiciones y recibe un gran abrazo.
ResponderEliminarManolo Murillo