La
que ama en vez de odiar, que reza en vez de blasfemar, que bendice y no
maldice, que perdona y no guarda rencores, que hace la voluntad de Dios y no la
suya.
María es el modelo de la criatura nueva. Si queremos llegar a ser santos,
debemos de ver en María un testimonio digno de imitación y no simplemente de
contemplación. En la medida en que la imitemos, llegaremos a ser esa criatura
que ama en vez de odiar, que reza en vez de blasfemar, que bendice y no
maldice, que perdona y no guarda rencores, que hace la voluntad de Dios y no
sus propios caprichos.
Pero existe dentro de cada persona una criatura vieja, contraria a la nueva. Es
la criatura que sentimos dentro de nosotros y que nos ofrece muchas veces la
sociedad: criatura vieja, como viejo el pecado y la división; como vieja es la
confusión y atolondramiento; como vieja es la indiferencia, la prepotencia o la
pérdida de toda ilusión.
¡Qué gran abismo existe entre María y ciertos modelos que nos presenta la
sociedad de hoy! Son quizá hermosos por fuera, pero por dentro están vacíos
muchos de ellos.
Si quieres caer en la trampa del viejo mundo, es muy fácil: déjate llevar por
las pasiones y caprichos. "Hoy
no me apetece ir a Misa", no vayas; "me da pereza asistir al
trabajo", no asistas; "lo
quiero matar", ¿qué esperas?; "le diré sus verdades", díselas.
Haz lo contrario de lo que dice el Evangelio: odia a Dios sobre todas las
cosas, aborrece a tu enemigo, si alguien te pega en la mejilla izquierda,
pégale en la derecha; si uno te quita la túnica, quítale tú el manto; si el
otro te pide que lo acompañes una milla; pídele tú que te acompañe dos.
En cambio si deseas ser criatura nueva, sigue el ejemplo de María sé humilde y
ama a tus seres queridos, pero también al que te cae antipático o te ha puesto
una zancadilla en los negocios. Aprende a perdonar al que te ha calumniado o
hablado mal de ti, robándote tu buena fama. Sirve a los demás con amor, y no te
sirvas de ellos para planes poco nobles o incluso indignos de tu fe
cristiana.... María, junto a la cruz de Jesús, nos fue dada como madre a todos.
María aceptó esa maternidad, perdonando y amando, como lo hizo Jesús, a los
verdugos. Y sucedió un milagro de gracia: uno de ellos, el centurión, creyó y
se convirtió en criatura nueva.
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