Si
vivo bien, con ayuda de Dios, moriré bien. Según se vive, así se muere.
Comencemos
por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien
puede decir en ese momento: "He cumplido mi misión". Una muerte así
es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace.
Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y
mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte,
como el verdadero día de su nacimiento, su "dies natalis".
La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son
la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII:
"¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.", decía
en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué
bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!"; y moría
ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado.
Otro decía: "No sé por qué lloran". Aquel joven moría pidiendo perdón
a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy
oportunas: "No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote,
porque desde que te conocí soy más buena". ¿Lo podrías decir tú de tu
novio o de tu novia?
Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo
importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué
disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de
morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si
se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que
se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien;
si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo
dudes, morirás como un santo.
Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen
hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante,
lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos
ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los
dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.
Comenta San Agustín: "Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero
sólo uno, para que nadie presuma y se confíe". Hay que ser lógicos y
aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay
que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?;
¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de
mí muerte? Esta es la gran pregunta.
Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que
todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: "Yo sé que
toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro:
los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida.
Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y
seguro."
Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente
estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos
estar seguros que morirán impenitentes.
Autor: P Mariano de Blas.
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