Pedirle a María que nos de la fuerza
para saber responder a Dios cada día.
Toda vida humana es una llamada no
solamente a la existencia, sino que encierra en sí misma una misión
determinada, aunque a veces escondida para nosotros. María es el ejemplo más
noble de una creatura que recibe una misión de Dios y la lleva a término de
modo acabado y perfecto.
Al nacer se nos da una misión. Nuestra vida comienza más auténticamente cuando
recibimos la gracia del bautismo. ¿De qué nos hubiera valido nacer -dice S.
Agustín- si no hubiéramos sido redimidos? Con el nacimiento de María quedó
marcado, de modo singular, en la historia el plan de Dios, el misterio
escondido desde todos los siglos. Ella, como todos nosotros, fue elegida antes
de la creación del mundo para ser santa en el amor. Pero María tiene una misión
muy particular y única: La de hacer posible la presencia del Verbo entre
nosotros. Gracias a que María aceptó la misión de ser Madre del Salvador, pudo
realizarse la redención del género humano.
Dios elige nuestra misión. No somos nosotros los que hemos decidido vivir, ni
tampoco quienes escogimos las circunstancias de nuestro nacimiento. No nos
define, por tanto, en primer lugar, la libertad, sino la dependencia de Dios.
“El mundo y el hombre -nos dice el Catecismo de la Iglesia católica, n.34- atestiguan
que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que
participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin”. Hemos sido
elegios en Cristo y “destinados de antemano según el designio de quien todo lo
hace conforme al deseo de su voluntad” (Ef 1,11). Esta es la elección general.
Dios providente nos presenta a cada cual el modo como tenemos que llevar
adelante esa elección. En María se manifiesta de una forma muy patente: Dios
envió a su ángel, a una ciudad de Nazaret, en el sexto mes, a una doncella
llamada María. Dios sabe el cuando de cada una de nuestras vidas y de un modo u
otro nos descubre la forma de llevar adelante nuestra vocación: Amarle en esta
vida y gozar de El eternamente en el cielo.
Responsabilidad en el cumplimiento de la misión. Este plan de salvación de Dios
para cada uno de nosotros exige una respuesta responsable y madura. En ella nos
jugamos el destino de nuestras vidas. No es, por tanto, una cuestión de poco
más o menos. Es la cuestión fundamental de la vida. “El hombre es invitado al
diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por
Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la
verdad, si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su creador”
(Gaudium et Spes, n. 19). María escucha con atención el plan que el Señor le
propone en el mensaje del ángel y con plena conciencia, confiando en la palabra
de Dios, responde: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices”.
Pedirle a María que nos conceda la fuerza para saber responder a Dios cada día
con mayor autenticidad y responsabilidad.
Por: P. Antonio Izquierdo, P. Florian Rodero
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