Al volver la vista atrás en la propia
vida podemos descubrir la presencia de Dios que nos acompaña y cuida con mano
de Padre.
¡Sí! La historia nos habla de la
presencia y del amor de Dios para la humanidad y para cada hombre
personalmente. Desde el inicio de la creación, cuando Dios creó al hombre a su
imagen y el hombre rechazó esta amistad por su desconfianza y desobediencia, la
historia nos muestra el esfuerzo del hombre para volver a encontrar la
felicidad que tenía al principio pero había perdido.
También nos habla de la presencia continua de Dios que ayuda el hombre a
descubrir que su verdadera felicidad sólo se encuentra en Él. Podemos ver todo
esto en concreto en el Antiguo Testamento, que es nada más que la historia del
Pueblo Escogido de Israel y nos habla, como la historia de tantos otros
pueblos, de reyes, de guerras, de héroes y de traidores, pero, también, de
manera explícita, de la presencia perenne y de la acción favorable de Dios
hacía “su” Pueblo.
Pero el instante definitivo de la historia ha llegado hace más de 2000 años
cuando Dios se ha hecho hombre, en la Persona de Jesucristo, y ha querido vivir
y compartir la vida humana en todas sus realidades cotidianas de la familia,
del trabajo, del amor y del sufrimiento. La vida de Jesucristo no sólo ha
marcado al mundo durante unos años, sino que su influencia ha venido perpetuándose
hasta hoy. Además, varias de las páginas más importantes y más bellas de la
historia, después de Cristo, han sido escritas por discípulos suyos, tal como
San Francisco de Asís y Santo Teresa del Niño Jesús, o más cercano, por San
Juan Pablo II.
Desde que Dios quiso entrar en el tiempo no sólo la historia de un Pueblo está
acompañada por la presencia de Dios, sino toda la humanidad, así como cada
persona. Al volver la vista atrás en la propia vida y en la propia historia
personal, muchos pueden descubrir también esta presencia divina que les
acompaña y les cuida con mano de Padre.
El Pueblo de Israel supo descubrir la especial intervención de Dios en su
historia, y cómo la bendición que Dios dio a los judíos era un bien para toda
la humanidad. Con Cristo se hizo realidad la promesa: Dios entró en la historia
y quiso rescatar a los que vivíamos en las tinieblas del pecado y del error (Ef
5,8; Col 1,13-14). Por eso la historia tiene un sentido sagrado: cada momento
puede quedar redimido por Cristo, o puede seguir manifestando las tinieblas del
pecado.
A pesar de que alguno tenga motivos para pensar que hay más pecado que santidad
y que el cristianismo ha fracasado después de más 2000 años de historia, lo
cierto es que el perdón de Dios sigue disponible para todos los que lo acojan.
Pablo de Tarso se convirtió cuando perseguía a los cristianos.
También hoy cada hombre o mujer puede cambiar su vida cuando llegue a esta
certeza: Cristo "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20).
No hay comentarios:
Publicar un comentario