Jesús que mira a todos los hombres como
hermanos suyos amándolos con la mayor ternura.
I. Jesús es nuestro amigo
Del amor a Dios procede necesariamente el amor a los hombres que son hijos
suyos. Jesús tiene para nosotros Corazón de amigo; así quiere Él mismo
llamarse, y con razón, pues tiene de amigo el afecto, la fidelidad y el
incesante desvelo. ¡Oh, palabra dulce! ¡Oh título amable! ¿Qué cosa hay
incomparable con este amigo fiel? ni ¿qué es todo el oro y plata su
comparación? (Eccl. 6).
Discípulo afortunado que reclinásteis vuestra cabeza sobre el Corazón de Jesús,
y fuísteis objeto de su predilección, decidnos si el divino Salvador sabe amar
a sus amigos, y si Él mismo es aquel amigo fiel que da la vida y la
inmortalidad, sirviendo al mismo tiempo de defensa y baluarte a sus amigos
(Ibid). Jesús es en efecto al amigo verdadero que no nos abandona en la
desgracia ni aún en la muerte; que mira por nuestros intereses y nos ama con un
amor puro y desinteresado. ¡Oh! ¡cuán mal he correspondido yo hasta aquí a su
amistad divina! Dios mío, ¡cuán sensible es mi corazón para con las criaturas y
cuán duro para Vos! ¡Ah! ¡Si al menos no hubiese yo jamás abandonado a este
amigo!... ¡Si no le hubiese hecho traición!... ¡Oh Jesús mío! perdonad mi
infidelidad.
II. Es nuestro hermano
El Corazón de Jesús es el Corazón de un hermano. Al título de amigo junta el
Salvador otro todavía más tierno; el título de hermano. ¿Qué cosa hay más dulce
que el amor fraternal? ¿Que cosa más íntima que los lazos que unen entre sí a
los hermanos? "Id a mis hermanos, dijo Jesús a la Magdalena, y decidles de
mi parte: suba a mi Padre y vuestro Padre" (Jo.20). Por otra parte este
título no es en los labios de Jesús un nombre vano; puesto que en esta cualidad
quiere que participemos de sus bienes haciéndonos coherederos de Él. Cohœeredes
Christi (Rom. 8).
Pero lo que más hace resaltar la fuerza de este amor, es nuestra indignidad e
ingratitud; por cuanto nosotros le hemos tenido en poco, le hemos rechazado,
ultrajado y hasta entregado a la muerte, y a pesar de esto Él nos ha amado
buscándonos para rescatarnos del infierno, y de infelices desterrados que
éramos nos ha hecho hijos de Dios, abriéndonos las puertas del cielo.
Ahora bien: ¿Queréis dar al Salvador una prueba de agradecimiento al favor
insigne que os dispensa recibiéndoos por hermanos? Amad a vuestro prójimo, y
socorred a Jesucristo en sus pobres, seguros de que mirará como hecho a su
persona lo que hicieseis con el más pequeño de los suyos. ¡Qué felices sois
pudiendo de este modo pagar a Jesucristo lo mucho que le debéis!
III. Es nuestro Padre
El Corazón de Jesús es para nosotros un Corazón de Padre. Los vínculos que unen
al Padre con los hijos son más íntimos aún que los que unen entre sí a los
hermanos. Pues bien: Jesucristo ha querido tomar el nombre de Padre de sus
escogidos, y amarles con una ternura paternal. "Heme constituido Padre de
Israel, reconociendo a Efraín como a mi primogénito. Yo trataré con respeto a
Efraín" (Jer. 31). Este Padre amantísimo a derramado su sangre para darnos
la vida, y aún ahora nos alimenta con su preciosa carne, de manera que le
pertenecemos con más justo título que los hijos pertenecen a su madre natural.
"Heme aquí, dice el Salvador, y conmigo los hijos que Dios me ha
dado" (Heb. 2) ¿Qué deben a su padre los hijos más queridos? ¿Qué debo yo
a Jesucristo? ¿Qué me toca hacer por Él?
IV. Es nuestro esposo
El Corazón de Jesús es para nosotros Corazón de esposo. Sobre la unión de los
hermanos entre sí, y la de un padre con sus hijos, hay otra todavía de mayor
excelencia y que identifica más: esta unión es la de los esposos. ¿Quién es
capaz de comprender, y menos aún de explicar lo que encierra la mística alianza
de la criatura con el Creador? ¿Quién habría podido persuadirse jamás que el
Hijo de Dios llegara a tal exceso de amor para con el hombre caído, ni de que
nuestro corazón, desfigurado por la culpa, lleno de imperfecciones,
despreciable en sus afectos y desarreglado en sus deseos, había de celebrar una
unión tan estrecha con su Dios? Y sin embargo, es así. "Habéis herido mi
Corazón, hermana mía, Esposa mía, dice el alma fiel. Vulnerasti cor meum, soror
mea, sponsa" (Can. 4).
Yo me regocijaré con sumo gozo en el Señor, dice el profeta, y el alma mía se
llenará de placer en mi Dios; porque me ha cubierto con el manto de la
justicia, como a esposo ceñido de corona, y como esposa ataviada con sus joyas
(Is. 61). En esta unión que se celebra entre el Corazón de Jesús y el corazón
del hombre, la caridad sirve de lazo. Mi amado para mí: yo para Él. Dilectus
meus mihi, et ego ili (Cant. 2). Mas ¡oh Dios! ¡quién podrá aspirar a una
amistad tan íntima? La justicia, la pureza y la humildad nos disponen a ella.
Dios nos las concede por su bondad, y sólo con una constante fidelidad se
conserva.
Escucha, alma mía, lo que te dice el Señor: Te desposaré conmigo para siempre
mediante la justicia, la misericordia y la fidelidad, y conocerás que Yo soy el
Señor (Os. 2).
Por: Pbro. Patricio Romero | Fuente: Archicofradía Guardia de Honor S. C.
de Jesús
No hay comentarios:
Publicar un comentario