Quisiera hoy, en estas horas de mí
caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro
confiado.
Teresa, la niñita de esta historia real,
aquel día fue a su habitación, puso en un bolsillo de su jeans las monedas que
había estado ahorrando de su merienda, y con paso resuelto se encaminó a la
farmacia de la esquina.
Con total aplomo, esperó a que el farmacéutico le prestara atención, pero nada.
Finalmente, con una moneda tocó repetidas veces en el mostrador.
-¿Qué es lo que quieres?--le dijo el hombre--¿No ves que estoy hablando con mi
hermano que acaba de llegar de Chicago, y hace años no lo veo?
-Pues de mi hermano quiero hablarle. Él está muy enfermo y quiero comprar un
milagro.
-¿Qué dices?
-Su nombre es Andrés. Algo muy malo le ha estado creciendo en su cabeza. Mi
Papi dice que sólo un milagro puede salvarlo Dígame, ¿cuánto cuesta un milagro?
Con voz algo más suave, el farmacéutico le dijo que no tenía milagros a la
venta, y que no podía ayudarla.
En eso intervino el hermano recién llegado al pueblo, un hombre muy bien
vestido.
-¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?
--No sé—replicó Tere medio asustada.--Sólo sé que está muy enfermo y Mami dice
que necesita una operación y Papi dice que no pueden pagarla, que se necesita
un milagro.
-¿Cuánto tienes?
-Cuarenta y un pesos.
-¡Qué coincidencia! ¡Exactamente lo que cuesta un milagro para hermanitos!
Llévame a tu casa.
Aquel hombre era el Dr. Carlton Armstrong, cirujano especializado en
neurocirugía, quien cubrió todos los gastos de la operación, salvando así la
vida del niño.
La madre no se cansaba de repetir que habían presenciado un milagro real, sin
saber cuánto pudo haber costado.
Jesús ha insistido una y otra vez que hay que ser como niños para llegar al
Reino de los Cielos. Y lo que Jesús nos dice es que debemos actuar como niños,
con la misma ingenuidad, con la misma seguridad, con la misma espontaneidad con
que los niños confían plenamente en Dios.
Y a nosotros los grandes, ¡que trabajo nos da ponernos en sus manos!
El Padre Fernando Pascual comenta que tal parece tememos los proyectos de Dios
para con nuestras vidas, y preferimos seguir nuestros propios gustos, decidir
nuestros pasos, tenerlo todo bajo el control de nuestros deseos.
Y no acabamos de entender en esos momentos de dificultades que Dios tiene un
camino distinto para nosotros, quizás difícil, quizás incomprensible, quizás
lleno de espinas.
“Señor, ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no
olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del
camino del que ama, una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor
que tu Hijo trajo al mundo.
Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus
manos, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y
en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; y
trabajar para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar
hacia la esperanza y descubrir tu Amor eterno.”
Tere sí sabía cuánto costaba un milagro… cuarenta y un pesos, más la fe de una
chiquilla.
Por: Juan Rafael Pacheco
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