Dejar nuestras cosas a un lado, dejarlas
por un momento y ponernos solo ante tu presencia, Señor.
A veces, Señor, cuando estoy ante ti,
recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando
consuelo para mis penas y problemas...
¿Qué le falta a mi oración?
Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene
es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo,
esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene
límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los
enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración
en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.
Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos
ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño.
Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu
Padre, Señor.
Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el
Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En
favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento
del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y
te llevas nuestras peticiones al Padre.
Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de
todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del
corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto
que no nos deja dormir...
Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y
poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una
letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto
porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del
mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que
sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la
presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos
y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace
sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que
siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando,
Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.
Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un
rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo
de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras
preocupaciones.
Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas
cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce
consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por
lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.
Por: Ma Esther De Ariño
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