Nos pide desprendimiento y generosidad,
pero nos da abundancia de paz, de amor, de libertad.
Jesucristo nos dice en su Evangelio unas
palabras que no nos dejan en paz como nos pongamos a meditarlas. Nos dice lo
que ningún líder se atreve a formular:
- Quien no está por mí, está contra mí.
Si nosotros oyéramos estas palabras en una campaña electoral, replicaríamos sin
más al candidato:
- ¡Cuidado! Nosotros, no estamos por usted, pero tampoco nos ponemos en contra.
Sencillamente, nos declaramos neutrales. Pertenecemos a los del voto indeciso,
y nos inclinaremos al final por el que más nos convenga.
Jesucristo no admite esta razón. Es tajante desde un principio:
- ¿Sí o no? ¿Conmigo o contra mí? ¡A fiarse de mí, porque soy yo el que os
conviene! Yo soy el único necesario. Todos los que han venido antes de mí son
unos ladrones y salteadores...
En otras palabras, Jesucristo compromete, y lo hace y exige de manera
definitiva. No quiere ni indecisos, ni cobardes, ni desleales.
El seguimiento de Jesucristo lleva dentro de sí lo que hoy llamamos una
mística. O sea, una ilusión, un convencimiento, un ideal, una obsesión, que nos
arrastra de modo irresistible a darle todo: hemos escogido a Jesucristo y no lo
cambiamos por nadie ni por nada que se nos pueda prometer o dar por otros. Con
Jesucristo nos basta. Con Jesucristo nos realizamos. Por Jesucristo gastamos
nuestra vida. Por Jesucristo vivimos y por Jesucristo moriremos.
Esto no son sueños de románticos e idealistas. Esta es la realidad que se vive
en la Iglesia. La vemos encarnada en toda clase de personas, en hombres y en
mujeres de toda edad y condición, en ancianos y en niños, y sobre todo jóvenes,
muchachos y muchachas que se dan a Jesucristo del todo cuando más les sonríe la
vida. No hay líder que cuente con seguidores como Jesucristo.
Se me ocurre a este propósito un chiste de la Segunda Guerra Mundial. En plena
euforia de las conquistas alemanas, y cuando ya Italia se había uncido al carro
triunfador de Hitler, una multitud inmensa de soldados y camisas negras
fascistas se congregó en la Plaza Venecia de Roma aclamando a Mussolini.
Sale el Duce al balcón central del palacio, y se dirige a la multitud
enardecida:
- Tengo una honrosísima misión que confiar a un valiente. Será difícil. Correrá
riesgos el elegido, pero se convertirá tal vez en un héroe de la Patria. ¿Hay
algún valiente entre vosotros que quiera cumplir esta misión?...
- ¡Síiiiii!...
- ¿Quién quiere serlo?
- ¡Yoooooo!...
- ¡Muy bien! ¡Gracias por tantos valientes!
El encargo de esta misión va escrito en este papel que tengo en la mano. Como
sois tantos los voluntarios, yo lo voy a lanzar al aire; el primero que lo
recoja, que se presente en mi despacho, y él se lleva el honor y el amor de
toda la Patria.
Mussolini echó a volar el papel, y se metió en su despacho. Al cabo de un rato
aparece de nuevo en el balcón, y ve con asombro que el papel todavía volaba por
el aire, pues, cuando caía, todos aquellos voluntarios tan valientes soplaban
hacia arriba y ninguno se apoderaba del papelito misterioso...
Un cuento, que, desde luego, tiene mucha sustancia. Entre los voluntarios que
le dicen a Jesucristo como aquel del Evangelio: Te seguiré adondequiera que
vayas, ¿no hay más de uno que se dedica a lanzar soplidos al mensaje de Jesucristo,
para que lo recojan otros, porque ellos saben retirarse prudentemente?... Si
Jesucristo sigue diciendo: El que quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y
me siga, ¿no ve Él cómo muchos le dan tristemente la espalda?...
Pero, al llegar aquí, nos encontramos con los pesimistas que piensan que el
Evangelio es rigor, tristeza, exigencia y nada más.
¡No! Eso no es cierto. El Evangelio da mucho más de lo que exige.
Nos pide desprendimiento y generosidad, pero nos da abundancia de paz, de amor,
de libertad.
Nos quita el peso del mundo, y nos echa encima una carga que el mismo
Jesucristo dice que es suave y ligera...
Nadie niega que Jesucristo atrae hoy como nunca, sobre todo a los jóvenes.
Hartos de líderes que nos engañan, en Jesucristo no se ve trampa, y Jesucristo
responde a tanta angustia como atenaza al mundo.
Pero algunos se tiran para atrás cuando se presenta un Jesucristo muy concreto,
que por su Iglesia pide tantas cosas que el mundo de hoy rechaza.
Si no fuera por la moral sexual, o por el respeto exigido a la vida, o por los
reclamos de la justicia social..., veríamos cómo nadie se apartaría de
Jesucristo y de su Iglesia. Se apartan de Jesucristo cuando es su Vicario quien
nos recuerda estos deberes en nombre del mismo Señor.
Si muchos se van detrás de otros líderes, es porque prometen mucho y no exigen
nada.
Porque se contentan con una moral sin compromiso.
Porque todo se va en cantar y en aplaudir.
Porque suavizan de tal manera el Evangelio que le privan de todo vigor.
Sin embargo, Jesucristo sigue clamando: ¡O conmigo o contra mí! No quiero votos
indecisos. No quiero que mi mensaje flote por los aires, sin que nadie lo
recoja...
Por: Pedro García, Misionero Claretiano
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