El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Todos los instantes de nuestra
vida son aprovechables.
El hecho de ser, de estar presentes en esta vida, de poder disponer de un
tiempo que se nos da, trae consigo una responsabilidad de infinitas dimensiones
que muchas veces no queremos o no sabemos aquilatar.
Estamos conscientes de que solo el presente, el momento presente nos pertenece.
El pasado lo vivimos, si, pero se nos fue como agua entre las manos dejándonos
tan solo la humedad perfumada de un grato recuerdo o de un triste llanto. Se
nos fue como el viento que pasa y pasa para no regresar jamás. Los instantes,
las horas, los años vividos se fueron y no volverán. El futuro es tan incierto
como el más grande de los misterios. Indescifrable e impenetrable
No nos pertenece el mañana, ni siquiera el próximo minuto, que tan solo será
nuestro si alcanzamos a vivirlo. ¿Y qué hacemos con nuestro tiempo? Ese, el del
momento presente, el que Dios nos está regalando gota a gota, hora tras hora,
día tras día... ¿Cómo empleamos nuestro tiempo.? A veces dejamos transcurrir
esas horas, horas que no volveremos a tener, sin hacer nada, con una dejadez
tonta, con un desperdicio imperdonable y falto de cordura.
Pensemos frecuentemente en esto: el gran tesoro del tiempo lo tenemos en
nuestras manos. Es el momento presente el que no se nos puede ir sin darle su
valor y de muchos presentes hacemos nuestro pasado y también estamos haciendo
un puente hacia ese futuro que está por llegar. Ese puente que nos va a
conducir a la eternidad.
El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Si empleamos ese tiempo en
crecer espiritualmente, en ser mejores, en ir limando las aristas de nuestro
carácter y temperamento con las que lastimamos a los que nos rodean, ese tiempo
será rico, lleno de paz y de alegría.
Será de un extraordinario valor si no lo usamos con la avaricia de vivirlo para
nosotros solos, sin que generosamente se lo obsequiemos a los demás. Así ese
tiempo jamás será un desperdicio y cuando nos hayamos ido siempre habrá alguien
que nos recordará porque llevará en su vida el regalo de nuestro tiempo, el
regalo de nuestra propia existencia.
Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.
No los malgastemos en críticas malsanas, en chismes, en arropar rencores, en
maldecir con envidia la suerte de otros, en herir de obra o de palabra, en
lastimar sentimientos o menospreciar al más débil
Por el contrario, valoremos y amemos esos instantes presentes para vivirlos con
intensidad, con profundidad, haciéndolos fecundos dándoles su justo valor
enriquecidos por la fe y la confianza en Dios y repartiéndolos siempre entre nuestros
semejantes.
Somos dueños de nuestro tiempo, pero no olvidemos que daremos cuenta de él
cuando ese tiempo se termine y empiece la ETERNIDAD.
Autor: Ma Esther De Ariño
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