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La Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y
esperanza…
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Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde
el glorioso Domingo de Pascua.
Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus
tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra
ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la
llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no
quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe
terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo
vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia
orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero…
necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la
Ascensión.
Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena
que me responde al alma.
- El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca
totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya
existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo
tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta
años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el
mundo debía salvarse.
- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre,
por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).
Sonríes…
Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.
- Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y
promesa, camino y esperanza… por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y
les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos
consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más
hermosas promesas.
Recuerdo claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol
brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de
Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra
enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente
cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y
esperanza para tantos hijos de mi alma..." Yo estaré siempre con ustedes
hasta el fin del mundo"
Yo presentía la partida… y Él sabía que necesitaba abrazarlo… como cuando era
pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana
angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me
abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos…:
- Gracias Madre, gracias… gracias por tu entrega generosa, por tu confianza
sin límites, por tu humildad ejemplar… gracias.
Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba
mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:
- Cuídala Juan, cuídala y hónrala… protégela y escúchala. Ella será para ti,
y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan,
pues haciéndolo… me honras.
- Lo haré, Maestro, lo haré…- contestó Juan desde lo más profundo de su
corazón.
Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las
manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al
cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.
Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de
lágrimas, sentí que me miraba… y su mirada me hablaba…
- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?
- Espérame, Madre, enviaré por ti… espérame...
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús
miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a
ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Hombres de
Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado
y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir(
Hch 1,11)
Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron
acercando a mí.
- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía
que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle.
Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa.
Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús
nos enseñó, al finalizar dijo:
- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la
promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.
Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó
largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos… me sentía
madre… intensamente madre… y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a
cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: ...Hagan
todo lo que él les diga( Jn 2,5)
Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia
primera, en una humilde casa de Jerusalén.
Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó…
-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de
virtud, camino seguro hacia Jesús… compañera y amiga . Una vez más y millones
de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá,
gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras
almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a
Jesús... gracias por defendernos en el peligro… gracias por ser compañera,
compañera, compañera...
Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.
Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para
contarles las maravillas de Pentecostés… háganle sitio... es la mejor
decisión que pueden tomar... no lo duden jamás...
___________________________
(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la
Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999
NOTA
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi
imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero
no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o
visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los
ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la
imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: María Susana Rater
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
viernes, 30 de mayo de 2014
Con María, recordando la Ascensión
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