Autor: Pablo Cabellos Llorente
Las
próximas elecciones al Parlamento Europeo
son buena ocasión para plantearnos la Europa que deseamos. La mirada de este artículo no ha de ser
política, ni siquiera económica, aunque existan diversos y profundos asuntos en
estos terrenos que también postulan un análisis moral, sobre todo, porque
afectan profundamente a las personas que constituimos el Viejo Continente. Cuestiones
como el paro, la corrupción, los desechados en esas periferias de la
existencia, a las que se refiere a menudo el Papa Francisco, bien merecen
ahondar.
Porque
quizá en el fondo de esos y otros problemas subyazca la misma idea de Europa
que tuvieron sus fundadores o que poseamos ahora. Y eso al margen de su propia
organización, capacidad legislativa, estructuras técnicas, etc. ¿Qué es Europa?
¿Qué deseamos que sea Europa? Pienso que lo intentado por Adenauer, Monnet, de
Gásperi y Schuman, a partir de la conocida Declaración del último, era la idea
de una Europa solidaria sobre el sustrato de sus raíces cristianas.
Desde
luego, no pensaron en una Europa confesional, pero sí en una unión de países
que no renunciara a su pasado porque sólo sobre ese humus podría edificarse
también la diversidad. La pluralidad no exige el vaciamiento del propio ser,
sino la integración de todos en lo previo, en la substancia. Sin eso nada resta
para integrarse. Sería como el bosque de Calicanto: una rayo dormido con el
silencio cómplice, quemó las raíces, reduciendo el bosque a cenizas. Ser
cristiano en nuestro tiempo –escribía Juan Pablo II- significa ser artífice de
comunión en la Iglesia y en la sociedad. A tal fin ayudan un espíritu abierto
hacia los hermanos, la mutua comprensión y la prontitud en la cooperación
mediante un generoso intercambio de los bienes culturales y espirituales.
Es
evidente que en la Europa de nuestro tiempo conviven diversas culturas y razas.
Tal vez por eso, cuando se intentó elaborar una Constitución Europea, luego no
lograda, algunos persiguieron eliminar las referidas raíces. Pero el tema no es
baladí porque, creyentes o no creyentes, pensamos más o menos a partir de los
conceptos y una cultura que nos ha legado una tradición judeocristiana y
grecolatina. Olvidar todo eso equivale a la renuncia de lo que somos, aún al
margen de nuestras diferencias.
Concluyo
con aquellas conocidísimas palabras de Juan Pablo II: Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia
universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de
amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes.
Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu
historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu
unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las
genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles
consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu
grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan
ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para
el mundo.
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