Es la total consagración a Jesús a través de la Santísima Virgen María
En el "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen",
San Luis María Grignion de Montfort nos dice que el camino seguro, fácil y
corto para acercarnos a Cristo y parecernos más a Él es la consagración a la
Virgen María y propone 33 días de preparación para hacer la consagración
Mariana.
Todos sabemos que el crecimiento espiritual, nuestra transformación en Cristo,
no es cosa fácil. Entonces, es razonable que la oferta de Montfort levante
sospechas... Pero hay muchas personas de fiar que lo aprueban y lo promueven.
Por ejemplo, el Papa Pío IX dijo que esta devoción a María es la mejor y la más
aceptable. El Papa Pío X promulgó que quien rezara la fórmula de la
consagración Mariana de San Luis María recibiría indulgencia plenaria en
perpetuidad. Él mismo experimentó la eficacia de esta devoción y por ello la
promovió con tanta decisión en la encíclica Mariana Ad Diem Illum donde dice
que "No hay camino más seguro y más fácil como María para unir a todos los
hombres con Cristo." Y el promotor principal ha sido el Papa Juan Pablo II
que declaró que la lectura del "Tratado de la verdadera devoción a la
Santísima Virgen", fue decisiva en su vida y tomó como lema papal una
expresión que aparece en el texto breve de la consagración Mariana de San Luis
María Grignon de Montfort:
Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio te in mea omnia. Praebe mihi
cor tuum Maria!
Soy todo tuyo y todo lo mío es tuyo. Te recibo como mi todo. ¡Dame tu corazón,
oh María!
Todo tuyo.
¿En qué consiste la consagración Mariana?
Es la total consagración a Jesús a través de la Santísima Virgen María.
Consiste en un acto libre y voluntario donde ofreces toda tu persona y tu vida,
y te entregas todo entero, en cuerpo y alma, a la Madre de Jesús y Madre
nuestra para que a través de ella el Espíritu Santo nos transforme conforme a
la imagen de Jesús.
La misión que Jesús le dio a María
Jesús nos dio a su madre como nuestra madre espiritual para que Ella nos
conciba a la vida cristiana por obra del Espíritu Santo, nos alimente, nos
cuide y nos lleve a la plenitud de Cristo.
Cuando Jesús miró por última vez a su Madre antes de morir le dijo: "Mujer
aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu Madre" (Jn 19, 26-27) ¿Qué quiso
decirle Jesús a María? Fórmalos como me formaste a mí. ¿Qué quiso decirle a
Juan? (él nos representaba a todos nosotros) Descansa en su regazo, confíate a
sus manos maternales: Ella te va a santificar por el poder Espíritu Santo, Ella
se encargará de modelarte y transformarte conforme a mi imagen.
San Luis María enuncia en su libro "los actos de caridad que la Virgen,
como la mejor de todas las madres, hace para con sus fieles servidores":
Ella los ama, los mantiene, los guía y dirige, los defiende y protege,
intercede por ellos ante Dios. Y añade los frutos que esta devoción produce en
el alma: alcanza luz del Espíritu Santo para crecer en humildad y conocimiento
personal, la Sma. Virgen concederá parte de su fe, apartará del alma los
escrúpulos y ensanchará y abrirá el corazón para correr "por el camino de
los mandamientos de su Hijo" con gran libertad interior, los llenará de
una gran confianza en Dios y en Ella misma, "el alma de la Sma. Virgen
María se os comunicará para glorificar al Señor" y "Ella dará su
fruto a su tiempo y este fruto suyo es Jesucristo".
Pertenecer a María
Por eso, cuando María nos ve a cada uno de nosotros, sus hijos, nos mira con
amor, anhelando el momento en que libremente le digamos: Madre, soy todo tuyo,
te pertenezco, fórmame como lo hiciste con Jesús, protégeme del Maligno,
llévame al Paraíso.
Si Dios Omnipotente confió incondicionalmente en la Virgen María y puso a Su
Hijo Unigénito en sus brazos maternales, ¿cómo no vamos a hacerlo nosotros?
Cuando le demos todo a María, Ella se hará cargo de nosotros y de nuestros
seres queridos.
Cuando estemos como ciegos en las horas oscuras, María escuchará nuestro grito
desesperado: "Señor, que vea" (Mc 10,51) y se encargará de decirle a
Jesús: "Mira, no tienen vino" (Jn 2,3) y encontraremos una y otra vez
la salida de las tinieblas para entrar en su luz maravillosa (cfr. 1 P 2,9)
A la hora del sufrimiento y de la cruz, María estará allí, de pie a nuestro
lado, abrazándonos con ternura. (Jn 19,25)
En las decisiones importantes, María nos mostrará el Camino, la Luz, la Verdad,
la Vida. Ella será la dulce y firme Pastora que nos conduzca por el buen Camino
(Cfr. Jn 14,6). María nos lleva siempre por el mejor camino a Jesús.
En la vida cotidiana, María será nuestra educadora, la que nos forme en las
virtudes cristianas.
María será nuestra maestra de oración. Nos conducirá siempre al Sagrario y nos
mostrará el costado traspasado de Su Hijo, nos enseñará a entrar en la
intimidad de Su Corazón traspasado.
Es un maravilloso intercambio: le damos nuestro corazón a María y Ella nos da
su Corazón inmaculado. A María le gusta compartir, cuando le demos nuestro
corazón con absoluto abandono, Ella nos abrirá la intimidad del suyo,
conoceremos cómo es su amor a Jesús, cómo gusta Su palabra, cómo contempla los
misterios de Su Hijo. Sentiremos como Ella siente, amaremos como Ella ama,
dejaremos que Jesús encuentre consuelo y descanso en nosotros como lo encuentra
en Ella.
A la hora de nuestra muerte, María será la que nos abra la puerta del hogar
definitivo, nos abrace y nos lleve a la presencia del Padre para entrar en su
intimidad y permanecer allí para siempre.
Les invito a leer el libro "Tratado de la verdadera devoción a la
Santísima Virgen", quiera Dios que su experiencia sea como la del Papa
Juan Pablo II, cuya fórmula de consagración Mariana les comparto ahora:
Soy todo tuyo, María
Virgen María, Madre mía.
Me consagro a ti y confío en tus manos toda mi existencia.
Acepta mi pasado con todo lo que fue.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.
Con esta total consagración, te confío cuanto tengo y cuanto soy, todo lo que
he recibido de Dios.
Te confío mi inteligencia,
Mi voluntad, mi corazón.
Deposito en tus manos mi libertad;
mis ansias y mis temores;
mis esperanzas y mis deseos;
mis tristezas y mis alegrías.
Custodia mi vida y todos mis actos para que le sea más fiel al Señor,
y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío ¡Oh María!
Mi cuerpo y mis sentidos
para que se conserven puro
y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te confío mi alma para que Tú la preserves del mal.
Hazme partícipe de una santidad, igual a la tuya.
Hazme conforme a Cristo, ideal de mi vida.
Te confío mi entusiasmo
y el ardor de mi juventud,
Para que Tú me ayudes
a no envejecer en la fe.
Te confío mi capacidad y deseo de amar,
Enséñame y ayúdame a amar como Tú has amado
y como Jesús quiere que se ame.
Te confío mi incertidumbres y angustias,
para que en tu corazón yo encuentre
seguridad, sostén y luz,
en cada instante de mi vida.
Con esta consagración
me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios
que esta elección comporta,
Y te prometo, con la gracia de Dios
y con tu ayuda,
ser fiel al compromiso asumido.
Oh María, soberana de mi vida
y de mi conducta
Dispón de mí y de todo lo que me pertenece,
para que camine siempre junto al Señor
bajo tu mirada de Madre.
¡Oh María!
Soy todo tuyo
y todo lo que poseo te pertenece
Ahora y siempre.
AMEN
Autor: P. Evaristo Sada LC |
Fuente: la-oracion.com
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