Necesitamos formar hombres y mujeres piadosos, contemplativos en la acción;
hombres y mujeres que recen y trabajen por el Reinado de Dios
Toda institución educativa tiene una finalidad y responde a una necesidad.
La educación nunca es neutra. Detrás de los planteamientos pedagógicos de toda
escuela, subyace una antropología - un ideal de persona -, un modelo de
sociedad y una cosmovisión. Los colegios - todos los colegios - tienen la
misión de formar personas (darles forma) y educarlas; o sea, de conducir a los
alumnos hacia una meta: desarrollar sus cualidades intelectuales, morales y
físicas para encaminarlos hacia la felicidad.
¿Pero qué es eso de "la felicidad"?
La escuela sin Dios
La respuesta no puede ser la misma en una escuela agnóstica o atea que en una
escuela confesionalmente católica (o no debería serlo). Un colegio laicista
tiene una visión inmanentista y materialista del hombre, de la sociedad y de la
historia. Para un colegio sin Dios, el hombre no es más que el resultado del
azar, de la concepción casual de un óvulo por un espermatozoide. Para un
materialista, la realidad del hombre es consecuencia de la suerte (o mala
suerte, según se mire): vivimos de casualidad.
Para un materialista ateo, es decir, para alguien que sólo cree lo que ve o lo
que la ciencia puede demostrar empíricamente, la vida del hombre no tiene más
sentido que la de una cucaracha: nacemos, crecemos, nos reproducimos para
transmitir nuestra herencia genética a la generación posterior y contribuir así
a la subsistencia de la especie humana y, finalmente, morimos y desaparecemos.
Y como el sufrimiento nos acaban alcanzando y nos impiden ser felices y
disfrutar de la vida, tenemos que tratar a toda costa de evitar el dolor y la
angustia existencial. La vida no tiene más sentido que "disfrutar".
El ideal del hedonistaconsiste en apurar al máximo los placeres de la existencia,
dar rienda suelta a un vitalismo insaciable de placeres. Y cuando ya no haya
nada que disfrutar porque la vejez o la enfermedad mermen nuestras facultades,
lo mejor es morir para acabar con el sufrimiento. Una vida es digna solo si se
puede gozar de sus placeres. El aborto y la eutanasia estarían plenamente
justificados desde esta perspectiva materialista. De ahí viene ese deseo
irracional por mantenerse indefinidamente jóvenes y saludables, el culto al
cuerpo, la idealización idolátrica de la juventud como la mejoretapa de la vida
del ser humano (o tal vez la única que merezca la pena ser vivida) y el terror
a envejecer.
Esas ansias irrefrenables de disfrutar acaba conduciendo al nihilismo: nada
vale la pena. Al final, la muerte y el sufrimiento acaban con nosotros; por lo
tanto, abandonemos cualquier pretensión de felicidad. Sólo podemos aspirar a
placeres momentáneos y pasajeros, porque nada dura, nada tiene consistencia.
Las drogas, el alcohol o el sexo contribuyen a anestesiar el dolor de la propia
existencia y a olvidarnos de la angustia.
¿Qué escuela puede surgir sobre este humus nihilista? La escuela laicista atea
debe ser blandita. Hay que evitar que el niño sufra: que sean felices (que
disfruten, que se sientan bien). El esfuerzo del estudio puede generar
frustración y dolor. Y eso hay que evitarlo a toda costa.
Debe ser una escuela utilitaristaque forme buenos profesionales para que
respondan a las demandas del mercado de trabajo (aunque finalmente sea una
fábrica de parados); una escuela que eduque "en valores" y forme
ciudadanos tolerantes, solidarios; ciudadanos que procuren su propio bienestar,
muy liberales y relativistas (que cada uno viva como quiera y haga lo que le dé
la gana, siempre que respete las leyes).
La escuela de la sociedad hedonista es una escuela cientificista: sólo existe
la realidad física (lo que vemos y tocamos) y se niega cualquier posibilidad de
metafísica; es decir, cualquier realidad que tenga que ver con el alma, con el
espíritu, con algo que vaya más allá de la naturaleza sensible o que tenga que
ver con Dios: es una escuela sin transcendencia. Y en caso de que se admita
algo más allá de lo tangible, se aceptan y difunden las teorías las de la
"Nueva Era" y se elucubra sobre energías, sobre el karma, sobre algo
difuso e incomprensible que pasa por una meditación sin contenido que meditar y
que al final se reduce a buscar la paz interior mediante prácticas como el yoga
o el Tai Chi que en última instancia, sólo buscan que el individuo se
"sienta bien" consigo mismoy combata el estrés o la ansiedad que le
provoca su propia nada. Porque esta escuela es emotivista y sentimentaloide.
Parece como si los sentimientos se hubieran apoderado del hombre, sometiendo a
la razón y a la voluntad a sus dictados y a sus vaivenes.
Hablamos de una escuela que fomenta las herramientas instrumentales (idiomas e
informática, fundamentalmente) y posterga la cultura humanista: la historia, la
filosofía, el arte,los principios básicos de la teología cristiana, las lenguas
y la cultura clásica o la literatura. Ofrecemos a los niños los mejores
cubiertos y la vajilla de lujo, pero les negamos la comida que alimenta el
entendimiento y el alma. Una persona puede ser perfectamente analfabeta con
cinco idiomas. ¿Para qué sirve ser bilingüe si no tienes nada que decir, nada
que aportar, nada que comunicar? ¿De qué te vale tener acceso a toda la
información de la Red y a todos los medios de comunicación globales si no sabes
distinguir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira; si no tienes nada que
aportar ni criterio propio respecto a nada?
Nuestros jóvenes fracasan en comprensión lectora porque ya no se lee a
Garcilaso, ni a Cervantes, ni a Fray Luis de León, ni a San Juan de la Cruz, ni
a Cela, ni a Baroja, ni a Unamuno, ni a Delibes ni a nadie. Un alumno de
bachillerato sale del instituto después de haber leído tres libros por curso,
en el mejor de los casos. ¿Cómo van a entender los jóvenes el valor de la
catedral de Burgos o el del Pórtico de la Gloria; o los cuadros del Museo de
Prado, si no saben nada de religión, ni de filosofía, ni de Historia del Arte,
ni de Historia de España; ni de mitología clásica ni de Historia Sagrada? Y con
la excusa de que los clásicos son aburridos, les hemos cambiado a Quevedo por
Blue Jeans; a Góngora, por J. K. Rowling; y a Lázaro de Tormes por los vampiros
de la saga de Crepúsculo. Y los resultados están a la vista de todos.
Eso sí: la educación afectivo sexual que reciben en las escuelas desde la más
tierna infancia les incita a explorar su cuerpo, a buscar frenéticamente el
placer, a experimentar y buscar su propia "identidad sexual", a
considerar normal y positiva todo tipo de relación sexual, al margen de
cualquier compromiso. Se trata de sentir y gozar, sin reprimirse en ningún
caso, porque si te reprimes te sientes mal. Y como los sentimientos son
pasajeros y fugaces, no cabe pensar en compromisos duraderos. Se fomenta así la
promiscuidad y el narcisismo: el derecho al propio placer, como si uno fuera el
ombligo del universo y sólo yo fuera lo importante. Al final, muchos jóvenes no
encuentran otro horizonte queponerse ciegos los fines de semana, buscar
relaciones fugaces sin otro contenido que la búsqueda desesperada del propio
placer y luego, la nada. Algunos son bilingües y la mayoría se pasa la vida delante
de la pantalla de un ordenador, twitteando chorradas o colgando fotos en
Facebook con posturitas insinuantes. En la "cultura del selfy",los
jóvenes buscan la alegría y la felicidad en el culto a la apariencia; en la
nada condensada en ciento cuarenta caracteres y una foto sexy con morritos.
Salir, beber y agobiarse por el aburrimiento, hasta que salga el último
cacharro tecnológico y por fin pueda ser feliz, si puedo comprarlo.
De una escuela laicista (sin Dios o tantas veces contra Dios) obtenemos
resultadoscontrastables: una formación mediocre (los datos son los datos) y
unos chicos orientados mayoritariamente (mal orientados o desorientados) hacia
el individualismo relativista; algunos hacia el marxismo leninismo - más o
menos teñido de ecologismo verde -; y unos pocos más violentos,hacia el
nihilismo ácrata antisistema. De la escuela sin Dios salen personas que no
creen en nada porque no hay nada en que creer, porque no hay ninguna verdad que
aprender; chicos sin rumbo porque no hay ningún camino que conduzca a ninguna
parte.
La escuela católica
Lamentablemente, los resultados de las escuelas de titularidad católica no
ofrecen resultados mucho más halagüeños, en términos generales. Tal vez, en
algunos casos, un mayor grado de formación; puede que algo más de disciplina en
las aulas y poco más.
Se habla mucho en los colegios católicos de "educación integral", que
es el eufemismo que se emplea para referirse a que también se atiende a los
aspectos espirituales o religiosos de los alumnos y que se note poco. Se hacen
referencia en sus proyectos educativos a la "educación en la interioridad
o en la transcendencia" para referirse a la educación religiosa, a las
actividades pastorales o a las catequesis de primera comunión o de confirmación
en aquellos colegios a los que el obispo les permite desarrollar ese tipo de
labor.
La "transcendencia" en la que muchos de los colegios católicos
españoles quieren educar a sus alumnos consiste en"suscitar vivencias que
lleven a la experiencia del Absoluto": pero en muchos casos (en demasiados
casos), ni media palabra de Jesucristo. Esa transcendencia puede referirse a
Buda, a Krishna, a Shiva, a Yahveh... Como dice un pintoresco personaje de una
popular serie de televisión, "algo hay: llámalo dios, llámalo energía, o
un principio cósmico; pero algo hay".
No digo yo que estas ocurrencias posmodernas y tan "new age" sean las
que se ofrecen en todos los colegios católicos. No. Hay ocurrencias peores. Y
también hay colegios católicos fieles al Evangelio, a la Tradición Apostólica y
al Magisterio de la Iglesia: lamentablemente, pocos. Cada vez menos.
Hay colegios confesionales en los que los alumnos van a misa al principio de
curso y al final (y gracias). La mayoría de los colegios católicos en poco (o
en nada) se diferencian de los institutos públicos o de los colegios laicos. De
muchos de nuestros colegios nominalmente católicos es más fácil que surjan
militantes de izquierda o de la derecha pagana y relativista que católicos
practicantes: mucha multiculturalidad, mucha solidaridad con los más pobres,
mucha tolerancia, mucha ONG, mucho respeto a la naturaleza y mucha
concienciación medioambiental; mucha preocupación por la justicia social,
muchas jornadas de la paz y la no violencia, mucho Gandhi... Y poco o nada de Jesucristo.
Se puede iniciar a los niños en la meditación para que lleguen a la experiencia
del absoluto, pero no se puede enseñar a los niños a rezar el rosario, ni se
les enseña a adorar al Santísimo, realmente presente en cuerpo, alma y
divinidad en la Hostia consagrada. Eso, no. Eso es oscurantismo medieval y
fomentar las supersticiones sin fundamento científico. Se puede ofrecer una
educación afectivo sexual liberal y progresista, pero no se habla del amor
auténtico - que no es sólo sentimiento, sino que integra también a la
inteligencia que toma decisiones y a la voluntad que compromete a la fidelidad
- con vocación de eternidad (o se habla muy poco), ni se puede enseñar el
verdadero sentido cristiano del sacramento del matrimonio, en el que Dios une "hasta
que las muerte los separe" a los esposos. Y cuando a algún obispo o a
algún cura se le ocurre predicar en un colegio la verdad de la Iglesia, se
monta un escándalo de padre y muy señor mío.
Dice el Diccionario de la Real Academia que la "piedad"
consiste en la "virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna
devoción a las cosas santas; y, por el amor al prójimo, actos de amor y
compasión". Eso es lo que echo de menos en muchas de las escuelas
católica españolas: educación en la piedad. Nuestra misión como
centros educativos de la Iglesia es conducir ("educar" significa
conducir, guiar) a nuestros niños a Cristo. Nuestro deber es cuidar a los
niños, amarlos y guiarlos hacia el Único que puede hacerles realmente felices:
Cristo Jesús. Y para ello, hay que procurar que adquieran buenos hábitos
(virtudes) que expresen amor a Dios y al prójimo. Tenemos la obligación de
ponerlos ante el Señor para que hablen con Él, para que se dejen transformar
por Él, para que el único y verdadero Maestro les pueda llevar de la mano hacia
una vida plena. Todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Y lo
mejor que les podemos transmitir es una vida de fe, de oración, de vida
sacramental que los encamine hacia una vida santa en Cristo.
Si educáramos así a nuestros niños, con la ayuda de Dios, podríamos conseguir
una sociedad más justa, solidaria, fraterna. ¿Qué mejor vacuna contra la
corrupción, contra el adulterio, contra el aborto, contra la pobreza y el paro
que formar hombres y mujeres santos? Pero si seguimos educando en la ideología
al margen de Dios, seguiremos fracasando. No nos avergoncemos de profesar
nuestra fe en Cristo Resucitado. No adulteremos la educación católica ni demos
gato por liebre. Nosotros solos no podemos cambiar el mundo por muchas campañas
que pongamos en marcha. ¿Están mal las campañas solidarias? No. Están muy bien.
Pero no basta. Lo más importante es que Cristo sea el Señor de nuestras vidas.
No seamos soberbios: no nos creamos todopoderosos. No somos Dios. Somos muy
poca cosa. El único que puede cambiar el corazón del hombre es Cristo. Y en la
medida en que nosotros seamos santos, en que seamos de Cristo y dóciles a su
voluntad, el mundo será mejor, más justo, más habitable, más fraterno. No por
mérito de nuestras obras, sino por mérito de Dios. Seamos humildes servidores
de Dios y así serviremos al prójimo y seremos capaces de amar como Él nos ama.
La verdadera revolución que cambió definitivamente la historia fue la
resurrección del Señor. Él derrotó al pecado, al mal, a la muerte y nos abrió
las puertas de la esperanza que no falla.
Pero para transmitir la esperanza y la fe en Jesucristo, los primeros que
tenemos que predicar con nuestra vida y con nuestra palabra somos los maestros
y educadores católicos. Nadie da lo que no tiene. Un claustro de un colegio
católico debería constituirse como una comunidad de fe al servicio de los niños
y de sus familias; una comunidad reunida en torno a Cristo, que reza, adora y
celebra en comunión con la Iglesia. Entonces lo de menos será la clase de
religión. Todos evangelizaremos, todos anunciaremos al Señor y conduciremos a
los alumnos a Cristo. La ciencia, el arte, la historia, la música, la
filosofía, las matemáticas... Todo conduce a la Verdad, a la Belleza y al Bien;
todo conduce a nuestro Señor Jesucristo, camino, verdad y vida.
Queremos que de nuestras escuelas católicas salgan personas buenas, bien
formadas, virtuosas y comprometidas con los más necesitados y con la justicia
social. Necesitamos formar hombres y mujeres piadosos, contemplativos en la
acción; hombres y mujeres que recen y trabajen por el Reinado de Dios; personas
honorables y honradas que sepan adorar a Dios y servir al bien común; con
principios sólidos y carácter bien forjado, que desarrollen al máximo sus
cualidades para ponerlas al servicio de los demás.Necesitamos educar hombres y
mujeres virtuosos que sean testigos de la Verdad en medio de un mundo
desnortado lleno de personas que vagan sin rumbo como zombis en busca de algo
que dé sentido a su vida. La felicidad no consiste en disfrutar de más placeres
y mayor bienestar. No estamos condenados al sufrimiento, al sinsentido y a la
nada: estamos llamados a una vida en plenitud. La felicidad auténtica consiste
en amar y en saberse amados; en buscar incansablemente la Verdad. Y nuestra
Verdad es la verdad del Amor: nuestra Verdad es Cristo. Dejemos que nuestros
niños se acerquen a Él. Y el Señor hará el resto.
Autor: Pedro Luis Llera
Vázquez
No hay comentarios:
Publicar un comentario