Antes de la victoria pascual de Cristo, el hombre vivía condenado a la
oscuridad del pecado y de la muerte, dos enemigos imbatibles que nos eclipsaban
la luz de Dios.
Es un hecho incuestionable que la felicitación navideña está mucho más
extendida que la felicitación de la Pascua de Resurrección. Todo el mundo se
felicita las Navidades, aunque muchos no sean capaces de dar razón de lo que
esas palabras expresan. Por el contrario, son muy pocos los que felicitan la
Pascua, aunque, posiblemente, lo hagan con mayor consciencia.
Y en referencia a la celebración popular de la Semana Santa, también cabe
constatar la desproporción existente entre la representación de los misterios
de la Pasión y los de la Resurrección. Los pasos del Cristo sufriente, superan
con creces a los que representan a Cristo glorioso. En definitiva, todavía nos
falta mucho camino hasta llegar a descubrir la centralidad de la fe en la
Resurrección, representada en la luz del Cirio encendido, en la Vigilia
Pascual.
La Historia de la Salvación es una historia de luz. Dios es la Luz, mientras
que la impotencia y el sufrimiento humano se describen en la Biblia bajo la
imagen de la tiniebla, hasta el punto de que el camino hacia nuestra plena
felicidad se simboliza en el paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz:
"Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz" (Is 42,16). Pues bien,
¡son cuatro las noches que, por la misericordia de Dios Padre, han iluminado
nuestra existencia! Las describimos brevemente:
La Noche de la Creación: "En el principio creó Dios los cielos y la
tierra. La tierra era caos y oscuridad por encima del abismo, y un viento de
Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Que exista la luz», y la luz
existió" (Gn 1,1-3).
La primera luz que el mundo ha recibido -y cada uno de nosotros en particular-
ha sido la de nuestra existencia. ¿Por qué "el ser" y no "la
nada"? Lo lógico hubiese sido la "oscuridad" de la nada. El
texto bíblico afirma: "Vio Dios que la luz era buena y la separó de las
tinieblas" (Gn 1, 4). En esas breves palabras se nos recuerda la inmensa
misericordia que Dios ha derramado sobre nosotros, al crearnos: ¡¡Somos!!
¡¡Existimos!! ¡Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios! La verdad, la
belleza y la bondad de la creación son un reflejo de la suma Verdad, Belleza y
Bondad divinas. Nuestra existencia no es consecuencia del azar o de un ciego
destino, sino que es fruto de la libre decisión de un Dios, Padre, que crea
solamente por amor. ¡Nuestra existencia es un destello de la infinita luz de
Dios!
La Nochebuena: Pero... el pecado hizo que el hombre rompiese su amistad con
Dios. El Cielo se convierte para nosotros en algo inalcanzable y arcano. El
hombre intenta conocer a Dios y relacionarse con Él, sin conseguirlo, ya que la
religiosidad natural es incapaz de acceder a la intimidad de Dios.
La búsqueda de Dios, por parte del hombre, es ardua y estéril: una durísima
noche. Pero, "el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. A los
que vivían en tierra de sombras, una luz les brilló" (Is 9, 2). La
Revelación de Dios, que culmina con la Encarnación de Dios entre nosotros, se
hace luz en la noche de nuestra búsqueda impotente.
El hecho de que la Nochebuena se celebre en el solsticio de invierno, es decir,
en la noche más larga del año, encierra un simbolismo muy pedagógico: la
llegada de Cristo da un vuelco a la historia, de forma que la luz comienza a
ganarle terreno a la oscuridad de la noche.
La Noche Pascual: La noche de la Pascua fue para el pueblo judío el momento
cumbre de su liberación. Aquella salida de Egipto, así como el paso del Mar
Rojo camino de la Tierra Prometida, no eran sino imagen de la plena liberación
que Cristo nos obtuvo por su muerte redentora.
Antes de la victoria pascual de Cristo, el hombre vivía condenado a la
oscuridad del pecado y de la muerte, dos enemigos imbatibles que nos eclipsaban
la luz de Dios. El plan divino de redención del mundo asumió nuestra noche,
para transformarla en luz. Cristo "se hizo pecado" (2 Cor 5, 21), y
padeció bajo el poder de la muerte, para vencer al enemigo en su propio
terreno. La Resurrección de Cristo transformó la noche en día; la gracia vence
al pecado y la vida derrota a la muerte. Así lo rezamos en el Pregón de la
Vigilia Pascual:"Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció
las tinieblas del pecado... Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la
noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo»".
La Noche de la Purificación: Pero todavía faltaba algo para culminar la
Historia de la Salvación. Nos referimos a la necesidad de que cada uno de
nosotros haga suyo -se apropie de él- ese tesoro de gracia. No basta con el
anuncio de que la luz de Cristo vence a la tiniebla, sino que es necesario que
ese acontecimiento tenga lugar en cada uno de nosotros, es decir, que lo
personalicemos en nuestro interior.
San Juan de la Cruz describió ese proceso de purificación ascética y mística
como la "noche oscura del sentido" y la "noche oscura del
espíritu". Es un proceso doloroso y gozoso al mismo tiempo, en el que el
paso por la oscuridad es necesario para que se haga luz en el alma. Tras la
muerte, el misterio del Purgatorio completa nuestra purificación, cuando no la
hemos practicado suficientemente en nuestra etapa de peregrinos. Sólo de esta
forma, veremos cumplida nuestra vocación a ser Hijos de la Luz: "Porque en
otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor" (Ef 5, 8).
La reflexión que hoy hacemos sobre estas cuatro noches, nos llena de esperanza
ante las situaciones de oscuridad o soledad, que podamos atravesar a lo largo
de nuestra vida. ¡Cristo ha resucitado! y, en consecuencia, tenemos sobradas
razones para la confianza y la alegría. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
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