¡Cuántos
falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos
hacen el mayor mal.
Todos
tenemos la tendencia a amar y sentimos la necesidad de ser amados.
¡Cuánto sufre una esposa cuando siente que su marido ya no la ama! ¡Cuánto les
duele a los hijos cuando ven a sus padres separarse! Muchas veces el amar y el
sentirse amado parecen sólo una ilusión.
Hay una Persona que satisface esta sed existencial del hombre. Él no quiere
fallarnos, ni puede hacerlo. Es Jesús de Nazaret. Es la única persona que llena
totalmente el corazón del hombre.
Él es el único amigo
sincero, es el único amigo fiel, es el único que nos tiende la mano y nos ayuda
y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la vejez, en la tumba y en la
eternidad.
La imagen que nos da el Evangelio de Cristo es de un hombre fiel a sus amigos.
Cuando Pedro le quiere disuadir de ir a Jerusalén para ser torturado y muerto,
responde: ¡Apártate de mí,
Satanás, pues tus caminos no son los de Dios!. Con estas palabras
duras quiere corregir a su Apóstol, que no entiende el camino salvífico de la
cruz. Pero Cristo fue tolerante y fiel a aquel que había escogido para ser el
primer Papa de la Iglesia, pues le perdonó el haberle traicionado cobardemente
durante la pasión; al hablar con él después de su resurrección le dijo: ¡Apacienta mis corderos y mis ovejas.!
Hace falta tener este tipo de amigo, que no nos deja nadar tranquilamente en el
dulce charco de nuestra mediocridad, que no nos deja pisar la arena movediza de
la comodidad.
Cristo exigió a la Samaritana el superarse cuando le dijo: ¡Mujer, vete y llama a tu marido!.
Por medio de esta afirmación quería mover su conciencia, porque ella no tenía
un marido, sino había tenido varios amantes. Algo semejante dijo a la mujer
sorprendida en flagrante adulterio; los fariseos querían apedrearla, pero
Cristo la salvó; al final le dijo: No
te condeno, pero vete y no peques más.
Este Amigo quería lo mejor para sus amigos y por eso quiso salvarles de la
muerte radical y definitiva, que es el infierno, y darles la vida radical y
definitiva, que es el cielo. El mayor bien que se puede hacer a un amigo es
ayudarle a salvar su alma.
¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor
bien nos hacen el mayor mal.
La amistad que Cristo nos ofrece supera las fronteras espacio-temporales. Él
nos ama en esta vida y en la otra.
Me acuerdo que una señora, viuda, sin hijos, me dijo una vez: "Ya no tengo
razón para vivir." Yo le contesté: "Lo siento mucho por Ud., señora,
pues parece ser que nunca ha entendido el Evangelio. Evangelio significa buena nueva". La gran
noticia que el Mesías nos comunicó es que Dios nos ama por medio de Cristo; lo
mandó a este mundo para enseñarnos la Verdad y la Vida, pues Él es el Camino
para conocer la Verdad y para adquirir la Vida. Cuando uno se da cuenta de
esto, aún los sufrimientos más duros, sean físicos o morales, se relativizan,
porque nos damos cuenta que hay una Persona que nos ama inmensamente.
Una vez tuve la ocasión de hablar con una muchacha que se había cortado las
venas con la intención de acabar con su vida. Tenía sólo 16 años y todavía se
podían ver las cicatrices de las cortaduras en sus muñecas. Ella me dijo:
"Mis padres no me quieren. Nadie me quiere." Yo le hablé del amor
inmenso de Dios hacia cada uno de nosotros. Ella se quedó muy consolada.
Cuando Pedro Bernardone, el padre de Francisco de Asís, lo echó fuera de casa y
lo desheredó, el Santo se dio cuenta que tenía un Padre que no le podía fallar.
Tal vez éste sea el mensaje central y esencial del Evangelio: tenemos un Padre
en el Cielo que nos ama apasionadamente y lo ha mostrado por medio de su Hijo
Jesucristo.
Autor:
P. Fintan Kelly.
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