La
Misericordia de Jesús tiene una fiesta para honrarla especialmente, pero toda
la vida para disfrutarla.
Mañana es la fiesta de la Misericordia. En la silenciosa semipenumbra de la Parroquia,
te contemplo en tu imagen de la Inmaculada Concepción.
- Perdona Madre, que no haya podido escribir nada para la fiesta de la
Misericordia... quizás el año que viene..
- ¿Por qué quieres esperar
tanto, hija mía?
Desde la ternura de tu Corazón Inmaculado te acercas al mío, tan lento para
comprender...
- Hija, la Misericordia de
Jesús tiene una fiesta para honrarla especialmente. O sea, tienes un día para
festejarla, pero toda la vida para disfrutarla, si quieres, claro. Acercarte a
ella, animar a otros a que lo hagan, no tiene una fecha fija en el
Calendario...
- Perdona Madre... entonces, enséñame a acercarme a la Misericordia, que no sé
bien como se hace eso...
- ¿Qué es, exactamente, lo
que no sabes?
- Bueno... perdona la torpeza de mi razonamiento, pero.. si la Misericordia,
digamos, tuviese un lugar físico, como ir a tal o cual lado... bueno, seria mas
fácil. Como si fuera un gran jardín con una puerta. Solo bastaría con saber
donde esta la puerta...
Me miras serenamente y dices...
- Ven, sígueme...
- ¿Adónde, madre?- ¡Que inútil pregunta! Si tu me dices que te siga, ¿Para qué
preguntar dónde? Si siempre me llevas al Corazón de tu Hijo...
- Pues... a la puerta del
jardín-susurras bajito para no lastimar el silencio de la mañana...
Bueno, no voy a negar que mi imaginación dibujó cien jardines majestuosos en un
segundo. Delineaba en mi cabeza un largo trayecto por lugares desconocidos...
Pero nada de eso sucede. El trayecto es corto y el lugar por demás conocido.
Solo unos pocos pasos, desde tu imagen hasta... el confesionario...
-¿Querías conocer la puerta
de la Misericordia?. Pues aquí la tienes.
No atino yo a reaccionar, mucho menos a preguntar, por lo que tu ternura
infinita comienza a explicarme...
- Verás. Este sencillo y pequeño
lugar tiene una profundidad que no puedes comprender totalmente. A esta pequeña
puertecita se acerca el alma cargada de pecados, angustia, tristeza y dolor.
Aquí, el corazón se muestra sin disfraces, tal como es. Aquí, cada hijo mío
viene confiado a pedir perdón, un perdón que necesita, que ansía. Un perdón que
le ha sido prometido desde las entrañas de la Misericordia, a cambio de un
sincero arrepentimiento.
- Ay Madre, cuantas veces la pequeña puertecita del confesionario se abrió para
mí. Infinidad de veces mi alma, llena de culpa y vergüenza por tantos pecados,
hallo paz al recibir el perdón que tu Hijo, a través del sacerdote, me
regalaba...
- A través del sacerdote, tú
lo has dicho. Por eso, es que no debes renunciar a la posibilidad de la confesión
sólo porque el sacerdote no te agrada, no le conoces y todos los etcétera
imaginables. Mira, para que me comprendas mejor, nos quedaremos un momento
aquí, y apreciarás por ti misma, los perfumes del jardín de la misericordia.
El silencio de la mañana es interrumpido por un rumor de pasos. El sacerdote se
acerca al confesionario y queda allí, en espera. Algunas personas van entrando
a la Parroquia y los bancos van poblándose lentamente.
- Mira con atención
-me sugiere María.
Mi corazón aprecia entonces una lluvia de rosas en espera, rodeando el
confesionario.
- ¿Qué es eso, Madre?-mientras pregunto, mis pulmones se llenan del perfuma más
exquisito que haya conocido jamás.
- Esos pétalos en espera,
representan la Misericordia de Jesús aguardando un alma que venga por ella.
Acércate más.
Sin que el sacerdote lo note, me acerco hasta él. El paisaje ha cambiado y el
hombre se halla sentado a la puerta de un vastísimo jardín. Sus manos se hallan
inundadas de pétalos. Mientras reza en silencio, de su aliento sale el perfume
indescriptible de la misericordia. Pero allí se queda, no se extiende ni un
centímetro.
- ¡Madre, corre, dile a esas personas que vengan!. Mira sus almas, Madrecita,
están tristes, agobiadas, doloridas..... Si tan sólo pudieran ver esto, Madre,
correrían agolpándose frente al confesionario, para inundarse del Amor
derramado en perfumes eternos.
Pero ¿qué digo? Si yo misma miles de veces estuve en el lugar de mis hermanos.
Mil veces, como ellos, me quedaba arrodillada en el banco, cargando tanto peso
en el alma que apenas si podía rezar. Mil veces deje los pétalos en espera, mil
veces no bebí de la fuente del Amor..."Ni bien pueda, me
confieso""Cuando halle a tal o cual cura me confesare" "Hoy
no lo siento, cuando lo sienta lo haré" ¡Que desperdicio, Madrecita, que
desperdicio!.
- Presta atención, hija mía,
a lo que ahora te mostrare.
Una señora se acerca al confesionario. Se arrodilla lentamente y recibe el
saludo del sacerdote.
En ese momento los pétalos comienzan a rodearla. A medida que confiesa sus
faltas, una lluvia de luz y perfume desciende a su alma. Cuando reza el Pésame,
se oyen los trinos de los pájaros del jardín, en una melodía única que jamás
podría interpretar instrumento alguno. El sacerdote le da su bendición, unos ángeles
se acercan... la señora se levanta y mira hacia el Sagrario. En ese momento
Jesús, sentado en el lugar del sacerdote, sale del pequeño recinto del
confesionario y la abraza. Su alma se halla ahora en estado de gracia, hermosa,
casi con alas, y totalmente perfumada.
- Señora, jamás pensé... ¡Oh Señora!. Quiere decir que todo lo que me has
mostrado en esa buena mujer, ¿También ha sucedido conmigo hace un rato, cuando
me confesé?
- Claro, hija, claro. Pero
aun no hemos visto todo el jardín. Te he mostrado la puerta.Te has acercado a
ella, por lo que ahora, te es permitido entrar.
- ¿Entrar?¿Por cuánto tiempo?
- Por el que tu quieras...
Reconozco que mi capacidad de asombro se agota enseguida contigo, Madre. Pero
tu, que renuevas en mi corazón todas las cosas, me darás mas asombro para poder
seguirte.
Comienza la Misa. Cada palabra del sacerdote llega a mi corazón. Pero no me
faltan las involuntarias distracciones, pues mi corazón, humano e inconstante,
se escapa corriendo tras cuanto pensamiento pasa cerca de él. Pero tu
paciencia, Madre, que supera infinitamente mi pobreza, una y otra vez, lo trae
a mí.
Llega el momento de la Comunión.
- Mira el jardín
-me dices.
Veo a la misma señora del confesionario acercarse a comulgar. Un inmenso jardín
la rodeaba y su alma, extasiada de gozo, abrazaba al Maestro, hecho Pan
Eucarístico.
Pero el jardín no es constante. No todas las personas salen envueltas en
pétalos y perfumes.
- ¿Porqué Madrecita, no a todos les es mostrado el jardín?
- Porque no todos lo han
buscado, hija. Algunos se han acercado a recibir a Jesús con el alma demasiado
cargada de pequeñas faltas. Otros han ido como por costumbre. El maestro golpea
una y otra vez la puerta del corazón, pero éste se halla tan ocupado
encargándose de sus propios asuntos, que no escucha el llamado. Y allí queda
Jesús, casi una hora, esperando y esperando... Hasta que decide irse. Sus
manos, que estaban llenas de Misericordia, hecha pétalo y perfume de eternidad,
ahora quedan cargadas de las espinas del olvido, que tanto le lastiman.
Poco a poco intento comprender. El sacerdote me da la Comunión, y la
misericordia de Dios me abraza. La disfruto en silencio, pero me queda una gran
tristeza por mis hermanos.
Si mi corazón disfruta de un abrazo de la Misericordia, es por su bondad, no
por mis méritos. Pero algo me resta por comprender.
- Madre, si ahora estoy en el jardín de la misericordia ¿por qué no permanezco
en él?
- Pues, porque te dejas
engañar por el espejismo del pecado y te sales, seducida por el canto de las
sirenas.
- ¿Por qué Jesús no cierra las puertas, para que no pueda yo salir?
- Porque respeta tu
libertad. Recuerda que ese es uno de los regalos más bellos que te ha dado,
pero el más difícil de disfrutar. Tu libertad se viste con extraños disfraces.
Digamos que es como una gran ola del mar y tu, una tabla. Dejas que te arrastre
donde quiera, o te trepas a la tabla, como el deportista, y la dominas...
Me quedo en silencio. Sigo sintiendo en el alma la compañía de Jesús
Sacramentado. Tengo mucho para meditar... Mucho para aprender y sobre todo,
muchísimo más que agradecer...
La misa ha terminado. Camino lentamente hacia la salida del templo. Paso frente
al confesionario... Parece solitario, pero no... no lo está. Tu, Madre querida,
me has enseñado a ver, tras esa sencilla y pequeña puerta, el jardín de la
eterna misericordia. Dame la gracia, Madre, de grabar en mi alma tus
enseñanzas, de reconocer mis pecados y de acercarme, en cada oportunidad, a las
puertas del jardín de la infinita misericordia, o sea, al Sagrado Corazón de
Jesús.
Autor: María Susana Ratero.
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