El
paso de esta vida al más allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con el
don de la fe, el instinto de supervivencia nDice Dios: La vida eterna consiste esencialmente
en poseer lo que desea la voluntad. Y que ella se sacia en verme y conocerme a
mí. Gustan ya en esta vida las primicias de la vida eterna, gustando esto mismo
que yo te he dicho que los sacia. ¿Cómo tienen esta garantía de la felicidad
futura en la vida presente? La tienen en mi Bondad, que ven en sí mismos; la
tienen en el conocimiento de mi Verdad. La pupila de la fe les hace discernir,
conocer y seguir el camino y la doctrina de mi Verdad, Jesucristo, Verbo
encarnado. Sin la pupila de la fe ningún alma podría ver, tal como estaría
ciego el hombre cuyas pupilas estuviesen cubiertas por cataratas. La fe es la pupila
de los ojos del alma» (Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Cap.
III, art. 2).
***
Todos tememos que morir. El paso de esta vida al más allá nos plantea siempre
interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto de supervivencia nos
tira. Además, la gran mayoría de nosotros ama esta tierra que tanto nos ha dado
y en donde tanto hemos disfrutado, incluso en medio de los dolores que hemos
pasado. Pero no obstante, es inevitable que, tarde o temprano, todos dejaremos
de existir y pasaremos a «la otra orilla», la de la eternidad. La incógnita,
pues, no radica en el llegar, sino en el cómo llegar y estar preparados para
cuando llegue el momento.
Santa Catalina de Siena parece darnos la clave para ello cuando Dios, a través
de ella, nos invita en su escrito a gozar, ya desde ahora, de lo que será el
cielo; a apreciar el lenguaje de Dios ya en esta tierra.
Recuerdo que, siendo niño, mis padres nos compraron una vez un libro
particular. Se trataba de imágenes que, si uno se quedaba viendo fijamente durante
un rato, descubría, en tercera dimensión, una figura escondida detrás.
Técnicamente se llaman autoestereogramas. Un ejemplo es la foto de este
artículo:
Y he pensado que algo así nos debe suceder cuando vemos con la fe. Vivimos aquí
en la tierra como en un «mundo de autoestereogramas», en donde Dios nos habla
continuamente, pero en el que tenemos que fijarnos con detenimiento,
acostumbrarnos a las cosas de Dios para así poder escucharle y descubrirle con
más facilidad.
Pero, ¿cómo lograr esta visión de fe, esta «pupila» de la que habla Santa
Catalina? La respuesta, según mi parecer, es clara: con la asiduidad. Y me
explico. Si a mí me gusta un cierto tipo de música -pongamos, por ejemplo, la
música clásica- cuanto más la escucho más la voy entendiendo: llego a
diferenciar el estilo de Mozart del de Bach, admiro las composiciones para
violín de Vivaldi o las melancólicas sonatas de Chopin. Pero si a mí lo que me
gusta es el Gangnam Style, Maroon 5 o Shakira y no tengo idea de qué es una
obertura, un soneto o una sinfonía, ¿cómo llegaré a apreciar la música clásica?
De igual manera, si yo no entro en contacto con Dios de modo asiduo, es
evidente que no voy a entenderle ni a escucharle. Más aún: todo lo que tenga un
sabor a Dios me sabrá extraño o, Él no lo quiera, incluso amargo. Y tal vez por
eso la misa me resulte aburrida o no encuentre un sentido a orar de vez en
cuando: no estoy acostumbrado a descubrir a Dios, no tengo «la pupila de la
fe».
Y última consideración. Cuando uno logra adquirir ese gusto por la fe, uno es
capaz de ver todo bajo esta óptica, incluso lo más superfluo. Y aunque se
prefiera mil veces las cosas de Dios, uno aprende a ver el cielo en las cosas
de la tierra; y a disfrutarlas en su justa medida. Como quien, incluso sabiendo
lo que es la música clásica, también disfruta con una buena canción de pop,
rock o hip hop... ¡Que sí se puede!
¿Cómo prepararnos mejor a la eternidad? Estas líneas intentan dar una respuesta
a este interrogante. Acostumbremos nuestro corazón a Dios y sus cosas. «La vida
eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la voluntad», empieza el
texto de la Santa de Siena. Y es en la oración principalmente en donde vamos
moviendo nuestra voluntad hacia Dios: «cuando el alma fija su mirada en el
Creador y considera tanta bondad infinita como en Él encuentra, no puede menos
de amar... E inmediatamente ama lo que Él ama, y odia lo que Él odia, ya que
por amor ha sido hecho otro Él» (Santa Catalina de Siena, Carta 72). La oración
nos identifica con el Corazón de Cristo, con su querer, con su amor. Y entonces
podremos decir que, llegue cuando nos llegue la muerte, la veremos con
entusiasmo... ¡incluso en medio del miedo natural que podamos sentir!os tira.
Autor: P. Evaristo Sada LC.
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