¿Cómo quiere Jesús de Nazaret, que yo resucite en mi
interior, para que no se sienta triste y dude de no habernos dejado un mundo
nuevo?
Como todos los años, después de pasar la Semana Santa, en mi ciudad natal, y antes
de mi regreso a Madrid, suelo acercarme a felicitar la Pascua de Resurrección,
a un viejo amigo de la infancia, Modesto, que un buen día decidió dedicar su
vida a servir a Dios, ayudando a cuantos acudieran a él, en el enclave de un
Monasterio, situado en la sierra.
Después de asistir a la Santa Misa, celebrada en la capilla del Monasterio,
asistimos a la procesión dedicada a conmemorar el encuentro glorioso de Jesús
triunfante con su Madre.
El tiempo, amenazaba lluvia y las nubes ocultaban el sol radiante, de otros
años. Quizás por ello, y así se lo comentaba a Modesto, mi ánimo, influido tal
vez por los elementos meteorológicos, no me permitía vivir con la suficiente
intensidad, el acto que estábamos presenciando.
El estruendo de la banda de cornetas y tambores de otros años, en éste, no
parecía encontrar sus notas máximas. Las blancas palomas, que la Junta de
cofradías soltaba, para realzar el momento cumbre del Encuentro, me parecía que
no alcanzaban el vuelo a la altura de otros tiempos. Y es más, en el interior
de mi corazón, sentía la expresión de un Cristo Resucitado, gozoso, en el
instante de saludar a su Madre, pero al mismo tiempo, triste y afligido,
pensando que después de superar la amargura sufrida en el Huerto de Getsemaní:
"Triste está mi alma (Mc.14-34)" y su muerte en la Cruz, al
contemplar los tristes acontecimientos que en el mundo estaban sucediendo, le
parecería humanamente inútil, su Pasión, Muerte y Resurrección.
Me pareció, que contemplaba un mundo sin conciencia y sin amor, donde imperaba
la violencia, el crimen y la destrucción. Un mundo envuelto en atentados con
miles de víctimas y guerras fraticidas, algunas, catalogadas incluso,
como"guerras santas". Hombres y mujeres que se matan sin piedad,
aniquilando a niños inocentes, en formas realmente monstruosas.
Por todo ello, comento con Modesto, yo creo, que si éste mismo Jesús, el hijo
de un carpintero y de una inolvidable María, volviera a la tierra, no se
reconocería en esa Iglesia actual, ciertamente poderosa, sino en la Iglesia
resucitada, renovada, con nuevas energías, que atestigüe con vehemencia que el
Señor ha resucitado, para salvación de todos los pecadores. Sin embargo, sí,
que se sentiría más cómodo, en otros lugares del mundo, donde misioneros,
miembros de distintas organizaciones internacionales y tantas otras personas,
que dedican su vida y su alma, para ayudar a los "desheredados" del
mundo y a predicar el Evangelio de Jesús, con su mensaje de amor infinito a
todos los hombres y mujeres, tanto de su época, como a los que vinieran después
hasta el fin de los tiempos.
Modesto, callado y reflexivo, una vez terminada la procesión y de regreso hacía
el Monasterio, intenta poner un poco de orden, en mi atribulada conciencia. Es
posible, comenta mi viejo amigo, que si Jesús volviera a la tierra, enviado de
nuevo por el Padre, lo volveríamos a llevar al Gólgota, por relacionarse con
los pobres, los marginados y los oprimidos, y educarles para hacer de ellos
hombres libres y responsables, apartándoles de las ataduras que los hombres
arrastramos.
Pero no olvides, continúa Modesto, que Jesús resucita, para salvarnos del
pecado y para que nos convirtamos, pero no solamente para renunciar a los
pecados, sino para descubrir el amor del Padre, que nos salva por medio de su
Hijo, y nos perdona.
Hasta podría pensarse, como decía el Cardenal Newman, con una fé que
difícilmente tendría un cristiano de hoy, que Jesús temblara, temiera y le
pidiera al Padre en su agonía, que le alejara de aquél cáliz, de no ser
estrictamente imprescindible beberlo.
Pero recuerda, concluye Modesto, antes de nuestra despedida, que la
Resurrección de Jesús, es una llamada a la renovación, para intentar ser cada
uno como debemos de ser. Jesús resucitó y también nosotros hemos de resucitar,
al amor, al perdón, a la tolerancia, a la comprensión, a la solidaridad, y
desterrar la mentira, la hipocresía y la calumnia.
Y finalmente, preguntarnos ¿Cómo quiere Jesús de Nazaret, que yo resucite en mi
interior, para que no se sienta triste y dude de no habernos dejado un mundo
nuevo?
Autor: José Guillermo García Olivas.
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