No
hay polvos invisibles. Hay corazones encogidos o corazones grandes, corazones
descuidados y corazones atentos.
Ocurre
en la vida familiar o en el lugar de trabajo: unos ven ciertas cosas, otras ven
otras.
Nacen, entonces, reproches y quejas: "¿No ves el polvo encima del
televisor?" "¿No te das cuenta de que siempre queda encendida la luz
de tu cuarto?" "¿Por qué siempre dejas papeles por los suelos?"
"¿Cuándo vas a empezar a limpiarte los zapatos?"
Mientras uno percibe claramente el polvo y no descansa hasta eliminarlo, otro
quizá ni se percata de su presencia, o lo ve con indiferencia, como parte de la
vida: no siente la menor necesidad de buscar un trapo para mejorar la limpieza
de la casa.
Los ejemplos mencionados son sencillos, pero a veces llevan a tensiones fuertes
en la vida de la familia o del grupo.
Otras situaciones son mucho más graves. Una persona se emborracha y no se da
cuenta del daño que hace a los suyos. Un joven dedica sus tardes a matar el
tiempo con música o con juegos electrónicos, y no percibe para nada el dolor
que provoca en sus padres. Un adulto vive con un egocentrismo obsesivo y no
capta las necesidades de quienes viven a su lado...
El corazón de cada ser humano percibe y capta lo que hay "afuera"
según valores y principios internos. Si uno vive para satisfacer sus gustos,
para realizar sus proyectos, para huir de todo sacrificio, para escabullirse de
cualquier responsabilidad... llegará un día en que no será capaz de ver ni el
polvo en los muebles del pasillo ni las lágrimas de sus padres que sufren al
verle hundirse en una pereza patológica.
En cambio, si uno tiene cariño hacia las personas y hacia el ambiente en el que
vive. Si uno cuida los detalles de su ropa para dar gusto a los que ama. Si uno
aprende a percibir el estado de ánimo de los otros para evitarles disgustos y
para contentarles en todo lo que sea bueno y sano. Si uno abre los ojos y da
gracias por tantos gestos de cariño de los seres queridos... entonces verá polvos
y arrugas en la ropa, y, sobre todo, captará al vuelo con qué palabras y con
qué acciones puede hacer más felices a quienes viven a su lado.
No hay polvos invisibles. Hay corazones encogidos o corazones grandes,
corazones descuidados y corazones atentos.
Cada día modelo un poco mi conciencia. Si aprendo a dejarme ayudar por quienes
me aman, si me abro a Dios que busca lo mejor para sus hijos, tendré unos ojos
muy abiertos y un alma enorme, grande, disponible para el servicio y la entrega
a mis hermanos.
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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