Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Estos días se habla mucho de de temas relativos a la actuación de los cristianos: si
se puede o no profesar la fe en espacios públicos, si hacen bien o mal los que
indoctrinan en las escuelas pagadas por
todos, si se puede formar la conciencia de los jóvenes sin el consentimiento de
los padres... La disputa marcha en dos direcciones, pero, ordinariamente,
parece prevalecer la razón postulada por los agresores del sentido común,
directamente relacionados con el pensamiento dominante, que apenas nadie se
atreve a contradecir ante el gran argumento: lo que no es acorde pon ese
pensamiento, es fascista. Y con ese dicterio simplón acallan o impiden que se
inicien las voces opuestas. Luego exigen
transparencia.
La liturgia del
Viernes Santo ha recordado estas palabras de Cristo al Sumo Sacerdote: Yo he
hablado claramente al mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo,
donde todos los judíos se reúnen y no he dicho nada en secreto. Efectivamente,
Jesús no se escondió ni tapó su doctrina o su vida. Pidió a sus seguidores esa
misma forma de comportarse: lo que habéis escuchado al oído, predicadlo desde
los terrados. Y cuando se marcha a los cielos, manda que vayamos a todas parte
a predicar el Evangelio.
Naturalmente al relativismo y laicismo rampantes, lo que
diga Cristo no les interesa nada. Es más valioso su insulto. Puedo entenderlo,
pero lo que no quiero ni debo entender es que los católicos nos amoldemos a esa
situación para no imponer nada, cuando nos están imponiendo todo, un todo
frecuentemente cutre. No se trata de obligar nada a nadie, pero vamos a vivir
la Resurrección hablando, dando la cara, no vaya a suceder que se verifique
aquel otro dicho evangélico: si vosotros calláis, las piedras gritarán. De
algún modo, ya sucede y da vergüenza.
En la Misa Crismal, el Papa Francisco ha dicho:
"Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando
el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo
de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones
límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión
de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos
rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus
angustias y sus esperanzas". Así: hay que tener la valentía de salir a
esas periferias, donde la fe es saqueada por esos nuevos maestros del
nihilismo. Pero hay que estar con esa gente, no se puede ir a ellos "desde
fuera" ni camuflados. Somos lo que somos y estamos con los que nos
necesitan.
Vale la pena recoger otras palabras de Francisco dirigidas a
los sacerdotes para que no permanezcamos en una espera pasiva, cómoda e infructuosa:
hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora:
en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que
desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en
auto-experiencias ni en introspecciones reiteradas donde vamos a encontrar al
Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra
vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a
hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en
la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar
la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
Ahí queda linealmente expresada una forma de hacer pastoral,
que también es útil al laico cristiano que, aunque de otro modo, sin
clericalizarse, ha de salir a los caminos -como en la parábola evangélica- para
llenar el banquete de Dios. Woites, prestigioso periodista octogenario amigo de Bergoglio, ha declarado: confiaba mucho en nosotros los laicos, pide
de los laicos que tomen el trabajo de la Iglesia, que salgan a la calle y que
prediquen, que hablen, que no se queden en la Misa y en la sacristía. Hay
muchas periferias en el ancho mundo en que se mueve el laico: todo el panorama
laboral, el familiar, el relativo al ocio, en fin cualquier tarea honesta es un
espacio apto para ejercer la valentía de hablar de Dios sin tapujos.
Ya va siendo hora de que la moda o lo políticamente correcto
o, sencillamente, la cobardía se conviertan en tapabocas que reprimen hablar
del modo cristiano de entender al hombre y su mundo, de su amor a la vida, a la
familia, a la educación libre de sus hijos, a no fascinarse por una pretendida
ciencia que se erige en conductora de la fe ni por unas costumbres que
destrozan inteligencias y voluntades,
que marchitan la creatividad humana, que devalúan la libertad.
Una síntesis: Aún resuena en el mundo aquel grito divino:
"Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que se
encienda?" -Y ya ves: casi todo está apagado... ¿no te animas a propagar
el incendio? (Camino, 801).
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