El
hilo negro de las tristezas se cruza con el hilo blanco de las alegrías. A
veces quisiéramos controlarlos, pero nos superan.
La marcha de la vida nos llena de acontecimientos. Hay momentos en los que todo
parece ir mal. Un accidente, una muerte extraña de un familiar, el inicio de un
juicio, problemas y discusiones por parte de la herencia, una calumnia lanzada
al vuelo por quien antes parecía un amigo, tal vez un secuestro o un crimen. Se
asoman, detrás de cualquier esquina, peligros y amenazas, enfermedades y
accidentes. Nadie puede sentirse seguro: ni los jóvenes ni los ancianos, ni los
"buenos" ni los "malos", ni los ricos ni los pobres.
A la vez, se suceden momentos de alegría, de éxito, de conquista. Unos esposos
ven nacer a un hijo después de años de espera. Un joven deja el vicio de la
droga para cuidar su salud y dedicar el dinero a ayudar a los pobres. Una chica
consigue un trabajo después de llamar a muchas puertas y superar negativas y
cansancios. Un anciano recibe la carta de un hijo que vive lejos y le avisa que
acaba de rehacer su matrimonio.
A través de todos los acontecimientos, buenos o malos, se escribe una sinfonía
que no acabamos de escuchar del todo, que comprendemos de modo parcial e
incompleto. Nos ocurre como al violinista que, en medio de la orquesta, se
preocupa sólo de su parte en la partitura; se concentra en que su violín encaje
en el conjunto con más o menos armonía (aunque a veces se escape alguna nota
discordante).
Cada acontecimiento entra a formar parte de la sinfonía de la vida. O en la
composición de un vestido muy complejo. El hilo negro de las tristezas se cruza
con el hilo blanco de las alegrías. A veces no nos damos cuenta de que una
alegría fue posible gracias a un sacrificio o una renuncia. Esa enfermedad nos
hizo más bondadosos y atentos a los otros. Aquella muerte que no comprendimos
apartó a un amigo de un posible pecado grave. Esa herida de un soldado permitió
el encuentro con una enfermera y el inicio de una familia fecunda, llena de
esperanzas.
Los dos hilos siguen su trabajo. A veces quisiéramos controlarlos, pero nos
superan. Un tejedor divino lleva la trama. Quizá al final, cuando crucemos la
frontera de la muerte, comprenderemos el lugar de cada cosa, veremos que el
bien fue la última palabra, que tantos males eran sólo pruebas e invitaciones a
caminar con humildad, confianza y amor hacia un encuentro definitivo, hacia la
casa donde un Padre bueno nos espera con los brazos abiertos.
Comprenderemos que los dos hilos estaban tan unidos que la alegría de la Pascua
no era posible sin pasar antes por el caliz de la Cruz...
Autor:
P. Fernando Pascual.
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