Cuando no sabes qué es lo que Dios
espera de ti, pon tu mirada en Su Mirada y elevando tus brazos al cielo.
Cuando le hablas a ese hombre que no
conoce a Dios, que no sabe de Su Amor, mientras cavilas y temes no ser digno de
semejante tarea, no dudes, tensa tu arco y con mano firme ¡dispara al corazón!
Cuando la vida te enfrenta a momentos de gran confusión, donde los caminos se
abren frente a ti y se multiplican como en un salón de espejos, no temas, abre
tu mirada a la distancia, mira a tu interior, y con sereno pulso ¡dispara al
corazón!
Cuando los que más quieres te fallan, te hunden en tu silla como si fueras un
ser imposibilitado de ver más allá de las puertas que se cierran frente a ti,
no te pierdas en la desesperación y el abandono de ti mismo, levanta la mirada
y ¡dispara al corazón!
Cuando el amor no llega a tu vida, cuando la luz del cariño se escurre por
pasillos donde no la puedes buscar, torna tu mirada a las sombras y con gran
decisión, ¡dispara al corazón!
Cuando quieras hablar con Jesús sobre tus más profundas necesidades, sobre
aquello que vibra en tu pecho y clama por un instante de sosiego, haz un alto
en tu vida, alza la voz y con grito firme ¡dispara al corazón!
Cuando no sabes qué es lo que Dios espera de ti, y El se esconde y hace de tu
vida un barco sin rumbo, pon tu mirada en Su Mirada y elevando tus brazos al
cielo, ¡dispara al corazón!
Porque cuando nuestro rostro se ilumina con una mirada de niño, nuestros labios
derraman palabras de amor que alcanzan el Corazón de Jesús y lo hacen quebrarse
de ternura, lo derrumban a pesar de Su Divinidad y Realeza.
Y es porque en el Corazón de Dios están todas las soluciones, las promesas, los
consuelos y la esperanza. Allí se esconde un tesoro tan extraordinario que ni
siquiera en nuestros sueños más profundos lo podríamos imaginar.
Nuestros gestos de amor son disparos al Corazón de Jesús, porque lo hacen
detenerse y mirarnos como un Dios derrotado. Dulce derrota, donde El se refugia
para admirar las maravillas de las que un corazón amante es capaz. Su derrota
es el triunfo de la Criatura que El mismo imaginó, que vencedora en su propia
naturaleza, se hace semejante a su Creador. Nuestro Dios, vencido por amor, se
hace Niño y nos entrega aquello que guarda como un Preciado Tesoro, Su Corazón.
Si, dispara al Corazón de Jesús, y dispara al corazón de tus hermanos, hazlos
caer vencidos por el amor que todo lo vence. Que tus palabras certeras se
dirijan a aquel punto que nadie puede resistir, centro y motor de nuestra
semejanza con Quien nos creó, el corazón del hombre.
Por: Óscar Schmidt
No hay comentarios:
Publicar un comentario