Agradezcamos a Dios el tesoro de la
amistad, y pensemos en Jesús, el Mejor Amigo, que nos enseñe a ser como Él.
Por ahí suelen decir que "La
familia nos la da Dios y los amigos los elegimos nosotros" Esa elección de
personas para darles nuestro afecto y nuestra confianza son muy importantes en
nuestra vida. No es fácil tener un amigo o una amiga en quién podamos confiar
plenamente pero cuando gozamos de ese privilegio, bien podemos decir que
poseemos unos de los más grandes y preciados tesoros. Por la clase de amigos
que tenemos se nos puede clasificar sin lugar a equivocación, el refrán dice:
"Dime con quién andas y te diré quién eres"
Pero no son lo mismo "nuestros amigos", que se suelen contar en
número muy reducido, que nuestras amistades. Estas pueden ser muchas y muy
variadas. Son personas que apreciamos sinceramente, pero a veces no van muy
acorde con nuestra personalidad. Y ciertamente esas personas nunca pueden
llegar a la intimidad de nuestro "yo", pero están en nuestro entorno
y convivimos con ellas con gusto y con cariño.
Entre estas amistades se dan aquellas que siempre están dispuestas a
"ganarnos" , y es curioso porque les gusta ganarnos especialmente en
cuanto dolor o sucedido desagradable que les podamos platicar:
En fin, jamás les "ganaremos" y al final nos callamos con la
impresión de que lo nuestro era "tan poca cosa"... que ni valía la
pena de haberlo contado.
· Si nos hemos roto un pie... ellas los dos y además la cadera
· si nos caímos y rodamos dos o tres escaleras... ellas cinco
· si tenemos gripa... ¡gripa la de ellas y con tos!
· si el dentista nos está arreglando una muela... a ellas le han
tenido que sacar las cuatro del juicio
· si en la conversación les contamos algo que nos sucedió, siempre a
ellas les pasó lo mismo ¡pero mucho peor, mucho más terrible!
Otra variante de estas amistades es la que nos dejan el alma helada, como si
toda la nieve del más crudo invierno nos cubriera sin piedad. Son aquellas que
nos llegan con la información más negativa y desesperanzadora jamás sospechada: "el
país va a la ruina, este año es el peor para la agricultura, el pescado, todo
el pescado está contaminado, la carne, ya no se puede comer carne ¡a las vacas
le dan clembuterol para que estén más gordas, el agua no se puede beber, los
médicos, los ingenieros, los abogados, etcétera , son unos interesados, la
Iglesia y sus ministros se hunden, el año y el fin del mundo..." Es
inútil decirle a esas personas que la vida tiene cosas muy hermosas, que el
país puede salir adelante, que hay seres humanos muy buenos, que hay que tener
fe...Te mirarán con cara de conmiseración y luego al oído te dirán como en
secreto: "no seas inocente, yo se de muy buena fuente que..."
y otro jarro de agua fría y se irán con sus agoreras predicciones a otra parte
y nosotros nos quedamos como si un huracán hubiese acabado con todas las flores
de nuestro jardín...
Hay una gama infinita de estas formas de ser. Las hay que fabulan, mienten y se
lo creen. Otras son de las que nada ni nadie es capaz de escapar de su crítica,
para estas, no hay otros tema de conversación. Padre, madre, hermanos, la
suegra, la cuñada, amigas, el vecino, (si es mujer casada, no digamos el pobre
marido) nadie se salva. Critican y critican a destajo. El jefe, los compañeros
de trabajo, la empresa, nada es de su gusto... el que cae en sus garras sale
hecho "trizas". El ingenio se les agudiza, la lengua no para y si no
encuentran eco en nosotros, pronto la conversación termina.
La mayor de mis hijas me decía un día que hay amigas que son como el te de
manzanilla y que hay otras que son como la salsa picante. Y es cierto. Todos
conocemos a esas personas que al hablar con ellas son como brisa fresca, como
un dulce remanso, como cálido y bonito sol de una tarde de primavera que por
muchas cosas amargas o impaciencias desbordadas que les contemos, siempre ponen
en nuestra alma la tranquilidad, el buen juicio, la ternura de sus palabras o
consejos y nos van dejando la paz y el bienestar que deseábamos encontrar :
Ellas son, como el te de manzanilla.
Y hay otras que son algo así como un gran plato de comida irritante o picosa,
tomado a la hora de cenar que nos quita el sueño, nos desazona, nos indigesta y
nos quita, casi, casi, la alegría de vivir y es que sus miles de tribulaciones,
sus vidas conflictivas, sus traumas, sus enojos, sus problemas de ellas contra
el mundo, sus dificultades y aprietos contados todos en tropel, casi sin respirar,
nos dejan exhaustos e incapaces de decir una palabra que pueda llevar un
paliativo a tanta desgracia o infortunio. Por otro lado sabemos que nada ni
nadie podrá aligerar ese cúmulo de sucesos en alguien que no está dispuesto a
dejar es actitud de agobio y desdicha.
Quizá en mi caso pueda pertenecer a uno de esos grupos o lo más probable es que
tenga de todos un poco, pero de todas maneras a las amistades hay que quererlas
como son y las necesitamos, porque ponen la sal y la pimienta en nuestras vidas,
porque son un tesoro que Dios ha puesto a nuestro lado para que nos ayudemos a
ser mejores y estar cerca de Él. Y por nuestro lado haremos un esfuerzo para
parecernos más a un te de manzanilla ... a ser benevolente (desear el bien del
otro) a ser compasivo con el sufrimiento, a regalar mi tiempo, mi compañía, mis
fuerzas....
Agradezcamos a Dios el tesoro de la amistad, y pensemos en Jesús, el Mejor
Amigo, que nos ayude a serlo y recordemos este día lo que nos ha dicho:
"Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn
15,13).
Por: María Esther de Ariño
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